OTRO TEATRO se presentará en el ciclo Montevideo Danza del 4 al 7 de diciembre en la sala Zavala Muniz. Es de esas obras que encantan o espantan al espectador: son infrecuentes las reacciones intermedias. Su temporalidad dilatada, más cercana a un ritual o una conjura que a un espectáculo, y el espacio ambiguo en el que se desarrolla la coreografía la convierten en una obra poco convencional. Si desafía a los espectadores más habituados a la danza contemporánea, puede llegar a encantar o a expulsar a espectadores menos familiarizados con una propuesta de estas características. ¿Inclasificable?
Al comienzo, poco y mucho sucede en la escena: debajo de los pies del cuerpo cubierto, que jadea y canta, aparece lentamente un círculo de luz. Un canto se repite una y otra vez: “Un día voy”. Es un canto monocorde que va mutando con el cansancio y que se cierra en cada ciclo de repetición con un grito extático y en falsete: “Un día voy a ser otra distinta”.
Quienes conocen la canción de Juana Molina (“Un día”) reconocerán la apropiación metonímica que es cantada y queda resonando y haciendo rebotar significados durante toda la obra. En el escenario, una oscuridad casi íntima es habitada por el mismo cuerpo que nos besó a la entrada, que ahora gira bajo el techo altísimo, desnudo e hipercircuitado de la Zavala Muniz. Un cono de luz se abre hacia ese cielo-techo, y la mirada se tienta y pasea, recorre los asientos cercanos y los lejanos, desde donde empiezan a aparecer pistas de que el espacio escénico no termina en el proscenio.
Al inicio de la obra, mientras la coreografía aún es claramente un solo, quienes estamos en la platea performamos una práctica relacionada con el placer y la voz. Esta práctica genera movimientos y sonidos no permitidos habitualmente en los códigos de comportamiento del espectador de teatro. A medida que en el palco el ente gira en círculos concéntricos, cayendo y recomenzando, perdiendo la forma humana, en la platea la creciente displicencia de las respiraciones y de los cuerpos “infiltrados” -performers que entramos como si fuéramos público- afecta los códigos de comportamiento de todos los presentes. Mientras que algunos se relajan, otros subrayan la rigidez en una actitud de “acá no pasa nada”, como para ver si de ese modo le devuelven la normalidad a una situación que la está perdiendo. El volumen del público va en aumento: arcano o irreverente, lo que está sucediendo en escena despierta reacciones. Sea para expresar impaciencia, duda, incomodidad, sopor, placer o enojo, las reacciones del público varían de una función a otra y son también coreografía; una parte de la obra compuesta colectiva e instantáneamente. Conversaciones en voz casi alta, comentarios de reproche, suspiros que empatizan. Una Consagración de la primavera en Montevideo 2014. A OTRO TEATRO se puede entrar en pie de guerra o de hospitalidad: la relación que se entabla con su propuesta es tan personalizada como el número de asiento asignado a la entrada, asientos que empiezan a sentirse demasiado frontales como para asistir a lo que pasa en la multidimensionalidad de la sala.
Con el correr de los minutos y las medias horas, el ritual solitario deja de ser tal. El cuerpo de achugar (quien firma luciana achugar, en minúsculas) se descubre y se expone con un goce no exhibicionista. Se pliega con otros cuerpos que junto a ella o de forma independiente van tomando el espacio, sumergiéndose en una coreografía mántrica, sensual, pélvica, carnal, animal, placentera.
OTRO TEATRO explora el límite entre la experiencia del placer y la objetualización de un cuerpo en estado de placer. Mientras que esta objetualización es (al menos en parte) probablemente inevitable y pasa a ser parte de la obra y de su valor plástico, la búsqueda estética y anatómica del placer es realizada dentro de los propios límites de la representación, y es en ese forcejeo que la obra pega. En OTRO TEATRO la dramaturgia performa la imposibilidad de materializar el concepto de la obra por sus propios medios.
Entrando a otro lugar
El texto que se entrega a la entrada extiende la invitación: “Cultivarse un cuerpo nuevo.... Devolverles la voz a nuestros cuerpos, con una práctica del placer... Practicar cultivarse un cuerpo nuevo como se cultiva una planta... Cultivarse un cuerpo nuevo en placer... cuerpo utópico, conectado, sensacional, un cuerpo anárquico.... con un cerebro que se fundió a la carne, la sangre, los huesos, las agallas, la piel... un cuerpo en placer con ojos que ven sin saber, ojos que ven sin nombrar”.
