Mariana Viñoles nació en Uruguay pero vive en Suiza. Con 38 años, parió dos hijos y cinco documentales. El sexto viene en camino. Comenzó a gestarse a fines de abril, cuando poco después de la visita del canciller Luis Almagro a un campo de refugiados en Jordania, el presidente José Mujica anunciaba que el gobierno ayudaría a los sirios desplazados por la guerra civil que hostiga al país desde 2011. “Venía siguiendo esta noticia particularmente conmovedora”, comenta la realizadora, que desde el exterior intenta no quedar por fuera de lo que sucede en su país de origen.
Las películas de Mariana tienen mucho de Mariana, afirmación que pecaría de obvia si sólo tratara de dar cuenta del rastro que todo creador deja en su obra, pero los documentales de esta creadora no sólo registran su impronta, sino retazos de su propia historia. Quizá, las que contengan un mayor componente autobiográfico sean la primera y la última de sus realizaciones. En Crónica de un sueño, su primer largometraje, Viñoles es a la vez directora y protagonista. Narra su retorno al país en 2004 cuando, como muchos otros uruguayos emigrados en la crisis de 2002, volvía para votar. La película acaba siendo testimonio histórico de un suceso de mayor envergadura, el primer triunfo electoral del Frente Amplio.
En Exiliados, su último proyecto terminado, explora los vínculos afectivos que se reconstruyen desperdigados por un mundo en el que familias enteras son separadas por vastas tierras y anchos océanos. La historia se hace carne en personajes que no son otros que sus propios familiares y allegados, fieles representantes de quienes habitan este presente interdesconectado. La habilidad con la que Viñoles introduce grandes temas mediante pequeñas historias es lo que hace universales y valiosos sus relatos.
Pero ¿qué hay de Mariana en la película sobre los refugiados sirios? “No tienen comparación los motivos por los que uno tiene que dejar su país, la peor de las circunstancias es una dictadura, como pasó en Uruguay hace 40 años, o una guerra”, sostiene Viñoles, que deja entrever cómo, de alguna manera, se refleja en sus personajes. “Cuando vino la crisis de 2002 mi familia se hizo pelota, mis dos hermanos se fueron a España, mi padre a Venezuela y yo me fui a estudiar a Bélgica. Es una boludez si lo tengo que comparar con lo que están viviendo mis protagonistas, pero esa experiencia me marcó, y por eso cuando hago películas trato de ir en busca de los sentimientos y las cosas que se rompen cuando uno deja su país. Uno nunca más va a volver a ser el que fue, y va a quedarse dividido para siempre en dos o más mundos”, explica.
Mariana quiso filmar la película desde que leyó la noticia sobre el anuncio de Mujica. “En el inicio pensé que no lo podía hacer porque no estaba en Uruguay para estar atrás de la cosa”, sostiene. A pesar de esta limitación, se contactó con la periodista María Urruzola. “Le escribí un mail para ver qué le parecía, si no era una idea delirante, si ningún colega estaba trabajando en eso. Enseguida recibí su respuesta, súper optimista. Después las cosas sucedieron”, recuerda. Poco después de la primera comunicación con Urruzola, Viñoles se reunió con Javier Miranda, secretario de Derechos Humanos de Presidencia, que se encontraba en la oficina de las Naciones Unidas en Ginebra, ciudad donde vive Mariana.
La directora viajó a Líbano en dos ocasiones, la primera en agosto, cuando el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) realizaba las entrevistas para seleccionar a las familias sirias que vendrían a Uruguay. “Había mucho miedo, inseguridad, estrés. Todo el mundo estaba trabajando en un terreno nuevo”, recuerda. “Filmé las entrevistas de tres familias que podían viajar o no y conocí a quienes terminaron siendo dos de mis protagonistas principales, casi por cuestión del destino”, agrega. La segunda instancia en Líbano fue para acompañar a los refugiados en su viaje y llegada al campo de los Maristas en Montevideo, donde permaneció junto a ellos diez días.
Mariana logró establecer vínculos estrechos con varios de los sirios, en particular con algunas mujeres. Tal es el caso de Sanaa, quien con su familia protagoniza el documental. La joven de 21 años tiene junto a su esposo, Ibrahim, dos niños, y esperan otro que nacerá en enero. “Cuando terminó la entrevista [de ACNUR] nosotras nos dimos un abrazo enorme, fraterno. Yo era parte de esa familia, estaba todos los días con ellos”, dice la realizadora, que recuerda que la tarde anterior al viaje, cuando los visitó en su casa de Líbano, “estaba toda la familia que había ido para despedirlos, fue un momento divino”.
