La enfermedad elige, como un dedo índice que señala entre la multitud a escala mundial: ella, vos, aquéllos; abre la mano, suelta la flecha, toca. Los mecanismos o factores que la causan están a estudio, no se conocen y oscilan entre una combinación de varios factores: componentes genéticos, alteraciones en el metabolismo, factores ambientales, deficiencia en el factor neurotrófico. El azar de la ELA -nudo en la garganta para la medicina- señaló en su momento al escritor y dibujante argentino Roberto Negro Fontanarrosa, diagnosticado con la enfermedad en 2003 y fallecido cuatro años después. Y del conocido al anónimo es la misma suerte, hasta que uno de esos anónimos es de los nuestros. No hay remedio.
Así se enteraron Lucas Pintos y la murga: Nicolás Minetti, fundador de Cayó la Cabra y amigo personal, fue diagnosticado con ELA. “Fue por un dolor en la mano. Pensó que tenía una tendinitis y le dijeron que era ELA. En aquel momento él preguntó: ‘¿qué medicamento tomo’? Todavía no existen los medicamentos para la enfermedad, no hay cura. En realidad, al principio él la sacó para afuera. Cuando empezó la movida del balde [ver “Agua fría”] nos enteramos de que eso era lo que tenía Nico. Ahora la lleva re bien. No sólo la está remando, sino que se puso la camiseta”, comenta Lucas, y agrega que el hecho de tenerlo al lado es suficiente para hacer algo. No se quedó quieto. Pensó junto a Emiliano, compañero de ambos en la murga, y surgió hacer el evento en el Teatro de Verano junto a la fundación Tenemos ELA.
Agua fría
Los baldazos de agua helada, surgidos en Estados Unidos con el nombre de Ice Bucket Challenge, fueron ideados para recaudar fondos y donar ese dinero a asociaciones que investigan la Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA). Viralizados en los medios de comunicación y las redes sociales, los baldazos también tienen por objetivo crear conciencia y difundir información sobre la enfermedad. Si bien no hay cifras comprobadas, se especula que hasta agosto en Estados Unidos se habían recaudado más de 80 millones de dólares, y en Argentina, más de un millón de pesos. La idea es sencilla: una cámara, un balde, agua y hielo, más la colaboración en moneda o bienes.
Ayudó a transmitir la idea el hecho de que varias personalidades mundiales se sumaran al desafío. Mark Zuckerberg, creador de Facebook, y Bill Gates, fundador de Microsoft; los deportistas Cristiano Ronaldo, Neymar, LeBron James, Kobe Bryant, Novak Djokovic y Lionel Messi; los artistas Jennifer López, Justin Bieber y Lady Gaga; personalidades del cine como Steven Spielberg, Leonardo Di Caprio y Ben Affleck; todos ellos y otros más, mojados y helados, con la sensación de espasmo y entumecimiento de los músculos por unos minutos luego de recibir un baldazo; el mismo que tienen, constantemente y por el resto de sus días, las personas con ELA.
Tenemos ELA está dando sus primeros pasos en el país. Su intención es estudiar, trabajar e investigar sobre los síntomas de la enfermedad. El objetivo es claro: detectar los síntomas en estado precoz para mejorar la calidad de vida de los pacientes y la supervivencia. La evolución del empeoramiento progresivo produce el fallecimiento entre los dos a cuatro años del diagnóstico, aunque hay un 10% que vive más de diez años. Nicolás, que padece ELA desde 2008, va a seguir cantando.
“Lo tenemos en la cuerda, canta tranquilo. La murga lo está manteniendo e influye en su vida. Este año va a salir. Antes de saber si pasaba la prueba de admisión con la Catalina ya nos había dicho que salía con nosotros. Va a hacer carnaval, todos los tablados que pueda, porque se cansa”, dice Lucas con voz de director que no duda de su plantel. Clave de murga y afina: “Él la lleva tan natural que hace vida normal. De a ratos, es como que me olvido. Te das cuenta porque sabés cómo era antes. Pero bueno, a veces lo paramos y le pedimos que nos hable más lento para que le entendamos. De a ratos caigo, porque te labura mucho a vos mismo, te decís qué onda con tu vida. Parece una frase hecha, pero a veces te quemás con cualquier boludez... a veces lo escucho, hablamos un rato... me cambio y trato de hacer el ejercicio para llevarla mejor y disfrutar más la vida. Está salado. A él le tocó con 26 años, y cuando te dice ‘la vivo a pleno, vamo’ y vamo’... es tremendo. Es para pensar”.
