Una temporada de prestado en una casa con piano adentro y trenes afuera, una lectura fundacional de Las uvas de la ira, una extraña fascinación por la migración de campesinos chinos, una separación, la necesidad de generar un sonido que diga la verdad, y la voluntad de darle un sentido a todo lo anterior. Así, de a fragmentos y con la certeza de que el único absoluto -por ahora- es el desplazamiento, se fue armando El éxodo, el tercer disco de Eté & Los Problems, la banda-cantautor encabezada por Ernesto Tabárez. El chico triste que salió a hacerse cargo de la noche con Malditos banquetes (2009) y le gritó con rabia al mal y sus 1.000 caras en Vil (2011) volvió con un disco tan rockero como los anteriores pero narrado desde afuera hacia adentro, sin desesperación. 11 canciones armadas de escenas y sonidos que alternan el fuego con la calma de alguien que se dio cuenta hace rato de que no tiene plan B. El éxodo viene a cerrar algo. “La trilogía de los discos con tapa blanca”, se apura a responder el elocuente Tabárez. Y un poco más; El éxodo es tan crudo como sensible, sin dudas el trabajo más luminoso que hizo hasta ahora. Uno de los mejores discos del año que vino a pagar la cuenta.
-Antes de tener armado este disco me habías dicho que no podías escribir…
-Sí, pero ya estaba escribiendo. Una de las cosas más fuertes cuando estás haciendo un disco es pensar que no lo estás haciendo. Eso fuerza la máquina. Yo, en realidad, en ese momento ya tenía 15 elementos: frases, ideas, líneas melódicas, que terminaron estando en el disco. Entonces lo re estaba haciendo, sólo que no lo veía con claridad. En noviembre de 2013 dije que no íbamos a tocar más y me di hasta diciembre para terminar el disco. En dos meses bajé todos los archivos sueltos a un disco. Fueron esos dos meses, en los que también me separé y me fui a trabajar a la casa del Enano [Sebastián Teysera, vocalista de La Vela Puerca]. Ahí había un piano, pasaban trenes, y escribía todo el día. Llegué a diciembre con 20 canciones terminadas.
-A diferencia de Vil, que es casi una declaración de principios, El éxodo es más narrativo, está cargado de escenas. ¿Qué cambió?
-No sé cómo fue el cambio, sé las premisas que me di para trabajar. Es un disco que no tiene ninguna escena interior, y en Vil son todas interiores. Acá son todas canciones en movimiento, de desplazamiento. Tenía claro que quería buscar frases cortas que mostraran escenas de la historia, y no que contaran la historia. Como “Objetos perdidos”, “La portera” o “Jordan”. El disco tiene mucha confusión y pequeños momentos de lucidez. Y el recurso de tirar elementos sueltos, y explicar algo, tiene eso.
-¿Por qué El éxodo? ¿Fue a partir de la canción?
-No. De hecho, la canción vino después. El éxodo nació todo junto. La carpeta se llamaba “chinos”. Uno de los primeros versos que se me ocurrieron fue “el futuro está en chino”, que está en una canción que al final no entró. Yo venía pensando en eso y a los pocos días encontré un número de Le Monde Diplomatique que se titulaba “El futuro de China” y me lo compré. Lo que más me asombró fue el desplazamiento del campo a la ciudad de los campesinos, los mingong; es uno de los mayores éxodos de la historia mundial.
-Y yo que pensaba que era el clásico disco de separación. Con la canción “El incendio” me parecía tan claro…
-Es que es eso también. Pero es curioso: “El incendio” la escribí bastante antes de separarme de mi mujer. Es rarísimo, porque empecé a imaginar diferentes situaciones de desplazamiento, como los éxodos, que siempre son por razones distintas. Entonces empecé a buscar historias de gente que se fuera. Cuando me separé, el disco tomó un sentido trágico que no tenía, y con ese sentido lo terminé. Porque es un disco sobre moverse, sobre dejar de ser quien eras, abandonar cosas que pensabas que eran centrales en tu vida y de pronto no están.
-¿“Jordan” también estaba antes?
