Para mí es un viaje de ida, pero también de vuelta al pueblo donde viví hasta que tenía casi cinco años, y al que regresé en tren algunos años más, mientras mi abuelo siguió viviendo allí. Eso fue poco antes de que los trenes de pasajeros dejaran de circular, en 1989. Mis viajes posteriores fueron pocos, y nunca en tren.
Los asientos son espaciosos y están enfrentados uno al otro, lo que habilita la conversación. Ninguno de los dos tipos de salones de pasajeros tienen aquellas mesitas que se desplegaban en medio de los asientos para jugar a las cartas. Otra diferencia: las ventanas están recubiertas por una malla de alambre, para evitar pedradas que puedan llegar del exterior, y es un impedimento para disfrutar del paisaje. Los baños son chicos, pero siempre más grandes y ventilados que los de los ómnibus. Una peculiaridad: los wáters son modernos, pero al final del agujero no hay caño, y todo va a derecho a la vía.
El tren se detiene en 25 de Agosto, a 63 kilómetros de Estación Central. La pausa se extiende por 20 o 30 minutos: hay que esperar a que un tren de carga cruce por la vía paralela, rumbo a Montevideo, y sólo allí parecemos estar a salvo de un choque. Esa estación funciona; salen de madrugada dos trenes rumbo a la capital, que regresan de tardecita, pero el lugar tiene poca vida y escaso mantenimiento.
Los funcionarios del MEC se quedan en los vagones para decorarlos y dejar todo listo: comida, bebida, hielo, lapiceras, pins y encuestas. Los demás bajamos; es una buena pausa para desperezarse y disfrutar del sol. Otra vez en marcha, los animadores se cambian de ropa, se peinan, se pintan y se convierten en lo que serán después: payasos, payasas, mago y mimo. Los músicos ensayan. Uno de los ilustradores dibuja todo el tiempo caras y situaciones; su función será principalmente la de hacerles dibujos a los viajeros; los otros tres buscan llevarse trazos e imágenes para exponer, el año que viene, las ilustraciones que resulten. Desde el viaje de ida van pensando la historia que pueda surgir. Una gran incógnita es el nombre del pueblo, que nació con el nombre de Isla Mala y tiempo después pasó a tener el actual, que hace honor a su fecha de fundación. Pero parece haber una tensión constante entre un nombre y otro, porque el viejo, que suena más atractivo, no está del todo sepultado y hay muchos que lo reivindican.
En tierra firme
“25 de Mayo” dice el cartel de la estación, ubicada a 91 kilómetros de Central. Son las 10.00 y ya hay pasajeros, puntuales (la cita era a las 10.15, para que el primer tren saliera a las 11.00 y el segundo a las 12.00). Hay un rato de por medio. Los animadores se mezclan y en torno a cada uno de ellos la gente va formando rondas; niños, adultos y adolescentes ríen y son cómplices en los diálogos propuestos. Los músicos comienzan su despliegue y el público se agrupa en torno al cuarteto de saxofones. La estación se puebla como antaño, aunque ya no estén los pizarrones anunciando los horarios, los bancos, la balanza, ni el reloj, tampoco los molinillos para que no pasen los animales, ni quedan canillas dispensadoras de agua. Aunque la estación esté cerrada. La gente va llegando, padre, madre y el niño en el carrito, personas solas, amigas veteranas y familias enteras; todos vestidos para la ocasión. El local de la esquina de la plaza que está frente a la estación vende electrodomésticos, celulares y calzado, entre muchos otros artículos, y parece querer resolver la cuestión del nombre: se llama Isla de Mayo.