Desde las tablas
Lucas es Pelusa por la ley de la gravedad hereditaria: su papá es Juan Carlos Pintos, el payaso Pelusita que integró el programa Cacho Bochinche. Lo cuenta en el bar Iberia, un boliche de los que huelen a 1.000 anécdotas de toda la vida en la misma esquina. Habla claro y pausado. Toma agua. Habla y te mira a los ojos. “Lo de ir al Teatro [de Verano] fue para ayudar. Posta que se necesita y posta que nos mueve. Estamos para eso. No nos interesa la oportunidad para ver lo que hace la murga, aunque lo sea. La finalidad será colaborar. Éste es un hermano y la enfermedad la tenemos nosotros. Como murga optamos por la posibilidad de usar nuestra herramienta, y la utilizamos como lo hicimos con el No a la Baja: la voz al servicio. Es usar a favor la convocatoria con una finalidad. Sabemos que repercute. Es lo que nos representa: sentirse parte”. Preguntamos: ¿y qué es sentirse parte? Música de retirada: “Encontrarse y darse un abrazo con todos los gurises que la reman de verdad, todos los días. El día de la marcha del No a la Baja, vos, Agustín, me dijiste: ‘esto es histórico’. Y es verdad. Sabés que estás ahí, en ese lugar en donde pasó algo en la historia. Formaste parte de algo, pusiste una semillita. Y para el colectivo que somos en la murga está buenazo”.
No todo es carnaval, pero diciembre obliga. Cayó la Cabra hizo en 2014 el espectáculo Pop, y aún lo sigue tocando. Consciente de la nueva dimensión de la murga, Lucas cree que hay que seguir en el hacer mientras se aprende. Y si es todo junto, mejor. “Armar un espectáculo nos cuesta laburo; no sale fácil. Hay que ensayar mucho, mucho; todos los días. Hacer muchas cosas a la vez te saca del proceso. Tenemos muchas actividades, estas cuestiones más sociales u otras cosas que no son específicamente de carnaval. Pero la murga quería eso, no quedarse con un espectáculo que sea para dos meses o sólo para concursar. Por ejemplo, el otro día vino gente de Tacuarembó a ver Pop. Y ahí te hace el clic de ‘esto no lo puedo tocar de taquito, no me lo puedo tomar liviano’. Son cosas que vas aprendiendo, son nuevas para nosotros. La murga empezó a dejar de ser nuestra, hay que hacerse cargo de eso. No es fácil”, sostiene Lucas.
La murga ensaya en el Club Centro y Social Industria. Para Pelusa, “hermoso club en la calle José Serrato; un club tradicional de murgas”. Llegaron al Industria porque en su antiguo lugar de ensayo no los dejaban cantar cuando había campeonato de casín. No fue fácil. Cuando fue con la propuesta de ensayar con una murga joven, la respuesta de inmediato fue: “La comisión se tiene que reunir”. En palabras de Lucas sería: “Por el Industria pasaron Los Patos Cabreros, La Nueva Milonga, La Soñada. Entrás ahí y ves todos los cuadros con tremendos murgones... y nosotros, que caímos con la bobadita de que estábamos en Murga Joven”. Se te caen las medias. Pero les dijeron que sí, que podían. Con algo de recelo, la murga creció y metió un campañón en el carnaval de 2014. Ahora no se quiere ir nadie del club: gurises, cantinero, parroquianos. El ser humano es consecuente.