El ingreso también viene acompañado de dos besos, uno en cada pie, depositados en la puerta del teatro por una achugar sin rostro y arrodillada en el piso (aunque sólo después se descubre que es ella, lo suponemos pues la obra es anunciada como un solo). Del minimalismo del cuerpo opaco inicial la obra da paso lentamente a un paisaje de cuerpos vestidos, desnudos, diversos -un otro Jardín de las Delicias-, diseñando diferentes circuitos que, sin embargo, tienen nodos de convergencia común, formas similares. De modo semejante a un rito de iniciación o de transformación, el curso coreográfico que los cuerpos garabatean tiene pasos y estaciones determinadas.
Aunque la obra no deje de consistir en una coreografía - entendida como determinada disposición de cuerpos en un espacio y tiempo-, la de OTRO TEATRO trastorna la distribución habitual de roles del contrato teatral.
OTRO TEATRO molesta porque no define claramente dónde termina la realidad y dónde comienza la ficción. Incomoda porque es una negociación entre la experiencia del placer y su formalización. Conflictúa porque no resuelve ni ética ni poéticamente el modo de relacionarnos con su propuesta. A cada función, la obra se transforma y calibra en relación con el público y sus reacciones. Algunos se van antes de la primera hora, otros se unen a los cantos coordinados, otros comentan con sus vecinos de butaca en busca de pistas o de desahogo, otros disfrutan del pulso vibrátil que el teatro va adoptando, otros se sienten agredidos y hasta estafados al descubrir que lo que en un inicio parecían espectadores más relajados que lo habitual luego se revelan “actores”. ¿Dejarse involucrar o sentirse estafado? En una iglesia, lo que separa al creyente del escéptico es simplemente la fe. Algo de ese orden sucede en esta obra de achugar y sus colaboradores, pero en este caso, Dios es el teatro.
Las fracturas que OTRO TEATRO produce tienen que ver más que nada con este teatro, el conocido y acolchonado, el previsible y organizadamente catártico. Lo que esta obra propone puede ser visto como una insolencia o como una disuasión insistente que golpea con pies y manos en busca de alguna alquimia de transmutación. Los cortocircuitos que produce afectan las expectativas de recepción, las estrategias de relación, los parámetros que separan autenticidad de representación. El armamento teatral convencional no sirve.
También se expone a la vulnerabilidad de las reacciones que suscita y a la negociación con las reglas de este teatro que es el Solís, poco encantado con la coreografía percutiva, interviniente y (sólo en apariencia) anárquica de la obra. La negociación con sus funcionarios materializa la presencia disciplinante que OTRO TEATRO no niega pero confronta. Entre la experiencia del placer y su coreográfica representación, entre el extrañamiento como acontecimiento teatral y la alienación del código teatral, OTRO TEATRO construye su otredad por medios únicamente teatrales. Ese OTRO nace como un cuerpo o tumor dentro del propio cuerpo teatral y no afuera, y es esta mezcla de ámbitos lo que incomoda y también lo que potencia las paradojas que encantan a algunos y enojan a otros.
Si pensamos en los happenings de los 60, no es novedoso el juego que borronea los límites entre vida y performance. No obstante, la no explicitación de este código y la proximidad física con la que se hace la transición de una hacia otra eleva la tensión de los cuerpos y afecta la percepción, el juicio, la experiencia, la semiosis y la razón del teatro y sus habitantes.
La toma del espacio avanza y golpea durante las dos horas de obra, en un tono cada vez más empoderante y rabioso, violento y gutural, que en una gráfica oscilante de intensidades tiene momentos de alturas extremas y otros de mesetas y depresiones. Hacia el final, la energía y el canto se suavizan y los cuerpos que han estado subiendo y bajando de las gradas a la escena se concentran finalmente bajo una luz azul. La calma posorgásmica que había aparecido en el primer cuerpo -el de achugar bajo la tela- retorna en un paisaje ahora multitudinario. Cuerpos en descanso y en su piel, que tras unos minutos de reposo se reactivan para intervenir el teatro plásticamente, diseñando prismas y rectas fluorescentes, que atraviesan y cortan la memoria circular de lo sucedido durante esas dos horas.
OTRO TEATRO es la pregunta de qué pasa cuando el teatro quiere performar su propio afuera. Su adentro tiembla, como las butacas, los espectadores y los acomodadores atónitos de este otro teatro montevideano. El teatro nos sigue juntando. Transformarlo y transformarnos es la invitación medio tosca, medio entreverada, del todo problemática y de cualquier modo provocadora que esta obra extiende, golpea, gime, abre, goza.