Entre paredes grises, pasillos azules y rejas horizontales, dentro del salón que funciona como escuelita, caen semillas al suelo. Llegan desde la copa del árbol, cargadas de concreción y continuidad. Ese árbol es regado cada semana por este grupo de magdalenas, Las Olvidadas, en el Instituto de Rehabilitación Femenino Unidad N°5; un árbol de múltiples raíces, lleno de sonidos, imágenes y palabras.
Las olvidadas
De las 9.757 personas que permanecen privadas de libertad en Uruguay, las mujeres representan 7%. Los últimos datos del Instituto Nacional de Rehabilitación (INR) detallan que hay 610 mujeres presas en establecimientos de todo el país, 380 de las cuales se encuentran en el INR Nº 5 Femenino. 60% fueron detenidas por narcomenudeo.
Aunque recién comienza la tarde, el patio está sombrío. El aguacero del miércoles amaina de a poco y desde algún lado se escucha “¡Hola!”. Es Sandra, desde su celda en el primer piso. Saluda, su rostro se dibuja entre la ropa tendida, consulta si hay taller y minutos después, habiendo ingresado al edificio, la vemos en el salón, con el mate pronto, sus rulos morenos y el libro de Augusto Boal Juegos para actores y no actores entre manos.
El dramaturgo, actor, director y pedagogo teatral brasileño Augusto Boal (1931-2009) creó a comienzos de los años 60, tras una serie de intercambios con grupos indígenas y campesinos sin tierra, el teatro del oprimido, metodología de representación que conjuga el teatro político de Bertolt Brecht con la pedagogía del oprimido de Paulo Freire.
Como el árbol que representa al teatro del oprimido, en cuyas raíces se vuelve a la génesis humana del sonido más primario, las imágenes y las palabras -en ese orden, y antes de que las reconfigure el opresor-, con su tronco lleno de juegos que apelan a la memoria de los cinco sentidos y una copa frondosa que crece en la medida en que se propongan alternativas concretas de manera colectiva y se desarrollen en forma continuada, las magdalenas son una de las ramificaciones de esta creación, como lo son el teatro espontáneo, el teatro legislativo y el teatro periodístico.
Las magdalenas surgen en 2010 ante la demanda de varias actrices presentes en un foro internacional de teatro del oprimido, que entendieron necesaria la existencia de un “teatro de las oprimidas” que represente conflictos propios del género femenino. Toman su nombre de María Magdalena, porque en su figura se sintetiza ser “santa, bruja y puta”.
El teatro del oprimido tiene como condición ser “multiplicador”. En Uruguay, la actriz, dramaturga y directora teatral Norina Torres recogió el guante y montó en 2012 un Laboratorio de Magdalenas.
El colectivo Magdalenas-Uruguay tiene dos obras de teatro foro: Maquinalmente mujeres (que aborda el acoso y abuso sexual) y Soledad de género (sobre la violencia machista). Dos de las 25 representaciones que hicieron entre enero y octubre de 2013 fueron en las cárceles de Salto y Paysandú, donde el silencio del foro fue abrumador: el diálogo imposible, coartado por las prácticas penitenciarias, interpeló a las actrices, y decidieron que el efecto multiplicador debía darse allí, entre muros, porque “a partir de cosas prácticas, teniendo el arte como herramienta vehiculizadora para desnaturalizar nuestro cotidiano, podemos volver a ser dueños de nuestras palabras”, explica Torres a la diaria.
Junto a otras compañeras del colectivo, Norina lleva adelante desde fines de 2013 el taller semanal de teatro de las oprimidas en la Unidad N°5 del Instituto Nacional de Rehabilitación (INR), ubicado en Camino Carlos López y Pororó, como parte de los proyectos socioculturales del Ministerio de Desarrollo Social.