Vivir el club
“Y... el invierno es la época de la remada; cae muchísimo. Este año, como estuvimos bastante movidos, íbamos seguido. Pero claro, lo lindo para un club de carnaval viene ahora. El Jano, el cantinero, que es uno de los mejores cantineros que hay, lo tiene precioso. Divino, con cancha de fútbol cinco, parrillero, lugar para ensayar afuera, para ensayar adentro. Nos sentimos la murga del club. Y el barrio está como con un circuito murguero: salen Los Pasteles del Rentista, cerca está La Trasnochada, también Los Patos Cabreros a un par de cuadras. Soy de los que van antes del ensayo y de los que se quedan hasta el final. Yo me crié ahí, por eso los disfruto. Por ahí otro compañero se ha ido enamorando en estos años. Mi romance con el club es desde chiquito, cuando no tenía nada. Por eso los parroquianos me atrapan, me encanta charlar un rato. Mamé cultura de carnaval ahí y sobre todo de mi viejo”, cuenta Lucas.
Qué payaso
“El vínculo con mi viejo lo vamos creando”, dice. No le fue fácil, porque en la separación de sus padres la confianza quedó del lado de su mamá, mientras que la guía en el laburo la tuvo con su papá cuando ambos trabajaban en Canal 12. “Hoy en día, ya más de grandes, somos como amigos. De chico, con el payaso, me daba cosa. No era vergüenza, era una cosita particular que todavía no sé qué es. Ya más grande, con 12 o 13 años, fui entendiendo el viaje y lo empecé a acompañar. A los 15 me metí en el tema del clown, en la técnica, digamos, y hoy en día también hago eso, aparte de la música. Siento admiración por mi viejo, porque hace 50 años dijo ‘quiero ser payaso’ y no abogado o lo que sea. Me genera un sentimiento de está despegado”, comenta Pelusa, hijo de Pelusita, que sigue creyendo que esto de la fama tiene olor a cuento, que el popular sigue siendo su papá y está bien que así sea, pero que también está bueno que lo feliciten por lo que hace él: “Tu papá se siente orgulloso de vos”.
Lucas de chiquito vivió en Shangrilá. De tanto patear las pelotas, fue a jugar al fútbol infantil, como la media uruguaya, ¿qué otra cosa, si no? Su primer equipo de niño fue el City Park, y ya de joven pasó por Villa Española y por Miramar Misiones. Hoy su escenario son los tablados; la cancha guarda las anécdotas para contar. Una, dice, es que “jugaba poco en Miramar, era practiquero. ¿Viste ésos que andan bien en las prácticas y después, cuando los meten en los partidos, no andan? Ése. Jugaba por la izquierda, llegué hasta segundo año de cuarta y, cuando los gurises estaban pasando a primera, el Sebita [Fernández], Palito [Álvaro Pereira] o Agustín [Lucas], dejé. Lo tengo como un recuerdo bárbaro. Disfruté. Otras veces me frustraba: llegaba a casa y lloraba. Los viernes, cuando hacían la citación, yo sabía que en los 11 no estaba, pero cuando no entraba en los convocados... me iba mal. Como a todo uruguayo que quiere ser futbolista”.
Tuya, Pelu
Los ojos de Lucas son el art vitraux de lo que pasa adentro. Apoya su mano derecha sobre la mesa, sobre los años del bar. Su mano izquierda marca el ritmo y nada por la charla como el pez que alguien pintó sobre su piel. El bolsillo de la camisa tiene un córner descosido, pero es una linda camisa; y el sombrero deja asomar los gestos de gurí con rasgos de grande. Los rasgos de grande se mezclan en los recuerdos por los que anda ese pez que se refresca con el viento de la Aduana. Hoy son los vientos de las voces de murga los que soplan sus barbas. “Es bravo el rol de director. De a ratos, tengo tremendo conflicto con eso. A veces se te va de las manos, vas pinchado y generás algo que no está bueno. Te lo hacen notar y tenés que aprender. Repercute la energía que transmitís. A la vez, no me gusta ese rol en todos lados. Hace poco estuve en una obra de teatro y era dirigido. Está buenísimo también. En la murga se dio natural y lo acepto”.
Pelusa se describe en el recuerdo de una foto, habla de sus piernas flacas, sus “lanas largas”, el número 19 “bien de suplente”, la zurda y un difuso puesto de volante que lo codeaba con los más rebeldes: “Me acuerdo de un gol que hice en la cancha de Villa Española contra Deportivo Maldonado. Me la pasó Juan Fossati y yo la agarré como venía. Cuando quise acordar, ya le había pegado y había sido gol. Pero había que seguir. Esa tranquilidad de la práctica no la podía llevar al partido”.
