-¿Qué trabajos anteriores toma este informe?
-Vengo trabajando esta temática desde 2006. En mi tesis de maestría de 2013 estudié los dos Censos de Población que fueron realizados en 2006 y en 2011. Además, analicé un calendario de historia de vida que se pubicó en 2006, donde abordo qué factores son disparadores y cuáles de riesgo, los que explicarían el pasaje a una vivienda, a un refugio y a la intemperie. Las variables son trabajo, tipo de vivienda, pareja, etcétera. Por otro lado, siempre he trabajado con varones y mujeres solos (nunca en refugios de familia), y estudié biográficamente los desplazamientos de las personas. En una línea de tiempo, desde que nació hasta que fue entrevistada, analicé qué es lo que le va pasando en su vida y cómo eso va afectando en su plano residencial. A qué edad se desvinculó de la educación formal. Con eso vos podés ver un movimiento en la situación residencial. El fenómeno de situación de calle tiene que ver con trayectorias inestables en un amplio sentido. Hay una cuestión de intermitencia a nivel laboral, sanitario, residencial. La vivienda no es algo ajeno a lo que sucede en el fenómeno. El informe que presentamos se da en el marco del trabajo conjunto entre el Programa de Atención a personas en Situación de Calle (PASC) y el Departamento de Discriminaciones Múltipes y Agravadas del Instituto Nacional de las Mujeres del Ministerio de Desarrollo Social, y se basa sólo en mujeres, desde la mirada de los equipos de atención. Ocho de cada diez personas que habitan refugios son hombres. A nivel mundial hay una clara masculinización del fenómeno, sin embargo, hay una tendencia al aumento de mujeres que atraviesan una experiencia de calle antes (entre los 15 y los 24 años). No es un tema que se estudie porque son pocas, y además permanecen invisibilizadas, porque muchas veces, antes de ir a un centro van a la casa de otra persona. En general evitan dormir en la calle por miedo a la violencia física.
-¿Cuáles son las características de esas historias de vida?
-En los análisis surge que las mujeres [que son cerca de 300 en total] se van de las casas en forma muy temprana y tienen historias precarias residencialmente. Estaban en casas de agregadas, de familiares, y se van cuando ya no aguantan más alguna situación de violencia. No han estado insertas en el mercado de trabajo y presentan pocos años de educación. Lo que llama la atención de los datos entre hombres y mujeres es que hubo un aumento de las personas que duermen en centros entre 2006 y 2011, y está concentrado en los varones que tienen entre 18 y 35 años, con más de 15 años de educación. El perfil de persona que habita en un centro es cada vez más joven, varón y con más años de educación formal. En las mujeres no se ve un aumento pero cambia el perfil y presentan mayores niveles de educación. Además, aparece un pico de mujeres de mayor edad, que no han estado insertas en el sistema educativo. A nivel internacional son las mujeres las que presentan las peores situaciones, porque se le rompe la trama vincular, provoca un cambio intencionado en la vida y se desplaza sin importar a dónde la lleve. En las entrevistas con los equipos de trabajo de los tres centros nocturnos en Montevideo (hay cuatro en total) que hice para el informe, me decían que ellos no ven que las mujeres solas tengan trayectorias de violencia, sino más bien aquellas que tienen hijos.
-¿Cuál es la construcción social que existe sobre esta situación?
-En general, a la gente que duerme a la intemperie se le adjudica un problema psiquiátrico y además prevalece una concepción de cronicidad. Los integrantes de los equipos de trabajo me dijeron que consideran que el 80% de las mujeres tienen patologías psiquiátricas porque son tan vulnerables y están en un peor estado sanitario. Me hablan de patologías no invalidantes: trastornos de personalidad, depresión, y se basan en percepciones. A estas personas en general, les van pasando cosas que las desestabilizan emocionalmente y no hay una política de salud que logre atenderlas. Éste es un fenómeno que escapa a muchas cosas que todos podíamos suponer, de que era producto de la crisis. En seis años, la oferta de centros nocturnos creció de siete a 22 [de 2006 a 2013]. Hay un tema grave, que es la violencia intraparental. Todos se van de sus casas siendo adolescentes por sufrir violencia.
-La política de centros nocturnos es que exista egreso y no se considere una situación permanente. Pero, ¿cómo se logra esa salida?
-Hay sucesos que disparan la salida de las mujeres y casi siempre es el encuentro de una pareja. Esas relaciones en general no son duraderas y ellas vuelven al centro. Es tal el deseo de formar un hogar y de pertenecer a una familia, que lo intentan rápidamente. Hay que pensar en qué cosas son las que disparan el ingreso al centro también. Muchas veces es la violencia. También el egreso de instituciones penitenciarias o de salud, y la ruptura de lazos de pareja, son factores para el ingreso. En los centros hay que trabajar mucho para que las mujeres entiendan que es transitorio, porque generan vínculos y redes ahí y para ellas significa otra cosa que para los hombres. El tema es pensar a dónde se van a ir luego. Porque en la mayoría de los casos cuando egresan siguen en situaciones precarias. Cuanto mayor es el tiempo que permanecen en el centro, disminuye la probabilidad de acceder a una vivienda.
-¿Cuáles son las recomendaciones que plantea el trabajo?
-Una, es que tiene que haber una política integral para el abordaje y tiene que intervenir el Ministerio de Salud Pública, el de Vivienda, el Instituto del Niño y el Adolescente del Uruguay. La situación de calle “es el resultado de”. Uno no asocia al fenómeno como un problema de vida. Se asocia a la pobreza, a la marginalidad. Además, hay que valorar el grado de asimilación, porque no es una población homogénea: hay personas que tienen problemas con el consumo, hay otras que no, hay gente que cobra menos de 6.000 pesos y no puede pagarse una pensión. Otros pagan un lugar y luego vuelven cuando pierden el trabajo. Hay una intermitencia. No es una población estable. Con los años se han cambiando los niveles de atención y se busca capacitar al personal, pero no es un fenómeno que pueda ser atendido desde un programa. Hay otras instituciones que tienen que abordar la temática.