Leo en un diario argentino: “Murió el ladrón de 18 años linchado por vecinos en Rosario”. ¿Un linchamiento? Abro Google, acelero el cliqueo, nervioso, perturbado. Aparecen otras versiones de lo mismo. “Agoniza un ladrón linchado por vecinos en Rosario”. “Murió el joven linchado por vecinos en Rosario”. “El escalofriante relato de un linchamiento en Palermo”. “Estalló Twitter por el intento de linchamiento a un carterista en Palermo”. Unas pocas palabras sobrevuelan la lectura, inconexas y recursivas. Es como un mantra tortuoso: joven, ladrón, linchamiento, vecinos, Rosario, Palermo. Leo todo frenéticamente y en diagonal. No logro salir del estupor, y el palabrerío aturde. Igual se perciben las posiciones en la lucha de discursos: que si llamarlo joven o ladrón, que robó, que no robó, que no importa si robó o no robó. Sigo aturdido, afásico. Otros ya se atreven a diagnosticar: patotas de la derecha, violencia engendrada por los medios de comunicación y por los demagogos de la inseguridad. Eso dicen. Según parece, aquellos que pueden interpelar multitudes mediante un micrófono incitan a la violencia, van sedimentando odio. Un cierto día, 50 vecinos se ponen de acuerdo, bajo el consenso tácito de ese odio acumulado, y acribillan a patadas a un joven, peón de albañil. Lo dejan tirado en el asfalto, más de dos horas, con golpes gravísimos y pérdida de masa encefálica. Muere en el hospital cuatro días después.

He aquí una explicación de los hechos: los discursos políticos y periodísticos que piden mano dura generan episodios de linchamiento y otras manifestaciones de una violencia popular, irracional, precivilizatoria. ¿Me permiten dudar de esta explicación? ¿Cuál es la mecánica de ese fervor eliminacionista? ¿Los vecinos de Rosario serían los “verdugos voluntarios” de quién? ¿De una derecha cínica que -con complicidad mediática- podría canalizar electoralmente estas incipientes furias? ¿Dónde está Sergio Massa? ¡Claro! ¿Dónde iba a estar? En Nueva York, dándose la mano con el temible paladín mundial de la derecha securitaria, el padre de las políticas de tolerancia cero, Rudolph Giuliani. El círculo empieza a cerrar. ¡Rebrote de fascismo! ¡Eso es! Hay un rebrote de fascismo, con su dialéctica perversa entre los justicieros populares y el líder por venir; los camicie nere y el futuro Duce. El argumento nos muestra una realidad aterradora, pero reconforta saber que tenemos una explicación. Y desde esta explicación daremos pelea. Mostramos, entonces, el retoño fascista: vecinos que festejan por Facebook el asesinato del joven rosarino, otro (fallido) linchamiento en Palermo, una mujer platense que se compra un revólver calibre 32 y 50 balas para dormir en paz.

Insisto: ¿puedo dudar de esta explicación? La historia de los fascismos mundiales tiende a mostrar que entre la propaganda fascista y las expresiones de violencia popular no hay una relación mecánica. No se trata de negar a los discursos propagandísticos cualquier tipo de capacidad productiva y relegarlos al espacio de la retórica inútil. Pero entre el mensaje y el linchamiento hay un espacio de mediación, todo un campo de experiencia social que se cocina con otros ingredientes. En la televisión y en la radio tenemos agitadores de la peor barbarie punitiva desde que tengo uso de la memoria, y no es frecuente que la audiencia salga a reunirse en hordas de 50 personas para una masacre digna del primer capítulo de Vigilar y castigar.

Sucedió en Rosario, una ciudad que viene mostrando un preocupante ciclo de homicidios y corrupción policial. Sucedió en Argentina, un país que en más de 30 años ininterrumpidos de democracia no ha sabido, o no ha podido, cambiar su putrefacto sistema de justicia penal, policía y régimen penitenciario. No ha sabido cómo hacerlo, a pesar de los numerosos intentos de reforma, y no ha podido, por la fortaleza de las corporaciones y sus habilidades para reacomodarse, gestionando emociones, ante cada caso resonante. Desde Blumberg hasta Carolina Piparo.

Ahora bien, ¿cuál es el caldo de cultivo de estos nuevos linchamientos que nos lastiman y exponen llagas? ¿Los discursos de un puñado de charlatanes y políticos oportunistas? ¿O la silenciosa trama de la violencia que se teje en las ciudades y sus contornos, día a día, al ritmo de lazos sociales corroídos? ¿No sobredimensionamos un poco el poder de los medios, de las palabras que viajan por ondas electromagnéticas? ¿Qué lleva a una portera platense a comprarse un revólver? ¿La acumulación de horas de Eduardo Feinmann? ¿O la experiencia cotidiana de vivir en La Plata entre policías bonaerenses que coimean comerciantes so pena de declararlos zona liberada? ¿Qué secreto encadenamiento de miserias va construyendo las condiciones de posibilidad de un linchamiento? ¿Cuántas patadas, cuántas trompadas, recibió David? ¿Qué siente, qué piensa, qué pasa por la cabeza del supuesto justiciero cuando golpea el cuerpo inerte de un joven desconocido? Tengo más preguntas que respuestas, más desasosiego que rivales a quien culpar.

  • Publicado en Cosecha Roja (http://cosecharoja.org/)