No resisto la tentación y camino una cuadra más en busca de la casa de una prima de mi madre, a quien llamamos Tía Renée. Su hija, Graciela, está tomando mate con la puerta abierta. Me presento antes de poner un pie en la casa. Sabían que el tren llegaba al pueblo para hacer un viaje al Solís por un vecinito que había ido a contarle a Renée, y ella le había dado “unos vintenes pa’ que se compre algo en Montevideo”, dice, con sus 83 años. La visita es relámpago, pero siento que no puedo desviarme tanto de mi objetivo y ya ahí pregunto por la cuestión del nombre. “Isla Mala se llama la estación”, se apura a aclarar Renée. Con ese nombre la fundaron los ingleses cuando hicieron el tendido de estaciones. ¿Pero por qué Isla Mala? “Porque está rodeada de montes de piedra donde crecieron árboles nativos y quedó como una isla, donde se dice que antiguamente se alojaban malhechores. Hay varias versiones”, aclara Graciela. Otra variante es la que dice que ese cerco estaba formado por la crecida de un arroyo. El nombre actual hace alusión a la fecha de fundación del pueblo, en lo que incidió la compra de los terrenos que hizo Ramón Álvarez. De a poco, la nueva denominación se fue colando entre los pobladores, y quien cambió el cartel de la estación fue un sacerdote local, el padre Julio Arrillaga, refiere Graciela. El cartel de letras negras sobre fondo blanco que decía “Isla Mala” fue colocado no hace mucho en una plazoleta próxima a la estación. Graciela defiende el nombre de 25 de Mayo y Renée también dice que se acostumbró, pero explican que “la gente que tenía sus raíces acá, los picapedreros, los que trabajaban en la agricultura, dicen que el pueblo es Isla Mala”. De esas canteras salió, en carretas, buena parte de la piedra con la que se construyó el Palacio Legislativo.
Las hermanas Fagúndez Guerra esperan debajo de la poca sombra que hay en la estación. Una de ellas no duda en contar lo que sabe: “Hace muchísimos años había una cantera, que era de lo que trabajaba el pueblo, y se dice que allí había una isla y que ahí se refugiaban malevos. Dice que estuvo refugiado hasta Jack el Destripador, lo oí en radio Carve. Dice que trabajaba en AFE”. Ellas defienden el nombre Isla Mala. Aclaran que el pueblo ascendió a la categoría de villa hace unos cuantos años y aseguran que “ha progresado”: “Tenemos liceo. Comisaría, escuela y juzgado hubo de toda la vida. Este pueblo fue siempre importante: tiene iglesia, hubo clubes sociales, de baile, hubo dos cines”. Acotan que está viniendo mucha gente de Florida a vivir porque los alquileres son más baratos que en la capital departamental, de la que dista 20 kilómetros. Pero lamentan que ahora hay robos, cosa que antes no pasaba.
El silbato suena, y con 40 minutos de retraso parte el primer tren para la capital, que lleva a 500 personas. Meses atrás, los funcionarios del MEC habían llegado al pueblo y se reunieron con pobladores y referentes de instituciones. Cada una tuvo un cupo de personas para invitar: 50 lugares para el Centro Diurno y 50 para la Asociación de Pasivos; 100 lugares para la policlínica de Salud Pública, igual número para la cooperativa de viviendas, el Club Mejoral, el Club Alianza, la escuela y el liceo.
Sobre rieles
La locomotora se pone en marcha, y los que quedan en el pueblo despiden al resto. Las 200 personas contactadas por el liceo y la escuela son las que viajan en el segundo tren, en el que, si bien predominan niños y adolescentes, hay de todas las edades. Para muchos de los más chicos, ésta es la primera vez que viajan en tren; para adultos y veteranos, es el reencuentro. Cecilia, por ejemplo, tiene 44 años y es oriunda de Cardal, la estación anterior yendo desde Montevideo; fue al liceo de 25 de Mayo y el tren fue su medio de transporte de los 11 a los 16 años, cuando dejaron de circular. Añora el espacio social, las truqueadas, la taba y las escondidas que jugaban en la estación durante las largas esperas cuando se rompía un tren.
La mayoría dice conocer Montevideo, pero muchos nunca fueron al teatro Solís. “El Solís es lo que me interesa tanto, desde muy niño oí hablar del Solís y ya tengo 81 años. Hoy lo voy a conocer”, relató un señor, Rosso de apellido. Silvana tiene 36 años y ocho hijos, la más grande de 19 años y la más chica de 14 meses. Había ido a Montevideo pero sólo a acompañar a un familiar al médico; ésta es la primera vez que va a pasear.
Los animadores no paran. Van de un vagón a otro convidando la risa e invitando al desafío. Los violinistas hacen sonar sus cuerdas y cada tanto alguno de ellos agrega sonidos con la boca. Los primeros 28 kilómetros, hasta 25 de Agosto, consumen una hora, siguiendo las reglas de precaución dispuestas por AFE. Los pasajeros llenan la encuesta y escriben comentarios en la bitácora. Elvis, de 15 años, terminó la escuela y después no siguió estudiando. Cada tanto, trabaja en changas, cortando el pasto o haciendo alguna cosa en un tambo. Fue alguna vez a una obra de teatro “en el pueblo, pero nada que ver a las que hacen en Montevideo y eso”, aclara. También él piensa que el pueblo está progresando, y señala que cada vez hay más viviendas. Su madre, Beatriz, también refiere que ahora hay más robos que antes, “pero no como en Montevideo”, se ataja.
