No hay unanimidad acerca de los números, pero la cantidad de mujeres asesinadas en Uruguay alarma, mientras muchos se autofelicitan por la aprobación de leyes “progresistas” y “diversas” que, sin embargo, no tienen por ahora efectos visibles en muchos comportamientos privados ni en sus repercusiones públicas. Mientras la tipificación legal del feminicidio está en proceso en Uruguay y en la región -no sin polémicas: ver al respecto un informe en la revista Lento de este mes-, las estadísticas dicen que la violencia contra la mujer no es una percepción paranoica en las mentes de las feministas, sino una realidad que cobra cuerpos.

La caída de las campanas es una performance que, a partir de esta problemática, se realiza en la calle cada vez que se produce un feminicidio, y se plantea dentro de un doble encuadre. Por un lado, se autoidentifica como discurso y acción política, y, por ende, pide ser pensada, percibida y realizada como tal; en esto se aproxima a otras intervenciones urbanas que han buscado dar visibilidad a la violencia contra la mujer y protestar contra ese fenómeno, como las convocadas bajo los lemas “Ni una menos” o “Tocan a una, tocan a todas”. Por otro lado, se presenta como pieza artística, lo que propone su lectura como una investigación, proceso y hecho estético, con la dirección de la artista y politóloga Hekatherina Delgado. Esta doble naturaleza pone en tensión uno de los debates más asistidos del campo artístico en las últimas décadas, en torno a qué política hay en la estética, o, en otras palabras, qué modos tiene el arte de ser político. Las fórmulas a las que han dado lugar estas preguntas son diversas y han mutado junto con transformaciones sustantivas del propio campo político y del estético.

¿Es suficiente con que algo se enuncie o anuncie como político para que lo sea? ¿Debería el arte hablar sobre los problemas sociales? Si es así, ¿de qué forma? ¿Debería ayudar a resolverlos? Ante el feminicidio y desde el arte pueden trazarse diferentes objetivos, que van desde “sensibilizar” hasta intentar incidir concretamente sobre la realidad mediante acciones o palabras. Haciendo uso de ambas, la diaria dialogó con Delgado sobre La caída de las campanas.

Según su directora, la obra “surge como consecuencia de una serie de intuiciones teóricas que tienen que ver con la relación entre la idea de lo trágico, el duelo y la distancia a la hora de pensar/crear miradas emancipatorias respecto de los problemas del arte y la política contemporánea”. Relata haberse encontrado con preguntas que quiso “comenzar a abordar rápidamente, por ejemplo: ¿mi cuerpo u otros cuerpos deberían intervenir lo público?, ¿cómo descubrir singularidades sensibles en una sociedad en la que todo lo privado se transparenta pero lo íntimo es aquello que siempre se invisibiliza, porque es el lugar en el que radican las lógicas de dominación más perversas? ¿qué es lo que la sociedad habilita y espera del arte?”.

Estas preguntas, intrínsecas a la acción performática y a su carácter estético y/o político, hacen resonar otras: ¿es el feminicidio un crimen político? Si el lema “lo personal es político” marca el nacimiento del feminismo radical, el feminicidio se produce en un ámbito privado pero concierne a lo público, y tanto movimientos sociales como legisladores han percibido la necesidad de reconocer las singularidades sociales y legales que lo caracterizan. Según Delgado, la pieza “visibiliza las ausencias a partir de cuerpos que se levantan reafirmados luego de cada caída, pues eligen cómo caer, cuándo caer y por qué caer, y resignifican el dolor que esas pérdidas simbolizan para nosotras”. Sin embargo, aclara que “no busca representar el feminicidio”, sino “indagar el lugar del duelo en lo público, a partir de la yuxtaposición de la sonoridad brillante de las campanas frente al imaginario sonoro que tenemos del golpe de un cuerpo cayendo, es decir, un sonido opaco”.

Mujeres de blanco, campanas, caer al suelo, levantarse: la performance maneja símbolos reconocibles pero, aun así, polisémicos, que según Delgado “fueron elegidos porque remiten a un universo simbólico de violencia sostenido por la iglesia católica y vinculado al Concilio de Roma, que caracteriza a María Magdalena como puta para distinguirla de aquellas mujeres que se ‘entregan’ a Dios o -luego de ser ‘buenas hijas’- a sus maridos. Elegimos el color blanco -asociado con el pasaje de la niñez a la juventud y de la virginidad al matrimonio, entre otras cosas- porque en cada una de nuestras caídas nos ensuciamos, y ensuciarse es una forma de resignificar lo que irradia luz, ya no lo impoluto. Cada una deja caer una posición dominada de ‘la mujer’ para elegir afirmarse y no cumplir con los roles de género que la cultura judeocristiana nos impone. Asimismo, indagamos en las potencialidades sonoras de las campanas -usualmente asociadas a rituales religiosos, al pasivo conteo del tiempo cronológico y al claustro de las iglesias-, mediante un devenir atonal que interviene el paisaje sonoro urbano y lo que las personas que lo habitan quieran-puedan oír”.