-No; el estribillo, de hecho, lo hice el mismo día que me separé. Me fui a la cancha de básquetbol a tirar tiros, estuve ahí horas y me vino el estribillo. Después pensaba: “Qué pena que este estribillo no va a poder ir en ningún lado, porque ¿dónde va a entrar la frase ‘sos como Jordan’?”. Dos semanas después, agarré otra canción, que es “Jordan”, y cuando me pedía un estribillo cayó perfecto. Era la misma canción. Ese día me quedé muy contento. Les mandé mails a amigos diciendo: “Acabo de escribir la canción de mi vida”.
-¿La seguís pensando así?
-Un poco sí. Igual, era el momento, la emoción. Pero esa canción tiene algo que está muy por encima de mí. Una vez en la vida, me salió.
-Justamente, es la única canción que coquetea con el pop, en un disco que es muy rockero.
-Es que para mí el rock es un sonido, no un ritmo. El sonido dice lo que no entra en las palabras. Para eso está el ruido. Una premisa que tenía desde antes de que naciera el disco era que tuviera un sonido más crudo. Cuando terminamos de grabar Vil, le dije a [el ingeniero de sonido] Esteban Demelas: “¿Cómo hacemos el próximo disco?”. Demelas me respondió: “Todos juntos”. Y me encantó. Entonces, cuando entramos a grabarlo, la forma de hacerlo, por el tipo de canciones que teníamos, era tocándolo todos juntos. Fue grabado casi en vivo, en cuatro días. Después grabamos las voces. En Vil hay muchas capas de guitarras. Hay una emoción que sucede cuando tocás con tus cuatro compañeros: te prendés fuego. Hay cosas técnicas que se logran ahí también, hay cosas que se tocan mirando, hay mucho cabeceo. Incluso dejamos mugre, errores, se escuchan cosas que nos decimos. Hay un momento increíble, en la canción “El éxodo”, que es todo tensión y yo grito muy fuerte: “¡Tocá!”. A veces lo digo en vivo, porque quedó como una respuesta: no importa lo que pase, tocá.
-No sos under ni indie, pero tampoco te fuiste a un proyecto más popular. ¿Dónde te ubicarías?
-En mis canciones. Yo me paro donde me pongan las canciones. No pertenezco a un colectivo, aunque en este disco participaron muchos amigos. Eté & Los Problems es una banda. Tenemos amigos que están en bandos opuestos, según ellos. Pero si yo encuentro a un tipo que hace música auténtica, no me importa desde qué lugar la haga. Yo no miro eso. No creo que Montevideo sea un lugar más o menos apto para eso que ningún otro lugar. Creo que romperla se rompe del mismo modo en cualquier lado. Tocás para 50 personas, después para 100, después para 500, y, si tenés suerte, para 10.000, y te podés morir en el medio. Para mí la música es tanto algo de estar vivo, que no tiene que ver con la gente que me vaya a ver. Yo hago esto porque no puedo no hacerlo.
-¿Alguna vez pensaste que tenías que vivir de otra cosa?
-Una sola vez. Una vez que me dije que no daba más. Y se me pasó. Vivo con esa inestabilidad, bastante pobremente. A veces me angustia, pero más me angustiaría no estar haciendo música. De alguna manera, se trata de elegir por qué sufrir. Cuanto tenía 20 años trabajaba en una empresa de software, usaba un traje y era realmente infeliz. No podía escribir; de eso nació Malditos banquetes. Me echaron porque empecé a fallar en cada cosa que hacía. De hecho, mis jefes, que eran muy buenas personas, me dijeron: “Andate a hacer música. La estás pasando mal”. Lloraba, tenía blackouts en los ascensores… Ahora tengo una certeza: no tengo plan B. De esto sólo se sale para allá, sólo se sale con más música. Y este año, por suerte, todos los días hice cosas vinculadas con la música, ya sea la mía o la de otros. Supongo que 2015 será un año de hacerme cargo de la vida; ojalá que no. Me pesa no tener mi lugar, una casa, pero es algo que aprendí del disco: me hizo fuerte. Ahora mismo tengo medias y calzoncillos en la mochila, y voy viendo. “Objetos perdidos” habla de eso; la minita de la canción soy yo.
-¿Con este disco sentís que cerrás algo? ¿Una especie de trilogía?
-Sí, yo la llamo “la trilogía de los discos con tapa blanca”. Pensé que se podía llamar “La trilogía blanca”, pero suena horrible. Andá a saber, capaz que mi siguiente disco también tiene tapa blanca y es rockero.