En el teatro foro, cada grupo trabaja para identificar su opresión y construir autonomía. Las oprimidas luchan por un objetivo claro: enfrentar, mediante el diálogo, el conflicto que está latente con su opresor. Ambas partes tienen sus “aliados” y, aunque hay deseos de cambio, “en escena, el oprimido siempre fracasa”, señala Torres. A este paso se lo denomina “crisis china”; como en el ideograma chino, “el peligro y la oportunidad se conjugan”. Entran en escena los “espectactores o espect-actrices”: el público se vuelve activo, interviene, opina, propone cambios, soluciones, alternativas.
Así ocurrió el lunes 10 de noviembre, cuando Las Olvidadas hicieron su segunda representación fuera del INR (la primera había sido el 25 de marzo de este año) en el Centro Cultural Goes, con su obra Un día después.
“Las que no tienen visita se mueren de hambre”, “¡Fuego!”, “¡No me peguen! ¡Me duele!”, “Necesito maaaateee, aguaaa!”, dice el coro de las oprimidas, mientras Esperanza y Libertad hablan de sus condiciones de encierro; a Esperanza una guardia le notifica que saldrá. Llega a su casa, se abraza con su hija: “Me soltaron”, comunica, y, enseguida, el deber ser: “Salir a buscar un trabajo es lo primero que tengo que hacer”.
Oportunidad, reinserción y confianza serán los tres pilares en los que Esperanza tiene que sostenerse, pero “la sociedad no está lista para incluir a una persona que estuvo presa”, dicen los propios operadores penitenciarios; y la transa siempre está en la vuelta.
Esperanza pregunta: “¿No tenés un trabajo para mí?” en una agencia de trabajo, a una vecina, arriba del ómnibus. Las chances no son brindadas y las cuentas a pagar se acumulan. Acaba tomando la oferta de quien vende droga en el barrio y reincide en el encierro.
-¿Otra vez acá? -le pregunta la operadora penitenciaria que la recibe.
-Tenía que darles de comer a mis hijos.
-Lamentablemente, todos los que vuelven dicen lo mismo.
No hay caída del telón porque esta representación tiene la permanencia del cambio. El público se vuelve acción entre actrices, oprimidas, aliadas, con propuestas para modificar lo ocurrido. La del 29 de setiembre fue una actuación bisagra para Las Olvidadas: de ese foro, que tuvo lugar dentro del INR, surgieron “alternativas” que fueron sistematizadas en una carta firmada por internas de los cinco pisos del penal.
En ese texto, leído al cierre de la actuación pasada en el Centro Cultural Goes, las mujeres proponen “obtener una constancia de ‘aptitud para el trabajo’ por parte del establecimiento (que incluirá la certificación de buena conducta y de las capacitaciones y experiencias laborales realizadas)”; formar cooperativas de trabajo; que los entes públicos se comprometan a tomar personal egresado de establecimientos penitenciarios; generar una bolsa de trabajo dentro del Patronato de Liberados.
La carta está firmada por unas 185 internas de los cinco pisos. Haber actuado frente al opresor no fue gratuito. Tras salir esposadas de la ex Terminal Goes, varios operadores les comentaron que lo que habían actuado “no era tan así”; otros las felicitaron, pero sugirieron que no lo vuelvan a hacer porque la próxima “podrían no autorizarles la salida”.
De todas maneras, las siete magdalenas olvidadas que asistieron este miércoles al taller no se sosiegan y quieren seguir hablando sobre qué pasa “el día después de” salir en libertad. Varias de ellas lo saben, y por eso lo cuentan. Alguna tiene más de una reincidencia, tres están en prisión preventiva, esperando desde hace un año y medio que la jueza decida si son culpables o inocentes. Otra quedó tras las rejas por ser “mula”. Hurto, rapiña, pena sin computar. Visitas que ya no reciben porque sus familiares no quieren seguir siendo revisados como hasta ahora: con desnudos abusivos a hijos, hijas, sobrinas, hermanas.
Historias que se repiten entre quienes se saben olvidadas y construyen ahora una salida colectiva. Para no volver a escuchar “otra vez acá”, saben que la grieta se abre en forma colectiva.