Los ejemplos del fútbol sirven para casi todas las cosas del mundo, y ponemos “casi” por piedad o por respeto a aquel que piensa distinto. Ya lo dijo el escritor argentino Eduardo Sacheri: “Hay quienes piensan que el fútbol no tiene nada que ver con la vida del hombre… dudo cuánto sabe esa gente de la vida, pero de algo estoy seguro: no sabe nada de fútbol”. Hablemos de justicia, y por lo tanto de injusticia: hablemos de fútbol. Hablemos de soledad y amor: hablemos de fútbol. Hablemos de tristeza, de alegría. Hablemos de hermanos, de enfermedad, hablemos de impotencia. Hablemos de murga. Hablemos de fútbol.
“Antes lloraba por el fútbol, ahora lloro por la murga. Es raro el viaje que tengo con la murga: se genera un amor-odio, porque empieza a ser lo más importante que uno tiene, casi mi trabajo. Y si alguno no lo vive con la misma pasión ahí se genera algo, una eterna lucha, y de a ratos me frustro cuando no salen las cosas. Es difícil, ¿viste?”.
En el ensayo, como en el vestuario, siempre hay al menos uno con quien ser compinche, con quien hablar ciertas cosas. Con quien mirarse y entender todo lo que nos pasa cuando erramos un pase que vimos en la cabeza, un verso que cantamos en el alma. Dice Pelusa: “Con Camilo y el Emi me pasa esto: a veces nos juntamos y alguno se larga a llorar. Estamos en eso de la amistad. Fue un proyecto de amigos que ya tiene un montón de años. Y vas creciendo y uno va a ser papá, y otro tiene un laburo y llega cansado al ensayo… y yo estoy siendo tripas corazón en el ensayo. Los grupos son así. Como en la comparsa, como en el fútbol”.
Se entusiasma. Es como si corriera por la zurda sacudiendo esas lanas de las que cuenta. Y dialoga con la esfera esa desfachatez de la práctica versus la presión de tener que ganar o ganar. “Una vez estaba en Santa María de Punilla [localidad de Córdoba, Argentina] jugando un partido de fútbol, chiveando contra Aristophanes, los parodistas. En un momento del picado me detuve, pegué un 360 por las sierras cordobesas, y no sé a quién agarré, le di un abrazo y le dije: ‘bo, tamo’ acá por la murga’. De noche iba a pintarme la cara y cantar con mis amigos”.
La tarde corre como los autos y los bondis rumbo al fin de la jornada. Alguien se arrima y nos quiere vender yesqueros de cocina, linternas y quién sabe qué otra cosa. Un gringo alicorado también se arrima, balbucea lenguas trabadas y se va con la certeza de la fábula. Dos comentan sobre una morocha que pasa, otro cambia billetes por monedas que se va a tragar la máquina. Nosotros palmeamos manos de otros en los bordes de la mesa.
Crecieron los nenes
“El año pasado, cuando la murga estaba en ebullición, frenamos el bondi entre tablado y tablado, a hablar de eso mismo, de que era el momento en el que más había que tener las cosas claras. Cuando está todo bien es cuando uno más se tiene que cuestionar. Teníamos que hacernos cargo de que antes éramos una murga más en la grilla, y ahora hay gente que nos está esperando. Un día llegó al club una gurisa con un tatuaje de la murga y una frase de la despedida. ¿Qué onda con eso?”, concluye, y vira los ojos al suelo. Recorre el bar con la mirada. Vuelve a la nuestra.
“Armar un lindo espectáculo, ésa es nuestra gran aspiración. En el concurso, salgamos como salgamos, no le cambia a la murga aunque si te posiciona. Las murgas van mutando, adoptando otras influencias. Hacemos lo que nos sale a nosotros, con otro tipo de herramientas para aplicar, porque tenemos mucha información. A mí me encanta la murga vieja; todo viene de ahí. El joven no niega lo viejo, pero a veces hay una resistencia de la murga vieja respecto de la joven”.
El cielo de Montevideo también muta. En nuestras gargantas están los nudos de la enfermedad que convoca. Nudos que desataremos con goles y cuplés. Nudos que acabaron roncos en un abrazo que despintó una vez más las caras de Nicolás, Pelusa, Emiliano y todos esos seres envueltos en sudor y brillantina.