Naher, de 35 años, es otro de los personajes en quien se centra la historia. Llegó a Uruguay junto a su esposa y cuatro hijos. “Es un hombre muy carismático, con alma de líder”, afirma la realizadora. Hay un par de adolescentes que a Viñoles le gustaría incluir en la película, pero aún no han confirmado su participación, “por esta cosa del pudor”, dice. “Me fue más fácil comunicarme con niños y adultos. Con esta franja de edad había una dificultad de llegar, con la cámara sobre todo. No tengo muchas imágenes de ellas en el avión, pero cuando llegamos, de alguna manera se sentían identificadas conmigo, porque yo estoy aprendiendo árabe y ellas español, repetían las palabras que yo sabía decir y nos reíamos. Se generó un vínculo muy lindo, una de ellas me regaló un anillo que tengo puesto en este momento”, agrega.
Mariana se imagina el comienzo de la película en la embajada uruguaya en Líbano, donde las familias estaban esperando para ser seleccionadas. “Me gusta esa cosa embrional, eso impersonal de las entrevistas a estas personas que estaban ahí esperando, nerviosas, que no se sabe si van a viajar o no, y después se da ese quiebre de que sí hacen el viaje”, afirma.
En cuanto al desenlace de la historia, hace hincapié en la importancia del tiempo. “Quiero ir dejando un registro a mediano plazo y en el que haya un verdadero cambio, esto quiere decir que los niños van a crecer y a ser jóvenes, van a incorporar la lengua. Lo que quiero ver es qué va a pasar con ellos, y para eso el tiempo tiene que pasar”, afirma.
El tiempo que debe transcurrir a efectos narrativos, el largo proceso de edición y la posproducción, un tanto compleja por el idioma, son los culpables de que no podamos ver la película hasta su estreno en 2018.
La realizadora tiene planes de regresar a Uruguay en febrero para seguir rodando; en ese entonces las familias estarán viviendo en distintos puntos del país. “Ellos realmente van a estar viviendo nuevas vidas. Ahí voy a estar más tiempo, nos vamos a poder comunicar mejor, yo voy a saber un poco más de árabe y ellos de español”, dice Viñoles, que contó con la ayuda de traductores.
La película aún no tiene financiación. Aunque por el momento está siendo producida por Mariana, es un proyecto que realiza junto a su compañero, el también cineasta Stefano Tononi, por intermedio de Cronopio Film, la productora independiente que ambos fundaron y que homenajea a los seres salidos de la imaginación de Julio Cortázar.
La directora afirma que es difícil conseguir financiación antes del rodaje. “Hay proyectos que no pueden esperar, y éste es un ejemplo, tenía que sacar dinero de donde fuera, y pude porque estaba en Ginebra, nunca hubiese podido viajar a Líbano desde Uruguay”, sostiene.
¿Por qué contar la historia de estos migrantes y no la de otros, siendo varios los que llegan a Uruguay quizá sin tanta cobertura mediática? Las películas de esta directora son la prueba viviente de que el interés por los que dejan su tierra latía mucho antes de la llegada de los sirios. Mariana afirma que por tratarse de una historia de refugiados de guerra puede generar interés a nivel internacional y que la situación de estas familias “es más grave que cualquier otra situación de refugiados que ha recibido Uruguay”. Sostiene, además, que el componente religioso es un diferencial: “A los musulmanes no los quieren en ningún lado. En Europa, por ejemplo, piden que los refugiados sean cristianos”, argumenta.
Los proyectos cinematográficos deben tener un título que puede coincidir o no más tarde con el de la película. “Los hijos de la guerra” es el nombre elegido por el momento para el trabajo de Viñoles.La directora afirma que “estas 120 personas (los sirios que van llegando a nuestro país) se están salvando de un calvario que no se sabe cuándo va a terminar”. Agrega que “hay millones de desplazados, algunos han tenido que irse de sus ciudades porque ya no existen más, gurises que nunca fueron a la escuela por estar en campos de refugiados”.
Hijos de la guerra.