Hoy el turf nacional tiene su fiesta máxima en el Hipódromo Nacional de Maroñas. Además de premios, apuestas y corridas, este 6 de enero tendrá una particularidad: recibirán los diplomas los primeros 13 egresados de la Escuela de Jockeys y Vareadores, que funciona desde mayo en los hipódromos de Maroñas y Las Piedras.

Maroñas se preparaba ayer para la gran fiesta de hoy. Sobre las 10 de la mañana el sol empezaba a calentar y caballos y vareadores daban las últimas vueltas matinales a la pista, a la que volverían sobre la tardecita. Los animales retornaban a las caballerizas, los peones acomodaban las camas renovando el pasto que hace las veces de colchón, les daban de comer, barrían y baldeaban los espacios comunes hasta dejar todo impecable. Nada muy diferente a lo que hacen todos los días del año, en un trabajo que va de lunes a lunes y de sol a sol, tal como contaron dos vareadores que lamentaron estar barriendo y no llevar puesta la indumentaria. Desde el stud de al lado se escuchaban los golpes de un herrero, Juan Acevedo, que con ayuda de Juan Castro, que hacía de peón, le cambiaba las herraduras a Faraón Celeste, un caballo que el jugador de la selección nacional Diego Godín tiene en sociedad con otro, y de ahí su nombre. Una por una fue cambiando las cuatro herraduras, y tras terminar expresó: “Quedó pronto para ganar”.

El gusto, el amor por los caballos, como dicen, es el motivo que los convoca y aúna, atravesando -aunque de manera distinta, claro está- clases sociales y generaciones.

Enseñanza formal

Miguel Heredia fue jockey durante 32 años; hace siete que dejó de correr. “Todavía extraño”, confiesa. Pero supo reconvertirse: el año pasado fue convocado por la empresa Hípica Rioplatense Uruguay SA (HRU) y ahora es el director hípico de la Escuela de Jockey y Vareadores. El proyecto de crear la escuela surgió del contrato de concesión del Hipódromo de Las Piedras entre HRU y la Intendencia de Canelones.

Hacía diez años que Uruguay no contaba con escuela de jockeys. Heredia es alumno de la vieja época: integró la generación de 1973. En diálogo con la diaria destacó que se instruyó con el maestro y jockey Arturo Piñeyro. “Me formé en la escuela acá en Maroñas; estuve un año y medio, era mucho más rústico, teníamos caballos y la enseñanza de Arturo, que era muy importante, pero no lo que hay ahora”, dijo, mencionando el internado que hay en Las Piedras para que se alojen alumnos que viven a más de 100 kilómetros de Montevideo.

Durante la mañana se imparten las clases prácticas y de tarde las teóricas, entre las que se incluyen contenidos de ética y reglamentos, educación cívica, equitación, educación física y consultas con nutricionistas. El tema alimenticio es fundamental: un jockey no puede pesar más de 56 kilos, pero los aprendices no pueden superar los 52 kilos: “Es un hándicap que se les da a los aprendices que empiezan a correr; en vez de ir con 56 kilos, van con 52, a medida que van ganando carreras van equiparando los kilos, hasta que corren de igual a igual”, puntualizó Heredia.

Inscripciones abiertas

Los requisitos para ingresar a la escuela son: tener de 15 a 23 años, no pesar más de 52 kilos, tener primaria completa, certificación médica, tutor hípico (un entrenador con patente vigente con quien el alumno pueda desempeñarse durante el período de formación) y autorización de sus referentes si es menor de edad. Las inscripciones están abiertas hasta el 15 de febrero. Los formularios pueden ser retirados y entregados en los hipódromos de Maroñas, Las Piedras, Colonia, Melo y Paysandú.