Para Hekatherina, el feminicidio “no es otra cosa que la anulación del otro, la negación del lenguaje como forma de acercarnos a la transferencia, el rechazo de la palabra para acortar las distancias entre los sujetos. ‘La mujer’ se explota, se compra, se usa, se lastima, se denigra, se humilla, se tira, se mata. No existe el mínimo atisbo de reconocimiento del otro, hay un sujeto y ‘su’ objeto, un amo y una esclava a la que desde que nace, al ligar sexo y género, se la vuelve dócil, opaca, un cuerpo pronto para la lógica del mercado”.

Las performances se han realizado ante sedes de instituciones estatales y otros lugares emblemáticos, en lo que Delgado llama el “circuito democracia”: “La democracia es el correlato de cómo se encuentra una sociedad frente al problema de lo común en un determinado momento histórico: quiénes tienen voz y pueden hacerla jugar en el espacio público y quiénes no. Hay que preguntarse qué nos pasa como sociedad cuando una o dos veces por semana matan a una mujer, y el suicidio es la regla cotidiana... Tramitamos un duelo público, un duelo que es de toda la democracia, cuyas ausencias exponen un problema de toda la sociedad, especialmente de sus instituciones públicas, que no funcionan como deberían, y quizá es el momento de transformarlas”, afirma.

Respecto de las repercusiones que ha tenido la acción -tanto durante las performances como después de ellas- es interesante el debate suscitado en torno a sus propósitos e ideología, que incluye el modo en que las artistas responsables asocian machismo, patriarcado y capitalismo como engranajes de una misma maquinaria de poder y represión, mientras que hay quienes alegan que eso es un tratamiento indiferenciado de problemáticas distintas.

Además de las performers, La caída... cuenta con un equipo documental integrado por Jorge Fierro, Lucía Coppola, Gabriela Rosselló y María José Olivera, responsable de ir construyendo lo que Delgado llama “pieza adentro de pieza”, que tendrá el propósito de hablar de “los procesos que está atravesando cada una de nuestras subjetividades, de la creación colectiva y la dilución de la autoría, de las posibilidades que abre la autoficción. Creamos-compartimos algo que excede a la intervención urbana y, al mismo tiempo, es consecuencia directa de esa forma de creación; investigamos el propio lenguaje que construimos cada vez que intervenimos el espacio urbano haciendo arte y política, y, al mismo tiempo, indagamos las posibilidades estéticas de nuestra autoficción para potenciar el carácter de acontecimiento de la pieza documental”.

Delgado adelanta que las reacciones “más interesantes” a La caída... formarán parte del documental, que expondrán el año que viene, y comenta que “en general la palabra que nos dicen las personas luego de presenciar el acontecimiento es ‘fuerte’”.

“Jorge Fierro me decía el otro día que es difícil poner en palabras un juicio sobre la pieza, porque la sensibilidad humana por los injustos y constantes asesinatos se corre a las horas previas a la performance o a las horas siguientes. Creo que eso dice bastante de lo que sucede en el equipo. El hecho de que aparecieran canales de televisión de aire a hacernos notas fue algo que nos sorprendió. Luego de salir en la prensa recibimos insultos en las redes sociales y críticas sostenidas en la ignorancia y los prejuicios del machismo más vetusto. Sin embargo, para nuestra grata sorpresa, también hemos recibido registros fotográficos de artistas que nos acompañan con su mirada, y decidimos abrir una página de Facebook (http://ladiaria.com.uy/UIs). A ese medio de comunicación han llegado mensajes de felicitaciones, textos de chicas que han sufrido situaciones de violencia, personas que se ponen a disposición para lo que necesitemos y, lo más importante, chicas que se van sumando a esta búsqueda artística. Personalmente tuve que derivar más de cuatro chicas en situaciones de violencia a organizaciones de feministas. En el espacio urbano nos hemos encontrado con respeto, apoyo, agradecimiento, asombro, conmoción, indiferencia, acoso callejero e insultos. Cuando llegamos a un espacio y comenzamos a prepararnos nos preguntan qué estamos haciendo, y bromeamos diciendo que somos un aquelarre. La Policía suele pasearse frente a nosotras, y en ese momento es cuando se pone en juego el mayor nivel de politicidad de la acción. No saben qué vamos a hacer, pero están ahí ‘por las dudas’, cuando, justamente, ese ‘por las dudas’ es lo que venimos a tensionar, la ficción que constituye la realidad. La Policía se disciplina para usar la violencia y reprimir; nosotras hacemos arte y deseamos transformar lo común desde la política. El enfrentamiento simbólico suele ser muy fuerte y siempre genera una tensión, que deviene intensidad en la creación sonora”.

“Si tuviera que definir La caída..., diría que es una pieza abierta en la que podés accionar puntualmente o integrarte y ser parte de un devenir del que no sabemos demasiado, y que no queremos contaminar con pretensiones de certeza”, dice Hekatherina, y cuenta que se ha conformado un grupo estable al que se van sumando compañeras a medida que la pieza continúa, y se comparten cenas, reuniones y muchos ‘espero no verte hasta...’ que no han logrado concretarse. El deseo de que las campanas no suenen representa un dolor compartido.

La fecha de la próxima Caída… no es anhelada por las artistas ni por el público, pero sonará otra vez para performar poéticamente un mensaje sobre la necesidad de levantarse (de levantarnos) no sólo después sino también antes, y siempre, contra este tipo de violencia.