Dudé mucho sobre la manera de comenzar un artículo sobre Mario Wschebor (3/12/1939-16/9/2011). Ese apellido (judío de origen húngaro) que me costó algún tiempo aprender a escribir pertenece a uno de los científicos que marcaron más nítidamente la historia de la ciencia uruguaya. Tanto su apellido como la persona que queremos recordar no eran sencillos en una primera aproximación. Sin embargo, una vez aprendido el apellido, una vez conocido el personaje, se grababa a fuego por la claridad y generosidad de las ideas que defendía: Wschebor, con doblevé-ese-ce-hache.

Tuve la suerte de compartir con Mario Wschebor una cantidad de actividades universitarias, muchas de ellas relacionadas con la etapa fundacional de la Facultad de Ciencias. Luego, siendo profesor en el Centro de Matemática de la Facultad de Ciencias ocupé una oficina vecina a la suya. Por las muchas y diversas personas que lo requerían, sumado a que nuestros teléfonos diferían en un dígito (123 el interno de Mario, 122 el mío), yo recibía una pequeña fracción de sus llamadas y un golpeteo en la puerta de mi oficina cuando Mario no estaba. Esa pequeña fracción eran una gran cantidad de llamadas y contactos. En síntesis, y con todo gusto, actuaba como una especie de secretario, conocía a la mayoría de las personas que lo buscaban y trataba de generar el nexo que se precisaba. Cabe recordar que el celular llegó relativamente tarde para Mario, prácticamente con la llegada de sus nietos, y lo usaba con cierto desdén, lo que hacía mi tarea más intensa.

Por eso dije inmediatamente que sí cuando me pidieron que escribiera sobre el primer decano y uno de los fundadores de la Facultad de Ciencias. Mario Wschebor inspiró la creación de la facultad, empujó hacia lo imposible, peleó en todos y cada uno de los ámbitos para la concreción del proyecto y timoneó la facultad en su primer período, imprimiéndole algunas de sus características más positivas, más serias, más profesionales, que permitieron y promovieron el gran salto que experimentó la ciencia uruguaya en los últimos 25 años.

La personalidad de Mario era avasallante. Era portador de una cultura general y política muy profundas. Se inició en la actividad gremial como militante estudiantil; integró el comité de lucha por la Ley Orgánica de 1958, a los 19 años. Provenía de un hogar en el que se discutía de religión y de política, y allí alimentó su enorme curiosidad y su excepcional capacidad intelectual. Siendo muy joven hizo una pasantía de investigación en Hungría (de donde proviene su primer trabajo científico con Pal Révész) y completó su doctorado en Francia bajo la supervisión del matemático Jean-Pierre Kahane en 1972. Durante el periplo de su vida residió en Buenos Aires, luego en Caracas, y visitó Francia por largos períodos.

Llevar una personalidad tan destacada y a tal altura de responsabilidades era una cosa que le resultaba natural. Por eso nos producía sorpresa, aun después de muchos años de conocerlo y quererlo, descubrir que recordaba y cantaba la letra entera de un tango, o que estaba pendiente de los resultados del fútbol, en particular los que involucraban a Nacional. No eran las conversaciones agudas y cultas las que revelaban la cercanía con él, sino precisamente éstas, cuando se permitía mostrarse mundano y nos hacía creer que estábamos construidos de la misma sustancia.

Mantener una discusión sobre algún tema de política nacional, internacional o universitaria con Mario no era sencillo. No es que uno tuviese la esperanza de lograr mostrar que tenía razón, sino más bien de resistir y poder expresar sus puntos de vista. Lo guiaba una gran claridad de objetivos generales: la promoción de la ciencia, la calidad de la producción científica, el lugar a los jóvenes que se inician, la democracia en la toma de decisiones y la firmeza con las decisiones tomadas.

Si bien no era visible en un primer momento, tenía una enorme preocupación por los colegas con los que trabajaba. No se permitía tutear a los funcionarios de facultad, pero los conocía muy bien, y estaba dispuesto a ir muy lejos si se planteaba una necesidad o una situación extraordinaria. Disfruté como docente durante muchos años de ese modus operandi de Mario, una vez superada esa barrera que su personalidad imponía, cuando planificábamos juntos (o eso me hacía creer) las actividades del Área de Probabilidad y Estadística en el Centro de Matemática.

Hoy, a cuatro años de su desaparición física, es difícil entender su ausencia: su personalidad está en el centro del estilo de trabajo de la Facultad de Ciencias entera; los cuadros que la dirigen, docentes y funcionarios que trabajaron con él, reconocen en sí mismos el estilo comprometido y exigente que Mario le imprimió a la facultad. El enorme edificio de Malvín Norte, que constituyó la base material sobre la que se construyó este colectivo de científicos uruguayos, lleva hoy justamente su nombre. Pero no es sólo cuestión de nombres: la sala de Decanato, el Consejo, las oficinas, los pasillos y hasta el aire de la facultad están impregnados de sus ideas, su claridad, su generosidad y su entrega para la gran empresa que encabezó desde su inicio: la profesionalización de la ciencia y su participación en los procesos sociales y productivos de cara al Uruguay del siglo XXI.

El autor

Mordecki es profesor titular del Centro de Matemática de la Facultad de Ciencias. Es licenciado y magíster en Matemática (Universidad de la República) y doctor en Ciencias Físico-Matemáticas por el Instituto Steklov, Moscú, Rusia, investigador grado 5 del Programa de Desarrollo de las Ciencias Básicas, investigador Nivel 3 del Sistema Nacional de Investigadores (Agencia Nacional de Investigación e Innovación) y miembro de la Academia de Ciencias de Uruguay. Trabaja en procesos estocásticos, estadística, problemas de parada óptima y probabilidades de ruina, aplicaciones en finanzas y telecomunicaciones. Trabajó con Mario Wschebor desde 1987, a su retorno del exilio. Creó el sitio web memorial sobre Mario Wschebor: http://www.cmat.edu.uy/~wschebor/