Según está previsto, el Barrio de las Artes estaría comprendido entre las calles 18 de Julio, Wilson Ferreira Aldunate, rambla Gran Bretaña y Ciudadela (incluidos el teatro Solís y la plaza España). Es una idea en desarrollo desde 2010, cuando el grupo inversor argentino Fen y la Intendencia de Montevideo (IM) acordaron que el primero restauraría el ex hotel Cervantes, en Soriano y Andes (ahora Esplendor Cervantes), y la segunda promovería y acondicionaría un entorno con varios padrones desocupados y mal conservados. Para darle marco al proyecto, en el origen se pensó en un “barrio literario”, pero finalmente, siguiendo una práctica frecuente en el mundo, la de mejorar un entorno urbano a partir del arte, se definió la creación del “Barrio de las Artes”.

En 2013, vecinos y demás actores interesados gestaron el proyecto Memoria Futura para presentarlo al Presupuesto Participativo de la IM. Consiguió votos suficientes y obtuvo una financiación para invertir en la mejora. Según Daniel di Stasio, presidente de la Asociación Civil Barrio de las Artes, creada en agosto, los fondos van a estar “a fin de este año o el año que viene”. Con ese dinero se piensa iluminar y mejorar con obra artística algunas fachadas y veredas, y agregar mobiliario urbano, entre otras acciones de reparación.

Son varios los artistas plásticos que instalaron sus talleres en la zona, y algunas galerías abrieron nuevas puertas, destacándose un par de ellas por la cantidad de artistas que nuclean, por las propuestas ofrecidas y por definirse como “de gestión autónoma” o “independiente”, al no recibir fondos ni lineamientos de instituciones públicas ni privadas.

Las del olmo

Uno de estos espacios es Pera de Goma, en Wilson Ferreira 1140. Creado por un colectivo de egresados del Instituto Escuela Nacional de Bellas Artes (Universidad de la República) acostumbrado al trabajo en grupo, hacen gestión y curaduría de muestras colectivas mensuales de convocatoria abierta, a las que llaman “episodios”.

Además, allí funcionan talleres de historieta, dibujo y pintura, y es la sede en Uruguay del colectivo Curatoría Forense, un grupo de trabajo y estudio de arte contemporáneo latinoamericano encabezado por el chileno Jorge Sepúlveda y la argentina Ilze Petroni, que periódicamente llega a Uruguay y monta exposiciones o propone instancias de debate, en el entendido de que “las prácticas artísticas contemporáneas no implican solamente la producción de objetos, obras o experiencias de arte. Porque si bien son éstas las que activan el circuito, en la actualidad se han convertido en un aspecto que forma parte de un entramado mayor de relaciones sociales, políticas y diplomáticas entre los artistas y los otros agentes e instituciones que posibilitan la visibilidad, circulación y legitimación de la producción”.

El viernes 26 de setiembre Pera de Goma cumple un año e inaugura el Episodio 10. Hasta diciembre se mantendrá en el domicilio que ocupa actualmente, pero empezará 2015 en un nuevo local, en Soriano y Ciudadela, donde se le sumarán un estudio de arquitectura y otro de diseño. En la casa actual va a quedar Olika, la tienda de muebles retro con la que Pera de Goma comparte el espacio. También va a quedar, en la fachada, la pintura de Nicolás Sánchez, Alfalfa: un gran pez que, con variaciones, puede verse en otras paredes de Centro y Ciudad Vieja.

Camino a Marte

A pocas cuadras, en Florida 1215 está la galería y centro cultural Marte. El lugar, que es más amplio de lo que parece a primera vista, cuenta con un sótano donde funcionan los talleres de los artistas Ernestina Pereyra, Federico Arnaud, Catalina Halles y Gustavo Tabares, integrantes de un colectivo mayor que lleva adelante el proyecto con clases, charlas, jornadas musicales, exposición y venta de obra plástica, y atención de una librería que ofrece libros de arte con pequeñas fallas y buenos descuentos.

Marte se mudó de Ciudad Vieja hace unos meses y pasó a compartir el espacio con Zona 598, la galería que funcionaba en el local y que actualmente lleva adelante un taller-fábrica de muebles de cartón. El sábado 6 de setiembre Marte reabrió sus puertas al público con una exposición de más de 30 artistas de diferentes generaciones y características plásticas.

Y las 1.000 palabras

la diaria conversó con algunos de los artistas presentes en la inauguración acerca de sus obras expuestas. Gustavo Jauge expone Gueto 1 y Gueto 2, dos objetos cilíndricos que podrían rodar. Cada uno está formado por 30 biblioratos envueltos con nailon film. El autor, que utiliza el bibliorato de oficina como símbolo de la burocracia y sus consecuencias más opresivas, piensa, en esta obra, en “etnias rechazadas”. Cada uno de los biblioratos sería una persona que se junta con otras iguales para sobrevivir. A Jauge le interesa “como tema disparador, transitar la calle” y la “ira” que puede sentir, por ejemplo, un cadete -como él “cuando era más chiquilín”- mientras la recorre y hace trámites. El artista trabajó antes con biblioratos, la mayoría encontrados en volquetas, como en Hiperburocracia, para la que utilizó 1.500.

