“La toma de decisiones en el cerebro adolescente” fue la conferencia que dio la doctora Silvia Bunge, de la Universidad de Berkeley, California, el viernes. El director del Centro Uruguayo de Imagenología Molecular, Henry Engler, el director del Instituto Pasteur de Montevideo, Luis Barbeito, y el decano de la Facultad de Psicología, Luis Leopold, disertaron sobre los argumentos que la ciencia puede aportar a la discusión de cara al plebiscito. Bunge es una referente en el estudio del cerebro adolescente, tiene un doctorado en neurociencia y se recibió de bióloga en la Universidad de Yale, donde se especializó en psicobiología. Es vicepresidenta y profesora del Departamento de Psicología de la Universidad de Berkeley. Dirige el Building Blocks of Cognition Laboratory, que trabaja en el campo de la neurociencia cognitiva, la psicología del desarrollo y la investigación en educación. Estudian, por ejemplo, cómo la experiencia influye en la construcción del cerebro y su funcionamiento.
Bunge inició la conferencia caracterizando a la adolescencia como la etapa en la que las personas son proclives a tomar riesgos como cometer crímenes, consumir drogas, tener accidentes de tránsito y sexo sin protección. “Desestiman las situaciones peligrosas”, señaló. La especialista se centró en tres aspectos que pueden incidir en el comportamiento de los jóvenes: los cambios en el cerebro, el rol de las hormonas y la influencia del contexto y los pares.
Según explicó, en la adolescencia hay un incremento en la velocidad y en el flujo de conexión de las redes entre las distintas áreas del cerebro, y las funciones cognitivas complejas dependen de qué tan extendidas estén esas redes. “Cuánta más comunicación hay entre las dos partes del cerebro, más eficiente es el control de uno mismo, y es esta comunicación lo que se está desarrollando durante la adolescencia. Sin embargo, los adolescentes tienen mejor control de sí mismos que los niños y siguen tomando más riesgos”, dijo. Una de las posibles respuestas a por qué los adolescentes están más interesados en asumir riesgos, según sus investigaciones, es que hay un cambio en la red de trabajo del cerebro durante el razonamiento, porque el desarrollo del cerebro no termina hasta alrededor de los 25 años y porque la corteza prefrontal, que tiene que ver con el autocontrol, no madura hasta después de los 18 años.
Otra posibilidad es, a su entender, que los adolescentes no entienden las posibles consecuencias de sus actos y tienen dificultades en el razonamiento de conceptos abstractos. Consideró que es importante el papel que juega la motivación a explorar: “En la adolescencia estás explorando y en la adultez estás explotando lo que exploraste”, explicó.
Algunos estudios revelan que los jóvenes toman más riesgos cuando están acompañados de sus pares. “En presencia de los pares se pone en juego una parte del cerebro que es muy importante a la hora de tomar decisiones y en el control del comportamiento”, indicó, y agregó: “Nada más pensar en los pares, influye en la toma de decisiones”.
Según la especialista, el adolescente está caracterizado por el cambio en el procesamiento de las recompensas. Consideró que el incremento en el sistema de la actividad de la dopamina está relacionado con la búsqueda de sensaciones y la toma de riesgos.
“La adolescencia es una importante etapa en la transición hacia la independencia y la competencia social. En la mayoría de los casos eso es adoptado, pero hay individuos que son vulnerables y más propensos a meterse en problemas”, concluyó.
Formateo
El análisis científico respecto de las decisiones que toman los adolescentes abre el abanico de argumentos en el debate sobre la baja de la edad de imputabilidad.
Para Engler, el “complicadísimo proceso” que desarrolla el cerebro puede ser interrumpido por diversas causas. “Se están dando en nuestro país una serie de discusiones que pueden tener una importancia muy grande, por interferir de una manera u otra con el proceso que se produce en los jóvenes para llegar a ser individuos cabales, totalmente desarrollados con una personalidad”, explicó. A esto le sumó la desnutrición, las drogas (incluyó la marihuana) y el alcohol como una amenaza a “este delicadísimo proceso de conexión del cerebro humano”.
Por su parte, Barbeito, que dirige el Laboratorio de Neurodegeneración del Instituto Pasteur, remarcó que bajar la edad de imputabilidad “es absolutamente incoherente, porque es un cerebro que se está construyendo”. “El cerebro está para volverse rebelde, rupturista y asumir riesgos, y eso es lo normal”, dijo.
A su entender, si se sabe que científicamente hay una base de normalidad en estas acciones, el cerebro en ese momento está basado en la plasticidad, es decir, “está adaptándose a las últimas condiciones del medio para ya quedar formateado como una computadora para el resto de su vida adulta. Es la última chance que tenemos de formar adultos que sean socialmente adaptados”. Por eso, consideró que “lo que el adolescente necesita es más bien contención, referencia, tener una línea de accionar, estar acompañado, y no salir a hacerlo imputable desde el punto de vista legal, lo que claramente hace entrar a ese cerebro en desarrollo en un camino que lo va a determinar, lo va a formatear en forma antisocial.
Estamos hablando de poner un rótulo muy peyorativo”. Desde el punto de vista de la neurociencia, explicó que hay razones comprobadas para decir que el cerebro es extremadamente vulnerable en la adolescencia. “Hay que generar referencias hasta que el cerebro termine de cablearse y tenga respuestas que consideramos de adultos, que pierda esa tendencia por la influencia hormonal”, dijo.
Tejido social
Para Leopold, es claro que los seres humanos viven distintos tipos de maduraciones. “Se producen en determinadas condiciones biológicas, cognitivas y neuronales, en el relacionamiento con otros, con nuevas situaciones y experiencias, con pares, con adultos y con otros tipos de otros, como máquinas, sistemas abstractos y situaciones nuevas. En ese sentido, el contexto sin duda es texto, no es exterior, no es algo con lo que se relaciona solamente; ese proceso de maduración está construido totalmente por ese tejido relacional y social”, dijo. A su entender, cuando se habla de la baja de edad de imputabilidad estamos frente a adolescentes que en muchos casos fueron víctimas, y deberíamos plantearnos si socialmente vamos a generar un circuito de revictimización.
Leopold consideró que es importante el mensaje y las oportunidades sociales que se generarán si no se aprueba la baja de la edad de imputabilidad. “Producimos un efecto de confianza, de cuidarnos entre nosotros. Lo mejor que nos puede pasar es ser parte del problema; uno tiene posibilidad de incidir, estar dispuesto a cambiar y a asumir responsabilidades”. Aseguró: “Determinados desarrollos, propios de determinados colectivos humanos, no pueden ser medidos con la vara de otros colectivos en función de determinados desarrollos de maduración etarios”. Lo que posibilita no aprobar la reforma “abre posibilidades de construcción del esquema social”, dijo. Para el decano de Psicología, hay un sector de la población al que le cuesta más soportar que la adaptación social de los adolescentes sea creativa y activa. “No son adultos chicos, son jóvenes; no les falta un pedazo del cerebro”, concluyó.