Los dos relatos coinciden en lo sustancial. El gobierno y voces oficiosas de la cancillería confirmaron ayer el cese del actual representante permanente de Uruguay ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Gonzalo Koncke. El reemplazante será, tal como informó El País, el embajador en Canadá, Elbio Rosselli. Los detalles también concuerdan: no fue por la ausencia de representantes de la delegación uruguaya ante la ONU durante el discurso de Tabaré Vázquez en la Asamblea General que el canciller resolvió la remoción de Koncke. El Ministerio de Relaciones Exteriores desmintió este extremo del artículo de El País en un comunicado difundido en su página web, en el que sostiene que el embajador desplazado “siempre ha ejercido su función de manera profesional y dedicada”. Lo que generó ruido en la interna diplomática fue el momento en que se resolvió el reemplazo. La regla es que se cumplan ciclos de cinco años en el exterior, en consonancia con los períodos de gobierno. Por tradición, cuando un nuevo Ejecutivo asume, renueva automáticamente sus representantes en las principales embajadas del país en el exterior: Buenos Aires, Brasilia, Washington, Pekín, Madrid y París.

El caso de Nueva York es un tanto atípico. La “representación permanente” no es estrictamente una embajada, pero sí un lugar estratégico para la política internacional del país. Su inquilino no es un embajador tradicional ni un prototipo del detective Kurt Wallander, que protagonizó la saga de Henning Mankell. Tiene su propio perfil. En abril de 2005, el entonces canciller Reinaldo Gargano había propuesto para ese cargo al jurista especializado en derechos humanos Alejandro Artucio, pero finalmente la responsabilidad recayó en Elbio Rosselli, un diplomático de carrera que actualmente se desempeña en Ottawa y encara el final de su ciclo en la cancillería. Fue durante la gestión de Rosselli al frente de la “embajada” en Nueva York que Uruguay puso sobre la mesa la candidatura del país a ocupar un sillón en el Consejo de Seguridad de la ONU, aunque, claro, este tipo de postulaciones maduran en el tiempo a merced del poder de lobby, las alianzas políticas que se generen y la coyuntura regional e internacional. En ese marco, la presidencia de José Mujica también contribuyó a que el resto de los países del continente avalaran la candidatura uruguaya, que siguió impulsando José Luis Cancela, actual número dos del ministerio y confirmado hace cinco años en Nueva York por el entonces ministro Luis Almagro. El motivo esgrimido en su momento para su confirmación era que en el código no escrito de las relaciones exteriores, una vuelta al país antes de tiempo siempre expone al país a interpretaciones suspicaces y agrega ruido en el manejo de las relaciones exteriores. A pocas semanas de que la Asamblea General vote la elección de Uruguay como representante no permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, la salida de Koncke no escapa a eso.

En los pasillos de la Casa, mote puesto por los diplomáticos al ministerio, cunde una vieja pulseada entre una generación más joven, impulsada hacia los primeros lugares por Almagro (entre quienes se encuentra Koncke, director general de secretaría del ministerio en tiempos de Mujica) y otra que funda sus raíces en los años 70 y 80, a la que pertenece Rosselli.