Además de la falta de seguridad y del incumplimiento de la normativa que llevan a episodios como el de Durazno, los trabajadores se exponen a intoxicaciones varias, lesiones crónicas, afecciones respiratorias, gastritis y plombemia. A 64 años de iniciada esta actividad en Uruguay, el panorama ha mejorado poco y nada, a pesar del crecimiento sostenido del sector.

Ya en la década del 30, que también es la del origen de ANCAP, el doctor Rómulo Ardao estudiaba lo que definió como “síndrome de refinería”, alteraciones en la salud del trabajador que opera con derivados del petróleo. El dato lo rescató en 2004 el escritor Carlos Liscano al publicar el libro Conversaciones con Tabaré Vázquez e incluyó un artículo de Marcha de marzo de 1973, en el que Hugo Alfaro narraba los problemas que sufrían por aquel entonces los únicos trabajadores del ramo, los de Acodike.

La nota también cuenta una historia personal, la de Tabaré Vázquez, cuyo padre era empleado en la refinería de ANCAP y padecía malestares gástricos frecuentes. De niño se había propuesto ser médico para demostrar que esos males eran consecuencia directa de los productos con los que los trabajadores del sector tenían contacto, así como de las malas condiciones laborales. Fue en setiembre de 1972, que, según la crónica de Alfaro, expuso en un congreso en Buenos Aires 20 casos de trabajadores de Acodike con problemas crónicos, quienes fueron seleccionados tras eliminar a los fumadores, tomadores de alcohol, asmáticos y con historia familiar de trastornos similares. Entre otras cosas comprobó alteraciones neuropsíquicas (nerviosismo, dolores de cabeza, contracciones musculares, marcada irritabilidad), respiratorias (tos seca crónica, irritación de las mucosas) y digestivas (gastritis, pirosis, flatulencias, náuseas, vómitos, porosidad de las materias fecales), así como afecciones pulmonares. Las “verificaciones hematológicas dieron un aumento considerable de la reserva alcalina (un 74% a un 78%, siendo un 60% el valor normal)”.

Su trabajo fue avalado por el congreso y se recomendaron varias iniciativas, entre ellas legislar en la materia. La nota consigna que el apoyo que Acodike le dio a Vázquez tenía la doble intención de proteger la salud de sus empleados y, sobre todo, usar esos resultados para lograr mudarse (algo que la empresa pretendía desde hacía años), achacándole esos problemas a la refinería.

Acodike se mudó, el mundo cambió y la tecnología casi todo lo pudo. Sin embargo, las anécdotas y situaciones descritas por Alfaro hace 39 años son similares a muchas de las escuchadas en la elaboración de este informe. O a las que los afectados han planteado reiteradamente ante el Parlamento. Poco ha cambiado.

Ayer, nomás

En marzo de 2010 denunciaron ante la Comisión de Legislación del Trabajo de la Cámara de Diputados la exposición directa a vapores tóxicos, alto nivel de ruido y el esfuerzo que deben hacer al cargar las garrafas de 13 y 45 kilos. El 14 de marzo de 2012, volvían a ese ámbito. Al inicio de la sesión, el delegado sindical José Luis Vallejo subrayó el malestar con el que asistían, tal como se lee en la versión taquigráfica: “Ya estuvimos en esta Comisión hace unos meses planteando nuestra problemática. Me refiero al sobrepeso de las garrafas y a las condiciones laborales generales. Volvimos a golpear estas puertas por el tema del plomo [refiere a una comparecencia de diciembre de 2011], ya que había dos casos que nos alarmaban por los altos valores. Actualmente tenemos más casos y pudimos corroborar que dentro de las plantas existe contaminación por plombemia. Hay una gran cantidad de exámenes hechos, particularmente en una planta, aunque no vamos a dar nombres de empresas”.

“Venimos a mostrar nuestro enfado nuevamente, porque seguimos en la misma situación. Tenemos una comisión tripartita sobre condiciones laborales en la Inspección [General] del Trabajo, pero hasta ahora no ha retomado su actividad. Lo único que conseguimos fueron unas rotaciones, que siguen siendo insuficientes y una posible compra de envases más livianos al extranjero que no se ha concretado. Sin embargo, el volumen que vienen inyectando las empresas en el mercado es muy bajo. Además, seguimos teniendo gente de poca edad con lesiones. Hay personas que consumen analgésicos como si fueran caramelos. Tenemos compañeras en edad fértil que siguen trabajando en los lugares contaminados. Según la Facultad de Medicina, el máximo es diez microgramos por decilitro de sangre, y tenemos muchachas que superan los 20 microgramos por decilitro de sangre. Entonces, si la tolerancia del Banco de Seguros [del Estado] es de 30 microgramos por decilitro de sangre, ¿por qué siguen trabajando?”.

En líneas generales, la situación permanece incambiada en cuanto a las secuelas más graves, al punto de que en el ítem siete del acta de acuerdo firmada el 5 de marzo, luego del siniestro en el comercio de Durazno, “el sindicato y la cámara empresarial reconocen la necesidad de retomar la Comisión Tripartita de Salud y Seguridad en el ámbito de la Inspección General de Trabajo”.