En la madrugada del sábado 19 de setiembre, un meteorito entró en la atmósfera de la Tierra. No queda claro qué tamaño tenía, pero sí se sabe que se partió y que uno de los pedazos, de 712 gramos y de tamaño similar al de un pomelo, enfiló para el barrio Lavagna, al oeste de San Carlos, Maldonado. Atravesó el techo de una casa a una velocidad de 250 kilómetros por hora, quebró la parrilla de una cama matrimonial (en la que no dormía nadie) y rompió una televisión led. A los pocos días, la roca llegó a manos de investigadores de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República (Udelar), que la certificaron como el primer meteorito uruguayo y la presentaron ayer en la sala de Decanato, ante una inusual presencia de medios de prensa.

El meteorito descansaba en la mesa, junto a la televisión dañada y pedazos de techo, al alcance de quien lo quisiera tocar. Pesa bastante más que una piedra del mismo tamaño debido a su mayor densidad, es suave al tacto y lo recubre una capa negra de tizne que no mancha. Se le llama “costra de fusión”, explica el geólogo Pablo Núñez, y es una de las señales que permiten descartar que se trate de una piedra terrestre. Otros indicios son los regmagliptos, hendiduras que parecen marcas de dedos en arcilla, que se imprimen en la roca incandescente por efecto de la fricción con el aire. Núñez, investigador del Departamento de Geología de la facultad, se recibió en 2007 y desde entonces se dedica, entre otras cosas, a recibir muestras de roca y determinar si son meteoritos o no. Ésta es la primera vez que un análisis le da positivo.

El meteorito no emite radiación pero sí un magnetismo leve, cuenta el geólogo. Una de sus caras está lisa porque se hizo un corte para estudiar la composición; se ven algunas vetas plateadas: aleaciones de hierro y níquel que no existen en nuestro planeta, magnesio y sulfuros de hierro. También se perciben pequeñas grietas. Núñez aclara: “Está fracturado internamente, pero eso no se produjo con el impacto, lo que nos indica que es un fragmento de un cuerpo planetario”.

La principal hipótesis es que proviene del cinturón de asteroides, un conjunto de cuerpos irregulares y pequeños que forma un anillo en el espacio entre Marte y Júpiter, y que para llegar a San Carlos recorrió entre dos y tres veces la distancia entre la Tierra y el Sol. Tiene casi la misma edad que nuestro planeta (4.600 millones de años), pero en la comodidad del espacio no sufrió cambios ni erosiones, a diferencia de las rocas terrestres. Cuando los investigadores se enteraron de que había caído, enviaron a un grupo de 15 personas a rastrillar visualmente (porque no responde a detectores de metales) un área de tres kilómetros cuadrados a la redonda desde el punto de impacto. También se sumaron investigadores de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul, pero no encontraron más fragmentos, según explicó en la conferencia de prensa Gonzalo Tancredi, profesor titular y director del departamento de Astronomía.

De arriba

“No nos llamaron a nosotros, doctor. Por favor. Nosotros buscamos meteoritos en todo el mundo y siempre hemos colaborado”, dijo desde el público un hombre que tenía puesto un sombrero a lo Indiana Jones y un pin con forma de meteorito (cola de fuego incluida). Su nombre es Hans Koser y es uruguayo; dirige la empresa Urumining, que tiene tres minas en el departamento de Artigas y extrae amatistas y ágatas, y además dedica sus ratos libres, desde hace 18 años, a buscar meteoritos en varias partes del mundo, como Brasil y el desierto del Sahara, explicó más tarde en diálogo con la diaria.

En Argentina, apropiarse de meteoritos, comprarlos y venderlos está prohibido desde 2007, cuando se aprobó una ley específica que los define como bienes culturales del país, igual que los fósiles. Ni siquiera está permitido regalarlos. En Uruguay, el asunto no está regulado, dijo a la diaria el decano de la facultad, Juan Cristina. El primero que llegue se lo queda, sea científico o comerciante. Y hay pica entre ambos bandos.

Koser tasa improvisadamente el meteorito que cayó en San Carlos por unos 5.000 dólares, pero asegura haber vendido a 200.000 uno de 750 kilos, de hierro, que encontró junto con un colega. Hay toda una comunidad internacional alrededor de la “caza” de estas rocas que caen del espacio: la Asociación Internacional de Coleccionistas de Meteoritos organiza cada junio una feria anual en la localidad francesa de Ensisheim, zona que vio caer uno de 127 kilos en 1492, un mes después de que la llegada de Colón a América marcara el fin del Medioevo.

En la conferencia de prensa de ayer no había personal de seguridad, pero en las convenciones sí: “La gente los roba. Así como se dice ‘de arriba, un rayo’, también es ‘de arriba, un meteorito’”, bromea Koser, que tiene una colección personal que no deja crecer por miedo a atraer la atención de posibles ladrones. El meteorito de San Carlos tiene el valor agregado de haber caído hace poco, pero también el de haber impactado en una casa, lo que en el lenguaje de los coleccionistas se conoce como un hammer (martillo en inglés). Sólo hubo 15 casos de ese tipo en los últimos 100 años. “No está bien que nos avisen 30 días después de que cayó”, criticó a los investigadores. “Nosotros nos disponemos a ayudar en la búsqueda y después vemos cómo se reparte”.

“Para nosotros, el principal valor de los meteoritos es académico. Por suerte la familia tuvo una gran disposición y colaboró directamente con la Udelar”, valora Tancredi, director de Astronomía. El próximo paso es enviarlo a Brasil para que se le hagan estudios más exhaustivos y se lo identifique oficialmente, algo que sólo se puede hacer en laboratorios y museos certificados, que en Uruguay no hay. Ahí se le pondrá nombre, probablemente “San Carlos 2015”. Su larguísimo viaje terminará en el hall de la facultad, donde se planea montar una pequeña muestra que incluirá el televisor roto. Porque, además de todo, es el primer meteorito en la historia que destruye un electrodoméstico.