Internet es una maravilla porque democratiza la información, y es un desastre por lo mismo. Hasta ahora, al leer los titulares sobre un mismo hecho político en dos diarios, uno podía extraer conclusiones a partir de los antecedentes que uno manejara sobre ambos; es divertido el ejercicio de comparar. Hoy cualquier cosa circula en las redes sociales y resulta mucho más difícil someterla a juicio alguno; es más fácil saber qué son La República y El País (o la diaria) que la cadena Antares, el analista Mustafá Jerozolimski o la Universidad Aristotélica de Sidney, Arizona.
Hay temas específicos -los vinculados a la salud, por ejemplo- en los que la mayoría se siente inerme para guiarse entre la maraña de pelotazos que circulan. Uno puede verse tentado a concluir: “No sé a quién creerle, así que hago lo que se me canta”. No obstante, aun careciendo de formación, muchas veces sí se puede tomar posición, digamos, con un grado razonable de certeza.
En principio, no hay por qué rechazar o aceptar de plano estas novedades. Uno las puede clasificar en grupos según su credibilidad. Hay ciertos pasos generales que se pueden seguir para juzgar por uno mismo.
1) Leer atentamente la nota buscándole inconsistencias.
2) Buscar expresiones impropias de un trabajo serio. Si -como suele suceder- pretende tener una base real, y dice “científicos japoneses han demostrado que”, ya hay que prender una alerta. Si efectivamente fuera verdad, no diría “científicos japoneses”, sino algo más rastreable, como “el equipo liderado por Iroíto Mifune, de la Tokyo Medical University, bla bla bla”. En este caso, googleamos “tokyo medical university” y corroboramos que esa universidad existe (o que al menos alguien se tomó el trabajo de crear su sitio web). Agregamos la sigla “pdf” a la búsqueda y vemos que hay un montón de artículos científicos en los que participan investigadores de dicha universidad. Si nada de esto aparece, probablemente alguien nos esté tratando de giles. Por lo general, los artículos que intentan pasar por serios adolecen de expresiones tipo “incuestionable”, “terminante”, y muy especialmente esta expresión: “científicamente demostrado”. Nada que dice estar “científicamente demostrado” puede ser serio. Si uno llega a decir que algo “demuestra” tal cosa, nunca agregará “científicamente”; eso, en un artículo científico, sería simplemente una grosera redundancia.
3) Buscar información sobre el tema en cuestión. Si una noticia sensacional aparece sólo en blogs personales, tuits y páginas de Facebook, debe ser tomada con pinzas. Los medios de prensa tradicionales, más allá de lo honestos o deshonestos que nos resulten, suelen poseer filtros y controles que los cubren parcialmente de hacer el ridículo. Los blogs y las redes, no. De paso, al buscar información, solemos encontrar artículos que refutan (o intentan hacerlo) aquella noticia que causó nuestra duda (muchas veces, lo que a nosotros nos puede parecer una novedad lleva años circulando por internet). Éstos también pueden ser falsos, pero la lectura de ambos nos ayudará a formarnos una opinión. Además, por lo común, alguien que sólo desea engañar incautos no se toma el trabajo de andar refutando bolazos: inventa los suyos propios o reproduce otros.
Obviamente, que algo no sea “científico” (por ejemplo, la opinión de un chamán sobre un yuyo) no implica su falsedad. Pero cuando lo no científico “se disfraza de”, suele ser una truchez.
4) Muchas veces uno mismo puede repetir el experimento para ver su resultado. Tal cosa ocurre con el primer caso que analizaremos (sólo a modo de ejemplo) en esta serie: las plantas regadas con “agua de microondas”.
Es fácil toparse, en internet, con la serie de fotos de dos plantas, una (A) regada con agua de canilla y la otra (B) regada con la misma agua previamente calentada en un microondas (y vuelta a enfriar, claro). Tras unos días, la planta B empieza a marchitarse, hasta que muere. A partir de eso se extraen conclusiones sobre lo nocivo que es usar microondas, así en general. Encontré una nota que refuta estas fotos, mostrando que son truchas (retoques digitales y otras groserías peores). Pero supongamos que la falsificación fuera menos tosca y que hubieran usado un herbicida, o simplemente agua salada. Bueno, la cosa es simple: agarremos plantas y hagamos la prueba de regarlas con agua “de microondas”. Adivinen el resultado. ¿Lo adivinaron? Bueno, les puedo decir que son muy crédulos; yo también podría ser un farsante. Pero no cuesta nada probar.
5) Si anda corto de tiempo o de paciencia, al menos no comparta los links de cosas que parecen sospechosas; postergar la verdad es mejor que desparramar la mentira. O compártalos, si resultan divertidos, pero dejando claras sus dudas. Aun así, “compartir” tiene sus riesgos: una vez encontré un artículo de esos increíbles, que ofenden a la inteligencia, y puse el link en mi Facebook, agregando una descripción tipo “miren lo que dicen estos anormales”. Rato después, descubrí con horror que muchas personas habían compartido a su vez el link, pero sin mi frase. En su lugar decía: “Fulano de Tal, a través de Guillermo Lamolle”.