El artículo publicado el lunes 1º por Martín Couto en este medio nos merece algunas reflexiones. Quizá para comenzar convenga señalar que, por regla general, nada sucede de la nada. Todo tiene su historia. Sus causas. Y la nota de Couto, compartible en muchos aspectos, adolece de ubicación histórica; en concreto, de por qué pasó en la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay (FEUU) lo que pasó.
Repasando, sobre el final y a la salida de la dictadura, los que por entonces éramos estudiantes y resistimos tanto la dictadura como la intervención de la Universidad de la República (Udelar) militábamos en organizaciones clandestinas, con visiones muchas veces muy discrepantes acerca de cómo debía darse el proceso. De hecho, los abajo firmantes, en la actualidad docentes universitarios y militantes de la Asociación de Docentes de la Udelar, estábamos entonces en trincheras distintas, con visiones políticas muy diferentes.
Las luchas por el poder y la conducción del proceso fueron muy fuertes en aquella época, enfrentando concepciones, organizaciones clandestinas con legales, organizaciones políticas, político-gremiales y gremiales. La necesidad de una organización gremial plural, participativa, democrática y fuertemente legitimada por el conjunto de los estudiantes fue preponderando sobre los intereses sectoriales, y su construcción se convirtió en la meta clara y central del movimiento estudiantil de aquella época.
El éxito de esa estrategia se demostró en una eclosión de manifestaciones multitudinarias: recibimientos a las nuevas generaciones, “candombailes”, revistas estudiantiles, murgas y especialmente la exitosa e histórica Marcha del Estudiante del 21 de setiembre de 1983, convocada por la ASCEEP. Ése fue el nombre que le dimos a la organización unitaria recientemente creada y que luego habría de llamarse ASCEEP-FEUU, como producto justamente de la síntesis política realizada. La construcción fue difícil, no exenta de disputas muchas veces violentas, pero nos quedaba claro que las renuncias que los distintos grupos podíamos estar haciendo, para preservar ese ámbito plural y participativo, eran un precio ínfimo a pagar frente a la fuerza que nos daba ser la expresión legítima de los miles de estudiantes que concurrían a las asambleas.
El respeto riguroso a los acuerdos estatutarios -y sobre todo el respeto por nuestros compañeros y por el espacio de participación que habíamos creado- hizo que, más allá de disputas y desacuerdos que muchas veces tuvimos, nunca tiráramos tanto de la cuerda como para correr el riesgo de romperla. El respeto de las reglas de la democracia, buscar siempre la máxima participación posible y saber que el otro aceptaba esas reglas, no por imposición sino porque eran las que a todos nos daban las mismas garantías para canalizar y amplificar nuestras opiniones en ese espacio plural y unitario, eran la clave.
Desde hace años, ese ámbito plural y participativo (duele decirlo) no existe. Por el contrario, la FEUU es desde hace demasiado el “campo de batalla” de pequeños aparatos que luchan por el predominio al margen de la opinión de la amplísima mayoría de los estudiantes universitarios (basta ver el aumento de los votos en blanco en las elecciones universitarias, la escasísima participación en las asambleas estudiantiles, el desconocimiento por parte de la mayoría de los estudiantes acerca de quiénes son sus delegados en los ámbitos del cogobierno, etcétera). Ése es el problema de fondo. Hace unos días se manifestó en la votación del rector. Podría haber sido por otro problema. Podría haber sido en una dirección o en otra. No ver eso es no ver el problema... y la única forma de solucionar un problema empieza por analizar a fondo, sin anestesia, sus causas.
Lo sabemos, somos de otra época. En aquellos tiempos recién empezaba a haber internet, no había teléfonos celulares ni Facebook ni Twitter. Habíamos vivido nuestra adolescencia y temprana adultez bajo la dictadura, y la posibilidad de que algún día la izquierda gobernara el Uruguay era sólo un sueño lejano. No pretendemos saber lo que el movimiento estudiantil debe hacer hoy. Seguramente las estrategias y las formas serán otras, pero hay algo que es cierto ahora como lo fue entonces: la fortaleza de los gremios reside en su representatividad, en la cantidad de estudiantes que se sientan reflejados en la práctica y en las posiciones expresadas. También es cierto que la participación no se impone por decreto sino que se construye con respeto por el otro, trabajando con amplitud y generosidad. La profunda convicción de que el espacio gremial vale por sí mismo, más allá de lo funcional o no que pueda resultar a la agenda política de grupos particulares, debería guiar todas nuestras prácticas.
Nosotros, como Couto, apostamos a que esta situación generada entre los estudiantes se resuelva. Por la FEUU, sin duda, pero sobre todo por la Udelar. No es una tarea fácil. Hay que trabajar, y mucho. Y tener siempre presente que los estatutos son válidos si la “gente”, los representados, los asumen como propios. Ésa es la única garantía. Lo demás no es más que una manifestación de deseos; compartibles, sin duda, pero simples deseos sin base real. Y ahora, a coser. A unir. Eso nos pide la Udelar. Eso nos exige el país.