-El patrimonio cultural no incluye sólo lo arquitectónico. No obstante, parecería que es esto lo que está en mayor riesgo, por la cantidad de obras de construcción que hay en la actualidad.

-Sí, no tengo dudas. Es una situación muy complicada, y me parece que tiene que haber un estado de la cultura. Por ejemplo, Assimakos. ¿Quién era Assimakos? Era un empresario que tuvo la sensibilidad suficiente, y no sólo el dinero, para contratar a un arquitecto que se animó a hacer un diseño muy peculiar, que es controvertido incluso para muchos arquitectos. En el patrimonio no hay verdades reveladas. Había arquitectos que lamentaban la pérdida y otros, muy veteranos y prestigiosos, que decían eso era un mamarracho. No importa si es un mamarracho o no; ése es otro el tema. No es un tema arquitectónico, es un tema que trasciende la ciudad, lo urbano. Entonces, cuando vemos lo de Assimakos, encontramos a un propietario que era sensible y que contrató a un arquitecto para que hiciera una obra de acuerdo a determinados criterios estéticos y a una solidez determinada. Hoy también hay una empresa, va a haber un constructor y hay arquitectos. Nosotros jerarquizamos que tiene que haber un estado de la cultura, un estado en el que a cualquiera que tenga la posibilidad de hacer una obra le nazca dialogar con el edificio que tiene al lado, dialogar con el barrio. Deberíamos apostar a un estado de la cultura por medio de la educación, de políticas sociales; es un proceso. Tengo esperanza en que este tipo de situaciones constituya una oportunidad para volver a debatir y que los decisores se den cuenta de que el tema está en la agenda de la ciudadanía. Además, el patrimonio cultural es algo que te da identidad. Cuando viajamos es para ver ciudades; viajás a Florencia, Venecia, Cuzco, y lo que querés ver es el reflejo de la historia [...] Hay ciudades en el mundo que tienen una gran historia, y eso va generando un estado en la gente. A nadie se le ocurre hacer un edificio de nueve pisos en el centro de Florencia. Ahí no solamente tiene que estar la autoridad pública, tiene que estar la cultura de la gente, del arquitecto, del constructor.

-Pareciera que el dinero le está ganando a la cultura, porque en Uruguay los estudiantes de Arquitectura hacen un viaje por todo el mundo para ver las obras que hay en esas ciudades, pero cuando vuelven hacen cajas de zapatos...

-Yo diría que sí. Lo que viene ganando es el interés particular, y el esfuerzo que debemos hacer es para que exista una reflexión y una práctica que miren el interés general. No podemos ser tan líricos y decir que no pasa nada. Las sustituciones tipológicas en arquitectura son en general muy pobres, y lo peor es que no dialogan con lo que tienen al lado. No dialogan con la historia, no dialogan con el edificio de al lado. En la Ciudad Vieja sí se ven edificios contemporáneos que son magníficos y que dialogan con el entorno. Eso quiere decir que es posible hacer una buena construcción contemporánea. Es más, el patrimonio muchas veces va de la mano de las viviendas de interés social. Tenemos ejemplos de cooperativas de viviendas que se insertan en la construcción histórica, y curiosamente son emprendimientos cooperativos. Entonces no es un tema de quién tiene más o menos dinero, sino de cómo te vinculás con la sensibilidad. Pero no está todo perdido; estamos en un tiempo de esperanza y, por tanto, en un tiempo de contradicciones. El mensaje y la práctican debe ser esperanzados y esperanzadores.