Las humanidades suenan irremediablemente anticuadas, ajenas al presente y al futuro: volcadas hacia un pasado de toga y de mármol, amasadas en especulaciones abstrusas y peroratas tóxicas. Peor aun, las humanidades aparecen como la secreción con que “los dominantes” (atenienses, romanos, esclavistas, hombres, negreros, europeos, colonialistas, machistas, letrados, occidentales, intelectuales, protestantes, heterosexuales, ilustrados, católicos, racionalistas, blancos, etcétera) dominan a “los subalternos”, denominación tan poderosa como para convertir una circunstancia en un destino o en una identidad -“ser subalterno”-, aboliendo la irreductible igualdad humana.

En la Universidad de la República, variadas prácticas dan por sentada la lejanía entre las humanidades y el presente o el futuro. Las discriminaciones presupuestales padecidas por la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación (FHCE) son un ejemplo notorio; ahora sólo agregaré la arraigada distinción operativa entre “investigaciones” a secas e “investigaciones que contribuyen a la comprensión pública de temas de interés general”, entendiendo por esto “la importancia del tema para la realidad nacional”. Va de suyo que entre estas últimas -las investigaciones sobre “temas importantes para la realidad nacional”- escasean los trabajos de humanidades, decididos a pensar el pensamiento, a escribir la escritura, reflexivos, librescos.

En esto, mostrando su permeabilidad, e inclusive, su consustancialidad con “la sociedad uruguaya”, la Universidad se pliega a un orden perfectamente foráneo. Véase, si no, la decisión, en julio pasado, del gobierno japonés de cerrar por “teóricas, inútiles y desconectadas de la economía” las facultades de humanidades y de ciencias sociales. Por cierto, las dos mejores universidades japonesas rechazaron la propuesta del gobierno.

Ante la marabunta que intimó a las humanidades en nombre de “la utilidad social” hubo respuestas diversas. Algunas incluyeron el camuflaje: se adoptó como prefijo salvífico “ciencias” (ciencias sociales, ciencias de la educación, ciencias humanas, ciencias del lenguaje, ciencias históricas, ciencias económicas, ciencias de la comunicación) y como práctica expiatoria la reificación del mundo de los significados (ya fuera cuantificándolos, ya fuera mostrándolos, obvios y silentes). Otras respuestas supusieron una deriva de las humanidades al “humanismo” -entendido como una preocupación, llegada desde cierto cristianismo/marxismo, por “el hombre”- y se beneficiaron del reflujo, propiciándolo, de formas típicas de la militancia. Esta deriva hacia ese humanismo pretendió rescatar a las humanidades de su vergonzante condición originaria -letrada, elitista- y promover formas de asistencia (compromiso, colaboración, participación, devolución, etcétera) con los sectores populares (vulnerables, débiles, pobres: ¿“subalternos”?).

En esos intentos de desmentir la “inutilidad” de las humanidades, se terminó compitiendo con profesionales de la asistencia (iglesia católica o protestante, organizaciones no gubernamentales), sosteniendo políticas gubernamentales (convenios y proyectos con ministerios y entes) y trivializando en grado sumo las disciplinas humanísticas, emplazadas a contribuir con “la sociedad” y a demostrar su “utilidad” colaborando con “la solución” de sus problemas (según las creencias predominantes, en nuestras sociedades no hay más conflictos políticos, sino que sólo hay “problemas” pasibles de encontrar “solución”, siempre y cuando se dé con la técnica apropiada).

Básicamente adaptativas, tales respuestas proporcionadas por las humanidades ni convencen a sus adversarios pragmáticos y calculantes, ni satisfacen a quienes procuramos cultivarlas mediante el ejercicio crítico. Porque la utilidad de las humanidades no radica en sus respuestas a “las demandas” de “la sociedad”, ni en ejercicios de buena conciencia catolicoide. Por el contrario, la incómoda utilidad de las humanidades reside en su fuerza de preguntar por las palabras que nos gobiernan y nos sitian (nos dan un sitio y nos inmovilizan). Menos que de “solucionar problemas” se trata de pensar, justamente, qué se pone en juego en esas ficciones llamadas: “solucionar”, “problemas”, “sociedad”, “realidad social”, “demanda social”, “utilidad”, “crisis”, “competencias”, “evaluación”, “inclusión”, “políticas de inclusión”, “elitismo”, “desafíos”, “alfabetización digital”, “tecnología”, “innovación”, “país productivo”, “metodología”, “innovación”, “obsolescencia”, “diversidad”, “(in)seguridad”, “gestión”, “violencia”, “novedad”, “cambio”…

Con esta interrogación, que no deberá dejar de incluirlas so pena de extinción, las humanidades muestran su carácter indefectiblemente moderno. Porque, tal como lo enseñó Charles Baudelaire, la modernidad se constituye en una peculiar relación con el presente: no cede ante el tránsito precipitado del tiempo moderno, sino que busca en la fugacidad lo que ésta acarrea de eterno, de resistente a la novedad. Así, llamamos “modernidad” a ese movimiento que lleva dentro las fuerzas que, sin cejar, lo ponen en tela de juicio; toda modernidad, escribió Michel Foucault, va acompañada de una contramodernidad, y todo pensamiento sobre el presente lleva consigo su contestación. Podríamos agregar que los grandes autores del siglo XIX (franceses, alemanes) y luego la literatura del XX contradicen -hipercritican- lo que su época celebra: progreso, trabajo, familia, enajenación, propiedad, autoría, secularización, corrupción, cosificación de la vida, mercantilización de la obra, tecnología, cientificismo, novedad, reinado del lugar común, orden.

Nada de esta interrogación sería posible sin la escritura que, en las disciplinas, atesora y regula preciosos universos de significados, disponiendo su incesante examen. Nada de este espíritu revisor sería posible sin la escritura que, separando para siempre obra y autor/lector, propicia la reflexión, ese trayecto incómodo e inútil que impide volver al punto de partida, y al que las humanidades invitan.

Alma Bolón

Profesora titular de Literatura Francesa (FHCE) y profesora agregada de Lingüística Aplicada (Facultad de Derecho).