Sobre las tablas de la realidad, Pelusa cuenta: “Hemos estado en Rosario, La Plata, Buenos Aires, Córdoba; en esos lugares nos va a ver gente recontra abierta a la murga. No tienen ese bichito concursero que hay acá. En Rosario hay 12 murgas estilo uruguayo: La Cotorra, Los Vecinos re Contentos, La Mal Ejemplo, La Cotolenga... Y acá Agarrate Catalina fue la que más abrió. Llevaron la murga por Hong Kong, Egipto, Rusia… Yo no entiendo a los que dan para atrás, y menos a los murguistas que dan para atrás. Todos quisiéramos estar en Hong Kong cantando y comiendo cosas raras. Hay que sacarse el sombrero artísticamente por los gurises”.
El que la tira lejos la va a buscar
Los murguistas saludan con el gorro; los jugadores, con los brazos al cielo. El gesto en los ojos de haber sudado las tablas y el pasto: “La guinda, crecimos con ella. Está en el ADN. En el club tenemos cinco o diez minutos y le decimos a Jano que nos preste la pelota. El deporte, y el fútbol en particular, tienen eso: unen. Unen como loco”.
Y sigue recorriendo tablados marcados con cal, murguistas de pantalones cortos y championes con tapones; sigue, van cayendo de su pelo carcajadas y se va por la punta, tras bambalinas, por el túnel del alma. Dice: “Es el recreo, volver a la niñez, a la calle, a la pared contra el cordón. Y el que le pega fuerte la va a buscar. Está siempre a la mano. La pelota y el juego están siempre ahí. A mí me da tremenda alegría saber que te cambiaste al lado o le pasaste una pelota al Palito [Pereira], o le compraste un bizcocho de los que vendía. Me acuerdo una vez que hicimos doble horario y me quedé en la casa del Seba [Fernández]. Otra vez me acuerdo de dormir en la playa con Damián Frascarelli, a puro refuercito. Bajábamos del parque Rivera hasta la playa, dormíamos, poníamos el despertador y volvíamos. Hoy en día soy espectador, hincha de Nacional. No tengo tele, pero si voy a la casa de alguien pido para poner fútbol”.
La despedida promete volver
La mano del Pelusa hace driblings en el aire. Se apresta a cabecear como Víctor Púa en 2002. “Así como vos soñás con hacer goles, yo sueño con la mejor función”, define, como en aquel gol en la cancha del Villa.
No titubea al contarnos lo que se viene de Cayó la Cabra. Se anima. Parece recordar los ensayos, los chaparrones de ideas, los paraguas de la realidad, el salir a mojarse con amigos. “El espectáculo del año que viene se llama Natural. Somos una tribu medio conectada con la civilización. Unos indios con championes. Ya tenemos la presentación y el primer cuplé, la canción final y la despedida. La idea es irnos una semanita de vacaciones y después terminar de armar todo”. Entona: “Desde la naturaleza hasta lo más artificial, es todo lo que somos, todo lo que tenemos, porque es la única materia prima que conocemos”. Y cierra el círculo como en ese gesto de los directores de cerrar la voz y la batería y dar lugar al silencio, al aplauso: “Siempre alquilamos cuatro casas en Valizas, todos los veranos. Y la cabeza de todo esto es Nico Minetti, con las ganas de vivir que tiene. Van las jermus, las novias, los amigos, gente de la Catalina, de otras murgas, desde hace seis años. Todo lo organiza el Nico, que ya está re ansioso: ya sabe quién duerme dónde, qué se come a fin de año, cuánto hay que poner; todo. Después volvemos, terminamos los dos cuplés que quedan y el 22 estamos en 18 [de Julio] desfilando, pintándonos la cara otra vez. Todo el año es carnaval. Fue carnaval”.
Valizas, playa, una pelota, los mismos payasos de siempre. Miradas al sol de playa que se reconocen. Son parte. La amistad, el sentido de pertenencia, la referencia en el otro. No serán el remedio, pero sí son caras para ponerle a la vida cuando decide ser esa burla con la que no se ríe nadie.