Los trailers y adelantos gráficos de esta película estaban en la vuelta desde hace un par de años. Se la anunciaba como una de esas megaproducciones destinadas a arrasar las taquillas. A priori tenía bastantes atractivos: se trataba de un film de fantasía heroica -un subgénero al que en cierta forma pertenecen tanto la saga de El señor de los anillos y la de Crónicas de Narnia como cualquiera de los productos emparentados con Conan o los héroes mitológicos de Lucha de titanes y Hércules-, contaba con un gran presupuesto, en su elenco aparecían dos estrellas talentosas como Jeff Bridges y Julianne Moore y estaba dirigida por el ruso Sergei Bodrov, quien había incursionado en el género épico con la excelente Mongol (2007), una biografía muy libre de la juventud de Gengis Khan. Sin embargo, el estreno se retrasó y, lo que nunca suele ser una buena señal, la película fue estrenada antes en mercados pequeños -como los de Francia y Uruguay- que en Estados Unidos, algo que suele hacerse para evaluar la respuesta del público antes de embarcarse (o no) en una gran campaña publicitaria. Finalmente la montaña parió un ratón. Un ratón grande y ruidoso, pero un roedor al fin.

La película se basa en una novela de Joseph Delaney, The Spook's Apprentice, planificada como la primera de una saga fantástica, lo que hace pensar que el proyecto es el de realizar una nueva sinergia -al estilo de Harry Potter o Divergente- mediante la cual libros y adaptaciones van saliendo casi en simultáneo, se retroalimentan en lo comercial y apuntan a convertirse en un fenómeno como el ya mencionado de Harry Potter o los de Crepúsculo y Los juegos del hambre. A la vista de los resultados, tal vez no habría que hacer planes a largo plazo, pero luego de los éxitos de productos tan desalentadores como Crepúsculo y Divergente, nunca se sabe. En todo caso, Delaney debe de estar bastante perplejo, ya que el resumen de su novela se parece poco y nada al argumento de esta película; originalmente un relato basado en hechizos y enfrentamientos tácticos con elementos sobrenaturales, la versión fílmica amontona dragones y demonios por todas partes y la convierte en un producto muy diferente, suponemos que dirigido hacia los que no se durmieron en la tercera entrega de El hobbit.

Efectivamente, El séptimo hijo está orientada más bien a un público juvenil masculino (más violencia, menos procesos de crecimiento interior) y cuenta la historia de un cazador de brujas (Jeff Bridges) que ante la muerte de su aprendiz (Kit Harington, el Jon Snow de Game of Thrones) debe buscar uno nuevo, que además sea un séptimo hijo, característica que atribuye poderes antibrujeriles. La acción está ambientada en una Inglaterra de la Edad Media en la que la magia es real y las brujas y sus perseguidores mantienen una guerra secreta. No es una referencia histórica muy simpática, ya que las cacerías históricas de brujas distaron de ser una guerra y no fueron más que un genocidio en el que decenas de miles de mujeres fueron quemadas por ser demasiado feas, demasiado bellas, demasiado inteligentes o demasiado libres, pero la Edad Media es un período lo bastante lejano como para permitirse, al parecer, esas incorrecciones políticas.

El elegido sucesor del desafortunado aprendiz anterior es Tom Ward, a quien interpreta Ben Barnes, que ya había protagonizado las no muy recordables películas de Percy Jackson (otra saga mágica de medio pelo). Una elección bastante desafortunada, ya que si bien Barnes tiene su facha de galán (ligeramente parecido al hiperkinético Chayanne), también parece tan medieval como Justin Bieber, algo que refuerzan los vestuaristas al dotarlo de una camisa con capucha que es lo más parecido a un cangurito actual que se haya visto últimamente. Sus coestrellas veteranas no lo ayudan mucho; Jeff Bridges parece haberse entusiasmado mucho con su rol de cowboy barbado en la notable remake de True Grit (2010) que realizaran los hermanos Coen, ya que había vuelto a hacer una interpretación muy similar en su personaje de la olvidable R.I.P.D (Robert Schwentke, 2013) y vuelve a hacer lo mismo ahora, aunque interprete a un cazador de brujas y no a un vaquero maldiciente, mesándose la barba como si no estuviera muy convencido de que es suya. Julianne Moore está bien como siempre, pero tiene que pelear con unos parlamentos poco serios y con un departamento de efectos visuales que la convierte en un dragón digital cada vez que puede. Una actriz con un rostro ideal para hacer de bruja elegante, Moore queda aplastada por un vestuario exagerado y un personaje al que sus leves matices hacen más evidente aún lo tosco de su construcción.

El ritmo y la producción son increíblemente desparejos y pasan de una entretenídisima y espectacular escena de una persecución por un troll hecho de rocas y tierra a un enfrentamiento con lo que parece ser una escuela multiétnica de demonios que sería más digna de una película clase B de Mortal Kombat. La química entre los personajes -que tienen vuelcos radicales de opinión en escasos segundos- es inexistente, y la magia, que debería ser el centro de todo, también brilla por su ausencia. Los efectos especiales oscilan entre alguna sorpresa, alguna berretada y la sensación general de déjà vu que puede matar a cualquier película que haya apuntado a basarse en ellos. Tal vez los productores eligieron a Bodrov confiando en que, por motivos de nacionalidad, demostrara originalidad para manejar los portentos digitales que ha demostrado su coterráneo Timur Bekmamebetov (Day Watch, Wanted), pero los resultados no están a la altura. No obstante, a pesar de todo, El séptimo hijo no llega nunca a cometer el pecado más irreparable de esta clase de películas, que es el de aburrir; mucho de lo que se ve en la pantalla es muy malo, pero por lo menos es entretenido.

En realidad, su principal defecto es el de dejar leves indicios de otra película mejor que podría haber sido si, por ejemplo, hubiera profundizado en cierta ambigüedad en la presentación moral de las brujas y sus cazadores, como caras opuestas de un mismo fanatismo, pero cada vez que la película parece emprender ese camino, una escena de acción fantástica (buena o mala) lo interrumpe y ese hilo termina desvaneciéndose en la nada. Pero, como se sabe, las películas son lo que son y no lo que deberían haber sido, y El séptimo hijo no es nada que vaya a dejar su marca sobre nada.