Pablo Conde expone, de la serie Valijas de inmigrantes, una intervención con material de construcción. Son valijas compradas en ferias, que recuerdan a los primeros pobladores de la ciudad. El artista las considera un símbolo de identidad, porque su contenido era todo lo que el viajante podía o elegía transportar. Además, expone otra obra que también asocia con la identidad, pero mediante la arquitectura, a partir de un molde de baldosas de vereda enmarcado en cemento, “como si fuera una ventana”, dice.

El andar cotidiano sobre esas baldosas le daría a su obra un carácter de símbolo colectivo. Y las huellas, que son visibles, serían vivencias y también ausencias, a veces relacionadas con la dictadura. Este último sería el caso de una obra suya que integra la exposición del Premio Nacional de Artes Visuales, en la que las huellas, gracias a un juego plástico, ahuecan el piso.

Ernesto Vila expone un cuadro de formato pequeño, enmarcado en blanco, que porta una imagen protegida por un vidrio. Con cartón, papel de colores que alguna vez envolvió un regalo traído al artista de Europa, témpera blanca y especial composición, el autor consigue, según dice, más “una desimagen que una imagen”. Se sugiere el perfil de Alfredo Zitarrosa.

Ernestina Pereyra presenta Resucitaron, una instalación con la forma de un ataúd lleno de cabello humano. La artista trabaja desde 2008 con cabello donado o que junta en la peluquería de su madre. Según dice, le interesa que el pelo “tenga vida previa”. Con ese material desarrolla varias búsquedas y se pregunta “qué es lindo y qué no”, mientras registra que para el público en general “el pelo en la cabeza es lindo y fuera de la cabeza no siempre” lo es. Plantea sus temas desde el lugar de quien se desmarcó del “tabú” del pelo en la sopa: en su casa, con una madre peluquera, el pelo en la comida no era algo extraño.

Federico Arnaud expone una obra de la serie que comenzó con la crisis de los primeros 2000 y tituló Palacio a Salvo esperando el Zeppelin. Aquello que la crisis destruía y había que salvar fue simbolizado por el artista con una escultura del Palacio Salvo. A partir de ésta hizo un molde y generó nuevas versiones. El Salvo que ahora expone está hecho con papel blanco y cola plástica. El autor toma “la arquitectura como dato”, llegando a asociar paisajes con estados de ánimo. Según dice, le interesa el devenir de los edificios y la vida que habita en ellos. Con este espíritu creó la obra expuesta actualmente en el Premio Nacional de Artes Visuales, que refiere al edificio Ciudadela.

Nuño Pucurull muestra una reproducción, en papel cansón negro, de una botella pequeña de cocacola. El autor utiliza el símbolo ya conocido en el arte, que para él representa “el imperio, el consumo”, pero podría haber elegido para exhibir una pinza, una canilla o un palillo de colgar la ropa, porque todos ellos son objetos cotidianos que reproduce con la misma técnica y con igual motivación. Aquí “no hay estudios matemáticos ni geometría”, dice. Hay manipulación del papel húmedo sobre el objeto. Al autor le interesa “que el papel diga algo” y entregarse, si es necesario, al error racional que surge de la contradicción de concebir determinado procedimiento o acabado, cuando el material sugiere otra alternativa. En este caso, la botella no tiene boca. El autor sostiene que “los errores son expresivos” y reflexiona: “En Occidente somos demasiado racionales”.

Marcos Medina expone dos cuadros hechos con fibra y lápiz de color. Sería “dibujo punk”, define. Se inspira en “situaciones internas, cosas que pensás cuando estás con otra gente”. Le interesa “cómo funciona la conciencia cotidiana, la mente en relación”. Y agrega: “Las cosas que nadie dice, como, por ejemplo, ‘tengo miedo de quedar mal’”.

En uno de los cuadros hay una mujer religiosa dando un discurso, dos prostitutas y otras personas menos especiales. Todo está bañado por una misma luz colorida. El autor dice que la imagen significa “que desde todo eso, lo más bajo, lo espiritual o la gente normal, tenemos acceso a la luz, a momentos de luz”. En el otro cuadro hay un grupo de personas que comparten una comida. La perspectiva es la de La última cena, el cuadro de Leonardo da Vinci en el que los comensales ocupan solo un lado de la mesa. En el dibujo de Medina los personajes gesticulan, interactúan, pero sus rostros y parte del cráneo no están, como si con una goma se hubiera borrado esa franja de imagen. Según Medina, “se borran la identidad y quieren ser otras personas”. Y esto, dice, “es consecuencia del miedo”, representado por una anciana asustada en el fondo del cuadro.

Medina también intervino el baño del local: pintó la puerta y personajes en el techo, que sería “como un cielo con gente común que irradia cierta personalidad”, dice. Las personas están hechas con pintura fluorescente (se ven en la oscuridad) y el techo está pintado en tonos pastel. El artista cuenta que le interesa pintar “cosas duras, a veces de miseria, pero hacerlo con un color lindo”.

La exposición se completa con obras de Cecilia Mattos, Paola Monzillo y Santiago Tavella, entre otros.