Existe un consenso bastante extendido en los partidos políticos y la opinión pública sobre la necesidad de reformar el sistema educativo, especialmente la enseñanza media. Hasta parece haber cierto consenso acerca de qué es lo que hay que cambiar, al menos en términos de estructura curricular y organización de los recursos humanos. Lo que no está claro es cómo se van a gestionar políticamente los cambios institucionales que proponen algunos candidatos, teniendo en cuenta el vínculo históricamente conflictivo con los sindicatos de la enseñanza. Para decidir su voto, la ciudadanía debería tener en cuenta la viabilidad política de las propuestas que se plantean en materia de educación y conocer cuál es el plan B de cada candidato si, como hasta ahora, los intentos de reforma fracasan.

Los partidos parecen estar en mayor o menor medida de acuerdo en que un camino alternativo o paralelo a la deseada reforma del sistema público tradicional podría ser incrementar la presencia de centros de gestión privada con financiamiento público en contextos carenciados. En otras palabras, continuar la expansión de experiencias como las de los liceos Jubilar e Impulso. El candidato del Partido Colorado lo propone explícitamente. El del Partido Nacional no ha hablado del tema, pero su eventual ministro de educación, Pablo da Silveira, ha sido uno de los principales impulsores de esas iniciativas. El Frente Amplio se ha manifestado por la vía de los hechos a favor de expandir estas iniciativas al duplicar, en diciembre del año pasado, el tope de exoneraciones fiscales a empresas que realizan donaciones para el establecimiento de este tipo de instituciones educativas.

¿Es este camino una posible solución al problema de la enseñanza media? En nuestra opinión, es muy dudoso que al “impulso” de los “jubilares” se vaya a lograr retener a los jóvenes desertores en el sistema educativo uruguayo. Incluso se podría amplificar y no reducir la desigualdad que ya presenta ese sistema.

Los centros como el Jubilar o el Impulso no cobran matrícula; son financiados fundamentalmente con fondos públicos (por la vía de renuncia fiscal) pero operan fuera del control de la administración pública y, por tanto, con autonomía para definir su currículo, horarios, plantel docentes, etcétera. Esta idea no surge en Uruguay, sino que se basa en experiencias similares desarrolladas en otros países, especialmente en Estados Unidos. Allí se conocen como charter schools y han tenido una importante expansión en los últimos veinte años. Si bien existen algunas diferencias con el modelo del Jubilar, la idea de fondo es la misma: contar con centros que funcionen por fuera de las reglas que gobiernan al sistema público tradicional.

Al igual que en el caso de los liceos Impulso y Jubilar, los estudiantes que quieran ir a una charter school deben postularse. Como en general las postulaciones superan a los cupos disponibles, son elegidos por sorteo. Aprovechando que los estudiantes son seleccionados aleatoriamente, varios estudios analizaron las diferencias de resultados educativos entre los que fueron elegidos para ingresar y los que no, encontrando evidencia de mejora. Los impulsores del modelo suelen apoyarse en esos indicadores de éxito para promover su expansión.

Limitaciones

Sin embargo, las evaluaciones experimentales realizadas sobre pequeños grupos con características específicas, no son generalizables. En primer lugar, porque los estudiantes sobre los que se aplica este tipo de evaluación no son representativos de los que presentan mayor riesgo de abandono escolar. Por ejemplo, muchas de estas instituciones no aceptan a cualquier adolescente con independencia de sus antecedentes académicos. En el Liceo Jubilar, por ejemplo, sólo pueden inscribirse menores de 14 años, y eso excluye automáticamente a todos los que hayan repetido más de dos años, condición que caracteriza a la mayoría de los adolescentes que a la postre desertan del sistema educativo formal.

Además, el esquema educativo de este tipo de centros se apoya en la participación de los padres y la requiere (en los casos del Jubilar y el Impulso, es una condición para ser aceptado). El simple hecho de solicitar una inscripción para el sorteo requiere la iniciativa de la familia para enterarse y anotar al estudiante, pero la participación familiar no se puede esperar a nivel generalizado, y menos entre los adolescentes con mayor riesgo de abandono escolar.

