Pierina Marcolini era estudiante de la Escuela de Nurses del Ministerio de Salud Pública (MSP) en 1959, cuando pisó por primera vez el hospital Vilardebó para hacer una práctica de enfermería. En 1964 comenzó a trabajar como docente y cada año concurría al hospital para apoyar las prácticas de enfermería en psiquiatría. En 1985 pasó a ser docente del Departamento de Enfermería del hospital y después ocupó la jefatura de éste. Se jubiló en 2004, pero entre 2006 y 2008 se desempeñó como asesora honoraria del departamento. El tema le siguió atrapando y en 2008-2009 participó en las reuniones organizadas por el Programa de Salud Mental del MSP. Allí conoció a la periodista Margarita Michelini, quien ya tenía interés en la temática y no dudó en escarbar y descubrir el potencial de lo que aquella mujer tenía para contar. Trabajaron, le plantearon la idea a la editorial Trilce, y así surgió el libro Nurse Pierina... soy Gustavo. Recuerdos del hospital Vilardebó, que se presentó ayer en el salón de actos de la Administración de los Servicios de Salud del Estado (ASSE).

¿Por qué la atrapó el Vilardebó? “El Vilardebó no me atrapó a mí sola. Generalmente los que hemos trabajado en el Vilardebó siempre decimos que es una familia; como toda familia tiene sus conflictos, no es una panacea, pero acarrea el vínculo, la emoción, los sentimientos, porque allí encontramos la riqueza o las carencias con respecto a la relación de las personas en la solución de sus conflictos, ya sea emocionales, de vivencias, de existencia, de sobrevivir... eso nos atrapa”, respondió Marcolini a la diaria.

Horacio Porciúncula, director de Salud Mental y Poblaciones Vulnerables de ASSE, reseñó que el libro revive la historia de la salud mental en Uruguay, de la psiquiatría y del hospital Vilardebó. Comienza recogiendo la impotencia de la estudiante de enfermería ante el sufrimiento de pacientes a los que se les inyectaba trementina, una sustancia tóxica utilizada para diluir pinturas que era aplicada a los pacientes en los muslos para provocar su inmovilidad. Porciúncula reconoció que hoy son prácticas “dantescas e inadmisibles”, pero que formaban parte de un abordaje terapéutico cuando no se contaba con fármacos, puesto que los primeros psicofármarcos aparecieron en la década de 1950.

El libro busca desmitificar los prejuicios que tiene la sociedad sobre la locura y reflexiona sobre el rol de los equipos de enfermería. “Es una excelente herramienta para que nuestros estudiantes y los profesionales de la disciplina puedan tener como referencia para aprender a cuidar, cuidado del que tantos hablan pero que muy pocos pueden hacer”, comentó ayer Margarita Garay, directora de la cátedra de Enfermería en Salud Mental de la Facultad de Enfermería de la Universidad de la República.

Con voz propia

“Siempre consideré que los pacientes tienen algo que decir y los demás algo que escuchar”, expresa Marcolini en el prólogo. Sus voces son recogidas mediante los recuerdos de la nurse y en el capítulo final, en el que se incluyen textos de los talleres literarios del Centro de Investigación en Psicoterapias y Rehabilitación Social y del Centro Psicosocial Sur Palermo; dos de sus integrantes, Pablo y Javier, leyeron sus textos en la presentación.

En los relatos sobre pacientes -cuyos nombres son ficticios- se observa la indignación de Marcolini por las situaciones de abandono familiar, así como por la inoperancia institucional. Teniendo presente el respeto hacia sus colegas y el cuidado de no desautorizarlos, Marcolini hablaba con los pacientes, los escuchaba, interpretaba sus gestos, ideaba soluciones que luego planteaba a médicos, directores y funcionarios. Así cambió el rumbo de las vidas de aquellos pacientes. Algo tan sencillo y tan difícil como eso. “Los conocimientos de los profesionales, adquiridos durante los estudios de la carrera, se enriquecen paso a paso por medio de la experiencia, la intuición, la lógica, el trabajo en equipo y, principalmente, gracias a la relación con los pacientes”, escribieron al finalizar uno de los relatos.

Marcolini expresó que otra de las claves está en saber “guiar al paciente hacia la parte sana, la enfermedad no lo invade totalmente”. En los escritos del final del libro un paciente, Carlos, desarrolla con otras palabras la receta: “Desmalezo continuamente, riego la porción sana de mi psiquis con actitudes esclarecedoras, herramientas culturales de todo tipo: libros, poemas, música, películas. Me hago fuerte en mi sanidad. Incluso, me ha tocado vivir situaciones que en otros momentos me hubieran tumbado, talado, poniéndome frente a una crisis, a una internación”.

Tiempo a favor

El libro identifica un “notorio avance en los tratamientos y en los cambios en la forma de contener a los pacientes”, desde la medicación hasta dejar de emplear chalecos de fuerza y usar anestesia para los electroshocks, y también al limitar los días de internación para evitar la cronicidad. Asimismo, se ha mejorado en la dotación de licenciadas y auxiliares de enfermería. Comentó que a fines de 1950, la especialización médica más prestigiosa era la medicina quirúrgica; luego lo fueron los CTI y los centros de hemodiálisis. “La enfermería comunitaria y la enfermería en psiquiatría eran desvalorizadas frente a estas otras áreas; era muy difícil hacer que una profesional que se recibía deseara ir al Vilardebó, y menos a las colonias psiquiátricas. Las autoridades se extrañaban de que alguien quisiera ir al Vilardebó, era algo que no se entendía, porque la imagen que se tenía del paciente psiquiátrico era de alguien agresivo, bizarro, peligroso, que daba mucho trabajo, y las películas norteamericanas agravaban más la situación, con todas las imágenes de locos. La sociedad no aceptaba al loco”.

Michelini calificó el libro de “polifónico”, por tener voces de distintos lados -personas con patologías psiquiátricas, profesionales, funcionarios- y también por reflejar distintos momentos históricos: pasado, presente y futuro. Porciúncula comentó ayer que este libro posibilita “cuestionarnos el futuro”, y en el prólogo especificó que “se trata de construir, paulatinamente, abordajes que permitan la transformación de los contextos interpersonales, que habiliten a nuestros pacientes a seguir integrados en sociedad”. Mostró una foto de mediados de la década de 1990, cuando se desempeñaba como director del hospital y junto con otros profesionales decía “no al encierro”.