El año pasado hubo 87 inscriptos; se seleccionaron 20 en función de los mejores resultados de la prueba práctica. Hoy egresan 13 alumnos, 12 varones y una mujer. Heredia explicó que 95% de quienes cursan provienen del interior del país. Algunos de los siete faltantes se fueron porque extrañaban a sus familias, una se cayó del caballo y se lesionó una vértebra y un par de muchachos no cumplieron con las exigencias. “Se tienen que quedar los que cumplen”, explicó el docente, matizando que si bien pueden contemplarse las diferentes situaciones, se busca que los alumnos tengan constancia y realmente quieran ser jockeys.

El diploma otorgado es de jockey aprendiz. Por el momento los habilita a varear (que de acuerdo a la Real Academia es “ejercitar un caballo de competición para conservar su buen estado físico”). Podrán correr luego de ser autorizados por la Comisión de Carreras de Maroñas: los alumnos con mejor desempeño comenzarán la próxima semana a hacer ese proceso. Heredia dijo que se hará de manera escalonada, porque “correr no es lo mismo que varear, ellos tienen que aprender a medir las distancias de los caballos que van adelante, respetar a los que vienen atrás, los cambios de línea de golpe son perjudiciales por algún accidente. Vamos a tratar de sacarlos lo mejor posible”, aseguró. El diploma de jockey profesional se los da la práctica solamente: lo obtienen cuando llegan a ganar 50 carreras.

De todos modos, muchos ya han corrido carreras en el interior del país, donde las exigencias y los controles reglamentarios son, en los hechos, menores a los de Maroñas y Las Piedras. De hecho, los tres egresados con los que hablamos para esta nota ya han corrido carreras fuera de Montevideo.

Primeros trotes

Matías Molina es de Trinidad, Flores, y tiene 18 años. Vivió un mes en el internado de Las Piedras, luego ser mudó con su tutor y ahora vive con un jockey. De niño, vivía cerca del Hipódromo de Trinidad; muy cerca de ahí estaba su escuela, de la que se escapaba durante los recreos para ir a andar a caballo. “Antes de terminar la escuela ya estaba vareando. Terminé la escuela y no quise estudiar, quise varear. A los 14 debuté en una penca de afuera y después me metía de escondido donde me dejaban correr”, contó. El pasaje por la Escuela de Jockeys le enseñó muchas cosas: “De todo, cómo convivir, cómo andar, el ambiente”, destacó.

Mauricio Valdez, de 18 años, es oriundo de Florida pero de chico se radicó en Montevideo. Su padre fue jockey y ahora es cuidador de caballos, tiene un stud en Maroñas. Mauricio monta a caballo desde los nueve años. “Yo seguí los pasos de mi padre, siempre lo miré, tenía el afán de llegar acá a correr”. Cuenta que “es un medio de vida” y que “podés llegar a ganar muy bien”.

Leandro Quintero, de Cerro Chato, tiene 19 años. Se crió en el campo. “Para ir a la escuela hacía 20 kilómetros a caballo, prácticamente he estado toda la vida arriba de los caballos”, sintetizó. Cuando tenía 17 años su patrón lo llevó a un hipódromo. “Tuve la suerte de ganar enseguida con ese caballo, un caballo que lo llevo en el alma y lo quiero mucho, y después me vine para acá”. Cuando terminó sexto de escuela, Leandro comenzó el liceo pero no le gustaba; su padre era capataz de estancia y él comenzó a trabajar de peón rural, manejando el ganado montado a caballo. Ahora está ante una nueva etapa y cuenta que “es algo que me gusta mucho, me levanto todos los días con ganas de ir a la pista a varear”.

Uno de los vareadores que barría en uno de los studs había sido jockey. Pero era alto y pronto superó el peso límite. Lamentó que antes no existían los saunas de los que disponen ahora los corredores en Maroñas, y contó que él y otros tantos corrían dos veces por semana desde Las Piedras a la Gruta del Lourdes envueltos en bolsas de nailon, que no comía casi nada y que a veces llegaba a marearse de todo el tiempo que pasaba sin comer. Explicó que fue duro dar un paso al costado, pero es lo que corresponde: “Más vale que te bajes vos a que te bajen ellos”, dijo, en relación a todo el dinero que circula en cada apuesta. Otros ribetes de la profesión.