Ayer pasó otro 12 de octubre, otro Día de la Raza. Un proyecto de ley propone cambiar el nombre a “Día de la resistencia indígena y afrodescendiente”. Es el camino que muchos países de la región emprendieron hace rato. En 2010, por ejemplo, Argentina lo cambió por Día de la Diversidad Cultural. Lo que pasa es que en pleno siglo XXI, la conquista y colonización de América Latina es un “legado” difícil de tragar. Pero tranquilos nosotros: Charrulandia no existe.
El Día de la Raza es un invento político de la Unión Ibero-Americana (UIA), una organización no estatal cuyo objetivo era fortalecer los lazos entre España y los países hispanoamericanos. En 1898 España perdió los últimos territorios coloniales (Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Guam) con Estados Unidos. Si bien se sustituyeron las armas por la cooperación, al amigo Faustino Rodríguez-San Pedro (presidente de la UIA) no se le ocurrió mejor idea que conmemorar esos lazos recordando el día que se inició el violento proceso de conquista y colonización de América Latina. La idea de la conmemoración tuvo éxito en América Latina y prendió en muchos países a principios del siglo XX, como parte de las disputas geopolíticas con Estados Unidos por la hegemonía en la región.
Pero la cosa empezó un poco antes, con el festejo nacional-colonial del IV Centenario del Descubrimiento de América en España. El 12 de octubre de 1892 Juan Zorrilla de San Martín, poeta de la patria devenido funcionario diplomático, pronunció su discurso “Mensaje de América” frente al convento La Rábida, punto de partida y regreso de Colón, convenientemente convertido en espacio para ejercitar la memoria nacional-colonial en el IV Centenario.
Para Zorrilla, y también para la UIA, la “raza” era una comunión (de sangre, de lengua, de fe, de tradiciones) que trascendía la ruptura política que significaron la independencia y la fundación de los Estados-nación. Como muchos países de la región, hicimos los mandados: la Ley N° 6.997, promulgada el 23 de octubre de 1919, declaró los feriados en Uruguay y estableció el 12 de octubre como “fiesta de la raza”. Luego vinieron varias leyes que definieron y regularon los feriados nacionales, pero a nadie se le ocurrió cambiar el Día de la Raza.
Pero la conmemoración tiene los días contados, eso si se aprueba el proyecto de ley que cambia la descripción del 12 de octubre por “Día de la resistencia indígena y afrodescendiente”. La propuesta es impulsada por el grupo Atabaque desde 2010 y resurge en estos días por intermedio de la diputada Susana Andrade, fundadora del grupo, que en las últimas elecciones respaldó a la lista 711, liderada por el vicepresidente Raúl Sendic. Antes que eso, el 11 de octubre de 1992, la organización Mundo Afro convocó a una marcha con tambores por 18 de Julio como contrafestejo y para recordar el “último día de libertad americana”, a la que fue muchísima gente. Más cercana en el tiempo es la promulgación de la Ley Nº 18.589, de 2009, que decreta el 11 de abril como Día de la Nación Charrúa y de la Identidad Indígena. ¿Qué hacen ustedes los 11 de abril? Y lo más importante: ¿qué hace el Estado uruguayo los 11 de abril?
Cada tanto, los pueblos originarios son objeto de discusión en Uruguay. Hace no mucho tiempo, en las páginas de este diario, llegaron ecos del debate entre Gustavo Verdesio y Aldo Mazzuchelli. También está Daniel Vidart, que cada vez que escucha la palabra “charrúa” saca su discurso sobre Charrulandia y dispara. En 2011, en un programa radial, Vidart disparó contra la pregunta por ascendencia étnico-racial diseñada para el censo nacional realizado ese año. La imaginación antropológica de Vidart se limita a la idea de una tribu (Charrulandia, para el caso) geográficamente localizada, que comparte características físicas y es portadora de una cultura.
El antropólogo terminaba su columna advirtiendo del peligro de dejar “preguntas antropológicas” libradas al criterio distorsionado del encuestado, “sin una garantía científica que avalara las respuestas”. Era preferible dejar que los antropólogos (¿qué antropólogos?) diseñaran las preguntas que saber cuántas personas en Uruguay se autodefinen como descendientes de indígenas. Después de todo, eso arrojaría un dato, nada más y nada menos que eso.
Pues bien, resulta que 4,9% de la población de Uruguay declaró tener ascendencia indígena en ese censo. ¿Qué es lo que hace que estas 159.319 personas se autoidentifiquen de esa manera? ¿Quiénes son estos monstruos? Lo más gracioso de todo esto es que mientras discutimos si los charrúas existen o no existen, hay más de 150.000 personas en Uruguay que creen que en algún lugar de su árbol genealógico hay un “indígena”. Si “charrúa” designa alguna posibilidad de pensar en “indígena”, no veo la necesidad de seguir diciendo que había otros grupos mucho más importantes que los charrúas en nuestro territorio, que somos producto de una mezcla o que las razas no existen. Todo eso es cierto, pero no alcanza para terminar con la discusión.
Capaz que es mejor hablar del proceso histórico de eliminación de los pueblos originarios, de los resultados de las investigaciones arqueológicas, de los grupos que reivindican su “identidad indígena”, de los 150.000 que identifican algo indígena en su pasado familiar. Seguro que eso es mejor que seguir alimentando aquel deseo de ser europeos, de no mezclarse, que llevó a las clases dominantes a eliminar física y culturalmente a los indígenas y que también les alimentó la culpa. Tuvimos décadas de indianismo literario en el siglo XIX, que fueron a desembocar en el Tabaré de Zorrilla de San Martín, que luego vivió un poco en la vanguardia (escondido en el “nativismo”) y siguió su camino residual y espectral en el romanticismo revolucionario de Gonzalo Abella. Parece que hay algo en el espejo de la “identidad uruguaya que se bajó de los barcos” que no se ve bien. Conviene tomar nota de eso.