Por último, es difícil imaginarse que los jóvenes con mayor probabilidad de desvincularse del sistema educativo sean atraídos y retenidos por modelos educativos basados en la disciplina, con protocolos que, por ejemplo en el caso del Jubilar, prohíben ciertos peinados y accesorios.

En Estados Unidos, a medida que las charter schools se fueron masificando, su éxito se ha ido relativizando. Investigaciones que abarcan a un conjunto amplio de estas instituciones de enseñanza y las comparan con las públicas tradicionales, sugieren que existe una gran heterogeneidad de resultados en el nuevo tipo de centros. Un estudio realizado por la Universidad de Stanford (Center for Research on Education Outcomes) en 2013 para 27 estados de Estados Unidos, concluyó que 29% de los alumnos en las charter schools habían logrado mejores resultados en matemática que sus pares en escuelas públicas tradicionales de áreas cercanas, que 40% obtuvieron resultados similares y 31% obtuvieron peores resultados, observándose un patrón similar en lectura. Otro estudio, realizado en 2009 por la Corporación Rand, analizó el impacto de asistir a una charter school en el desempeño de estudiantes de ocho estados de Estados Unidos, sin encontrar diferencias significativas en la mayoría de los casos y hallando incluso un impacto negativo, en Texas.

Por otro lado, si tomamos en cuenta el fuerte efecto que los pares o compañeros de clase tienen sobre los resultados educativos individuales, sacar de los liceos públicos de contexto carenciado a aquellos estudiantes con mayor probabilidad de éxito (porque no han repetido y/o cuentan con el apoyo de sus padres) podría reducir aún más los logros educativos de quienes queden en el sistema público. El final del documental estadounidense The Lottery, sobre las charter schools, deja planteado (sin proponérselo) un potencial problema adicional: la frustración de no salir sorteado para ingresar en un centro “estrella” podría desmotivar a quienes estaban inicialmente motivados, y por consiguiente afectar su desempeño ulterior.

Hay quienes argumentan que la presencia de este tipo de centros “exitosos” puede servir como punto de comparación o ejemplo de buena gestión, y así ejercer presión positiva sobre la educación pública. Pero, en el supuesto caso de que efectivamente estas experiencias lograran mejores resultados educativos que el sistema público tradicional, es dudoso que, al expandirse, ello se tradujera en que los docentes del sistema público se vieran presionados y consecuentemente mejoraran sus prácticas. No parece, por ejemplo, que eso haya sucedido en Estados Unidos. Por el contrario, la expansión de las charter resta recursos disponibles para la educación convencional, y por lo tanto se pierde margen de maniobra para mejorarla.

No hay otra

En definitiva, es posible que los centros como el Jubilar o el Impulso puedan mejorar los logros educativos de algunos grupos específicos de estudiantes, pero seguir expandiendo ese modelo no va a solucionar los problemas más urgentes del sistema educativo. Es probable que esta estrategia sólo termine dando lugar al surgimiento de una variedad de centros educativos de calidad muy heterogénea, en varios casos con resultados peores que los de los centros públicos tradicionales, como parece haber sucedido en Estados Unidos. Peor aún, este camino podría agravar la marcada desigualdad que ya presentan los resultados educativos y reducir las posibilidades de emprender la necesaria reforma del sector público.

Para que éste no termine siendo el camino que tome la educación de nuestro país, es necesario que se planteen y discutan medidas políticamente viables para reformar el sistema público, y la responsabilidad de que eso suceda es compartida. La negativa sistemática de muchos docentes a cualquier reforma que se proponga, no hará otra cosa que seguir sumando adeptos a la expansión de iniciativas paralelas o sustitutas del sistema público tradicional. A su vez, cualquier iniciativa política que pretenda reformar el sistema educativo de espaldas al cuerpo docente o quitándole derechos está condenada al fracaso. Tal vez, lo que algunos busquen sea efectivamente eso.