No voy a escribir sobre el nuevo rector de la Universidad de la República. Ni sobre Álvaro Rico. Tuve y tengo una posición muy clara sobre cuál era el mejor candidato y cuál el mejor rumbo para nuestra Universidad. Pero me resulta imprescindible, vital, reflexionar sobre la violación del mandato de la Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay (FEUU) por parte de algunos delegados estudiantiles en la última Asamblea General del Claustro (AGC).

La semana pasada, el movimiento popular uruguayo sufrió una importante herida. Lejos de adherir a fatalismos que sólo conducen a la paralización y a la inacción, creo que es una herida que puede cerrar en poco tiempo. Pero también puede seguir abierta y agrandarse cada vez más. Depende del camino que tomen quienes hoy están en la FEUU.

Es necesaria una síntesis política de lo que pasó en la FEUU, que permita producir y construir en la mañana siguiente. Para eso, para corregir y volver a construir (y reconstruir), me parece riesgoso justificar y minimizar lo ocurrido. Hay una serie de argumentos que relativizan lo que pasó, que son discutibles y peligrosos.

Un argumento es que la escasa participación social, que por supuesto también golpea a la FEUU desde hace años, permite entender que la resolución del gremio no es tan representativa y, por tanto, no es tan grave violar su mandato. Con este criterio, al debilitamiento de los sujetos colectivos le estaríamos respondiendo con la liquidación de los sujetos colectivos. Elijo, por el contrario, construir y reconstruir.

Otra línea argumental considera anacrónico que la FEUU pretenda votar en bloque. Algo así como que la FEUU, al no seguir el criterio de los otros órdenes (que votan dispersos y que resuelven sin criterios comunes), adquiere un poder exagerado, un poder de otro tiempo. Sigo creyendo, por el contrario, que la potencia de las herramientas depende de su unidad. Y que si las organizaciones populares no son muy potentes, los proyectos de país conservadores, individualistas y excluyentes tienen la batalla ganada.

El tercer argumento es que la Ley Orgánica (LO) universitaria no establece cómo deben resolver los delegados. Y que no se violó ningún artículo de la LO. Es cierto. Sin embargo, ¿los movimientos populares se rigen por leyes votadas por el Parlamento? Lo que se violentó fue un acuerdo colectivo básico: discutimos, pero llegamos todos juntos.

Una FEUU debilitada -a la que a veces le cuesta ver el reflejo de la frase con la que cierra sus documentos (“por todo lo que nos une”)- necesita un mínimo de acuerdos colectivos que le permitan, mientras intenta revertir sus debilidades, seguir viviendo. Votar juntos a un candidato a rector era uno de esos acuerdos colectivos, que no fue rediscutido: simplemente fue violentado en forma unilateral.

Pero, ¿qué implica acatar un mandato? ¿Qué implica aceptar la opinión de la mayoría como propia, más allá de la posición individual? Implica entender que las resoluciones colectivas son siempre mejores, más profundas, más capaces que las individuales. Cuando acato algo con lo que no estaba de acuerdo, no lo hago por obligación, sino por una concepción que le otorga al grupo mayor capacidad de resolver en un sentido correcto. Ése es el “poder del grupo” del que hablaba la murga Queso Magro en 2009: “Un poder que no es de nadie y es de todos. / Un poder compartido que no admite otro modo. / Mi voz se duplica, se agranda lo que veo. / Yo soy todo lo que quiero / junto con mis compañeros”.

Les tengo una gran noticia a aquellos que quieren ver bien a la FEUU: hay una barra de militantes que tienen claro el rumbo y ya están construyendo. Será cuestión de dejarlos hacer y ser.