El 6% para la educación se ha convertido (como antes el 4,5%) en una consigna, repetida hasta el hartazgo por actores sociales y políticos, empezando por la fuerza de gobierno. Al margen de que quizá muchos repitan el latiguillo sin tener del todo claro qué es el Producto Interno Bruto (PIB) y, por tanto, qué implica el 6% de eso, estoy convencido de que esta forma de establecer la distribución de recursos es un error técnico y político.

Empecemos por lo primero. La educación no necesita porcentajes; necesita, entre otras cosas, dinero. Y establecer el dinero a asignar fijando un porcentaje del PIB no es la mejor manera de hacerlo. En primer lugar, porque las necesidades de la educación (docentes a contratar o edificios a construir) no necesariamente suben cuando sube el PIB ni, mucho menos, caen cuando cae el PIB. Por tanto, atar a rajatabla los recursos al PIB no responde a las necesidades de la educación y puede ser muy peligroso.

En segundo lugar, porque, desde un punto de vista técnico, no hay, hasta donde yo sé, una discontinuidad en la relación inversión en educación-resultados en torno al 6%; no se trata de un umbral crítico. Es decir, no hay ninguna evidencia de que en las sociedades que dedican 5,9% del PIB a la educación los estudiantes aprendan significativamente menos que en las que dedican 6%. Obviamente, como en cualquier actividad, es mejor cuanto más recursos se disponga, al menos en principio. Pero entonces, lo relevante no es el “numerito mágico”, sino la tendencia.

Esta manera de establecer recursos presenta varios riesgos. Por un lado, el PIB puede tener movimientos imprevistos, que muchas veces se conocen a posteriori; la estimación del PIB se obtiene, por su complejidad, con varios meses de retraso, mientras que los recursos presupuestales hay que establecerlos antes del momento del gasto. Por lo tanto, el valor definitivo será una incógnita hasta bastante después de decidir el Presupuesto. Pero además, el valor del PIB, aun con varios meses de desfase, es una estimación; nunca se conoce a ciencia cierta el PIB exacto, por lo que el valor del indicador tampoco va a ser exacto.

Por otra, enfatizar en una asignación a partir de un porcentaje del PIB legitima que un gobierno, ante una caída del PIB, decida, para mantener el porcentaje, disminuir los recursos a la educación. Eso sería trágico, porque reducir los recursos (no el porcentaje, sino la cantidad de plata que se le da) implicaría cerrar escuelas y echar maestros. Pero, claro, sería legítimo, ya que se estaría manteniendo el porcentaje sagrado. Y ojo: en la última década los uruguayos nos hemos acostumbrado a que el PIB siempre crezca, pero la realidad es que si ampliamos un poco la mirada, veremos que eso fue excepcional y que lo normal en la economía (no en ésta; en todas) son los ciclos. Hay períodos de crecimiento y períodos de caída. Así que, sin dudas, más tarde o más temprano, el PIB va a caer. ¿Vamos a permitir que los recursos para la educación también caigan?

Es verdad que instituciones internacionales ampliamente reconocidas, como la UNESCO, utilizan esa forma de medir inversión en educación en sus comparaciones internacionales y en sus recomendaciones. Eso sí tiene mucho sentido, ya que utilizar el gasto en algún ítem (educación, pero también salud, intereses de deuda, etcétera) en relación con el PIB es una buena forma de medir, en el mediano y largo plazo, el esfuerzo que hace una sociedad en un área específica. Y a partir de ahí, hacer comparaciones. Desde esta perspectiva, no importa demasiado si pasa de 6,1% a 5,9% o viceversa; lo que importa es el entorno en el que se encuentra. Por lo tanto, lo importante no es si un país llegó a tal o cual cifra, sino el sentido en el que se movió el indicador y cómo se compara su valor con el de otras sociedades o con su propio pasado. Sirve para ver tendencias, no para establecer números mágicos.

Pero además, es un enorme error político, porque centra la discusión en elementos accesorios y hace pasar desapercibido el elemento central. Para ser más claros: en Uruguay nos hemos venido enredando, durante años, en que si lo que se invirtió en educación en realidad es el 4,5% o el 4,32%; si hay que contar dentro del gasto en educación, o no, al Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay, a la formación policial o al Plan Ceibal. Y sin embargo, pasa casi desapercibido lo verdaderamente importante: el logro de estar viviendo lo que serán tres períodos de gobierno consecutivos con los presupuestos educativos más altos de la historia del país, y además crecientes. Y en ese entrevero, centrándose en si se llega o no se llega al número mágico, hay quienes manifiestan que el gobierno está “matando” a la educación. ¿Cómo se puede matar (presupuestalmente hablando) a la educación cuando se le otorga los mayores presupuestos de la historia? Enigmas del fetichismo del porcentaje.

  • Culto a un objeto o cosa a la que se le atribuyen cualidades mágicas.