Nariana, Bereniz, Franco, Ramiro y Marcos están en quinto y sexto de escuela. “Nos han tratado bien”, valoran, y entre lo que más les gusta destacan a “los violinistas, payasos, la diversión, la comida”. “Ojalá que se vuelva a repetir”, concluyen. Para todos es la primera vez que irán al teatro. ¿Cómo definirían a 25 de Mayo? Ellos le llaman “25”, a secas. “Un pueblo chiquito, de pocos habitantes. Pero, en realidad, es un pueblo muy lindo, tranquilo; nos gusta. No hay mucho ruido. Toda gente buena, te conocés con todos”, describen.
El pueblo no tiene industrias. Las principales actividades económicas son la lechería, la agricultura, la vitivinicultura y la apicultura. “Si querés hacer una carrera, en 25 no podés, porque no hay lugares para estudiar; tenés que ir a la UTU en Florida o a Montevideo. Y trabajo, si no querés hacer una carrera, hay muchos tambos, almacenes, carnicería. Trabajo conseguís; no es un trabajo como si fuese una carrera, ponele. Si querés superarte, en 25 no hay mucho”, lamenta Franco. En cuanto a deportes, destacan que hace poco se renovó la Plaza de Deportes y que ahí pueden practicar handball, tenis, fútbol, vóleibol, básquetbol, atletismo, salto largo, y que se hacen competencias con otros liceos. Entre las actividades culturales, mencionan que hay murga, y es más lo que hubo en un momento: “teatro, danza, zamba, candombe, danza española”, citan. Espontáneamente destacan los atractivos turísticos de la zona: Paso Severino, la represa y las canteras. Pueden ir a la matiné en fechas especiales como Halloween y Navidad. Refieren la del 31 de octubre: “A 20 pesos la entrada, había panchos, pizza, torta, coca, pomelo”.
En cuanto a los bailes, Rodrigo, de 18 años, lamenta que “hay uno solo y está para cerrar”. Pero como para matizar las penas, agrega: “Este viaje es una buena idea del gobierno. A veces, nos sentimos tan separados de la capital del país... Esto es algo que une y hace hermandad entre los dos pueblos. Yo estudio turismo en la UTU para trabajar de guía turístico; voy conociendo un pedacito de cada cosa”.
También para los payasos, Polux y Aparicia, el viaje depara novedades. “Es como volver a la esencia”, relata Aparicia, y Polux agrega: “Mucha habilitación al trabajo. Todo es recibido como si fuera nuevo, con pureza. Nos ayuda ese estado de inocencia, el hecho de que el público esté receptivo, no juzgando, no esperando, recibiendo. Esa sensación de que todo es mágico, que no hay preconceptos”. Aclaran que eso también pasa en la ciudad, pero que “en la ciudad como que te vas poniendo capas, te vas abrigando, protegiendo, y acá está un poco más liberado, no es necesario tanto. Entrás en confianza muy fácil. Hay mucha comunión entre todas las edades, mucha familia, familias que parecen una gran familia”.
Al llegar, una mujer le saca una foto al número de la locomotora, 818; “para la quiniela”, comenta. El traslado al teatro Solís es en un ómnibus interno, contratado. Esta vez me sumo con un grupo del otro tren. Los payasos retoman la cuestión del nombre y, bromeando, le dicen Isla Malvada, lo que despierta la rápida aclaración de los viajeros.
Los guías del teatro Solís muestran las instalaciones, y los paseantes sacan fotos a las arañas majestuosas. En breve empezará la obra El casamiento de Fígaro, de Pierre Beaumarchais, representada por la Comedia Nacional. Se abre otro telón.
Un pueblo al Solís
Es un proyecto de la Intendencia de Montevideo, el Ministerio de Educación y Cultura, la Fundación Amigos del Teatro Solís y la Administración de Ferrocarriles del Estado. Cuenta con el apoyo de varias empresas. Se realiza desde 2010. Alcanzará su meta cuando 172 localidades de menos de 5.000 habitantes hayan arribado al teatro. Con el viaje del sábado se llegó a las 124 localidades y al traslado de 9.500 personas.