La periodista y legisladora porteña Gabriela Cerruti publicó en 2010 el libro El Pibe, biografía del actual jefe de gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Mauricio Macri. Resultado de una investigación extensa y profunda, el trabajo da cuenta de la vida personal y política del hijo más destacado del empresario italiano Franco Macri.

Cerruti desnuda, como nunca antes, las relaciones del grupo Macri con el Estado, ya fuese éste dirigido por los militares, Carlos Menem o los Kirchner, y ya fuese apelando a la legalidad o a métodos estrictamente mafiosos. Sirviéndose de millonarios contratos con los gobiernos de turno, Franco Macri lideró la formación de un imperio económico de asombrosas magnitudes que un día -pensaba- habría de heredar su hijo Mauricio.

Sin embargo, Mauricio Macri sentía que, sin abandonar el mundo de los negocios, lo suyo eran la fama y la política: no le alcanzaba con el dinero, quería reconocimiento. Por eso decidió meterse de lleno en el fútbol, una de sus pasiones. Haciendo uso de una poderosísima red de contactos y de importantes recursos económicos, llegó a ser presidente de Boca Juniors (1995-2007). Respaldado por un pequeño grupo de economistas liberales y buenos publicistas, se lanzó a la política en 2003, nada más y nada menos que como candidato a la jefatura de Gobierno porteño, y salió derrotado con 37% de los votos en primera vuelta y con 46,5% en segunda. En 2005 fundó su propio partido, Propuesta Republicana, que lo impulsó como diputado en Capital Federal, con 34% de los votos. En 2007 se convirtió en jefe de Gobierno al obtener 60% en segunda vuelta y derrotar al intelectual de izquierda Daniel Filmus. Ante el mismo adversario fue reelecto en 2011, con 64%.

Sobre el final del libro, Cerruti concluye que la derecha argentina, después de mucho tiempo, puede poner democráticamente en la presidencia a un cuadro nacido y formado en el corazón del poder económico argentino.

Ahora bien, ¿cómo se explica esta carrera política meteórica? ¿Por qué Macri goza de alta popularidad? ¿Por qué su imagen positiva casi nunca se ve afectada, pese a sus declaraciones en contra de la “inmigración descontrolada”, su reivindicación de Osvaldo Cacciatore (intendente de Buenos Aires durante la última dictadura), su procesamiento en 2010 por montar una red de espionaje y, especialmente, pese a los turbios negociados de su padre, de los cuales, en buen número, ha sido parte?

El éxito político de Macri tiene una explicación política y otra comunicacional; ambas, desde luego, están estrechamente relacionadas. El Pibe armó un equipo que reúne a economistas liberales y cuadros del justicialismo porteño (quizá lo peor del justicialismo porteño), lo que le da a su espacio sustento político-ideológico y territorialidad, a lo que hay que sumarle un excelente trabajo de marketing, destinado a disimular, entre otras cosas, a los teóricos que le dan letra, a los aparatos que lo respaldan y al prontuario de su apellido.

Mauricio Macri, abruptamente, comenzó a ser llamado Mauricio. Se afeitó el bigote. Reservó las corbatas para situaciones excepcionales. Se rodeó de dirigentes nuevos y relativamente jóvenes. Adornó sus actos con músicas modernas y globos de colores. Y como opositor al oficialismo nacional, logró construir un perfil de muchacho rebelde que, en el colmo de la ridiculez, se plasmó en una remera creada por la juventud de su partido, en la que la cara del empresario se confundía con la del Che Guevara, acompañada por la frase “Macri es revolución”. Su discurso, ambiguo y vacío, se centra en la eficiencia de la gestión y en la tolerancia política (aunque se refiera a la presidenta Cristina Fernández como “esta señora”).

El kirchnerismo nunca supo enfrentarlo, ni siquiera cuando el matrimonio Kirchner estaba en su mejor momento. Se lo ha acusado groseramente de fascista, de burgués, de oligarca, de “nene bien”, de empresario vago e incapaz (calificativos ratificados por su propio padre). Pero nada de esto pudo con Mauricio, que repetía y repite sin parar: “Los agravios son parte de la vieja política. Nosotros respondemos a los insultos con ideas”.

Los errores políticos del kirchnerismo, sumados a sus deficientes estrategias comunicacionales, han permitido que Macri, un neoliberal notablemente corto en términos intelectuales, carente de carisma pero muy bien asesorado, se convirtiera en un político de importancia.

Más allá de las diferencias entre la política uruguaya y la argentina, los políticos exitosos surgidos de los laboratorios del marketing y la publicidad, y basados en viejas y conservadoras estructuras partidarias, no son un fenómeno exclusivamente porteño. El triunfo de Luis Lacalle Pou en la interna nacionalista se basa en una combinación perfecta de nuevo marketing y viejo caudillismo. Los errores políticos del Frente Amplio, sumados a la pésima campaña comunicacional que se ha impulsado desde el vazquismo, generan un escenario político marcado por la incertidumbre. La derecha uruguaya, oculta detrás de un logo moderno o de un rap pegadizo, puede poner en la presidencia a un cuadro nacido y formado en el corazón del poder económico nacional: Luis Lacalle Pou, El Pibe.