Martín Gurvich está radicado en Bélgica, aunque su trabajo lo lleva con frecuencia a Delhi o Montevideo. Por eso no quiere tener obras colgadas en un apartamento que no está en uso todo el tiempo. Aquí tiene algunas serigrafías o reproducciones; nada más, por seguridad. “Pero no preciso tenerlas en mi casa. Disfruto viéndolas en un museo”, dice el único hijo del artista plástico nacido en Lituania en 1927 como Zusmanas Gurvicius, que devino José Gurvich.
Diez años después de inaugurado, el Museo Gurvich completó el martes 24 una mudanza anunciada. El proceso de los préstamos bancarios y la albañilería retrasó el plan inicial, pero casi dos años y un millón de dólares después es posible recorrer, en la peatonal Sarandí, un edificio que fue de CUTCSA reconvertido en seis plantas expositivas, y encontrar bocetos, óleos sobre tela, madera o cartón, tapices, murales, cerámicas, proyectos de grandes monumentos, obras inconclusas y hasta una reproducción del taller del artista. La familia “hace tiempo ya que dejó de tener la mayoría de sus obras”, que han terminado sobre todo en manos de coleccionistas particulares de varios países. Lo que permanece, justamente, es lo que está en custodia del museo por diez años.
En la noche inaugural, los visitantes llevaban en la solapa un pin con un hombrecito, tomado de una pintura de Gurvich de los años 60. El personaje con pipa y bombín era la habilitación para el trayecto de escaleras y entrepisos, que entre la muchedumbre se convertía un poco en transitar a escala mayor Espiral, obra de ese artista en cartón moldeado que integra el acervo del Museo Nacional de Artes Visuales (MNAV).
Contratiempos de último momento postergaron hasta abril la que estaba planeado que fuera la primera muestra temporaria, sobre el taller Torres García. A la vuelta de la nueva sede, en la Catedral Metropolitana -donde se llevó a cabo la ceremonia de apertura, con un concierto de la Orquesta Juvenil del SODRE e interpretaciones del dúo de música sefaradí Romancero-, Martín Gurvich pidió disculpas por el cambio de programación: ahora se expone sobre su padre en el Cerro. Ello no obsta apreciar un montaje que ofrece al observador sensible una muestra de autenticidad activa: “El espacio como posibilidad creativa se me hace infinito -afirmaba el pintor-. Cuando uno entra en el mundo de las relaciones, las cosas o las formas se transforman por la necesidad de unidad”. Gurvich hijo habló también de fomentar valores y de captar al público infantil, dos líneas que suelen asociarse a la Escuela del Sur y sus discípulos.
Ernesto Vila fue alumno de José Gurvich y lo retrató décadas más tarde en un collage austero, escolar sólo en apariencia: un brazo descansa sobre el otro, una mano pende, la otra reposa. Estructura de frágil papel pintado que deja que el tiempo lo enrule, el cuadro tiene como epicentro un rostro dividido en dos tonos: es una cara en forma de corazón o un yin-yang ese Viva Gurvich.
-Son posibles varios cortes temáticos en la obra de su padre: la etapa de ensoñación, el judaísmo, hace poco se vieron los retratos de una jovencísima Estela Medina...
-También hay una pequeña muestra en el SODRE sobre Gurvich, la música y las artes escénicas. No pudimos colgar todo, pero con [Gerardo] Grieco tenemos planeado aumentar la propuesta. Sí, Gurvich era un artista multifacético, en constante búsqueda, en constante renovación, muy productivo. Para ser una persona que murió muy joven, a los 47 años, dejó mucha obra. Estaba constantemente haciendo algo, a veces desarrollaba varios proyectos simultáneos. Tenía su horario de trabajo y era como quien fabrica pan: estaba en su taller y desde las ocho o nueve de la mañana, después del mate, hasta las siete u ocho de la noche, estaba en plena producción. Cuando se bloqueaba con todos los temas de pintura, bajaba y hacía alguna cerámica, que era una terapia para él. La pintura es más compleja; en cambio, la cerámica no es que sea más mecánica, pero digamos que en ella plasmaba generalmente las ideas de las pinturas en forma mucho más terrenal.
-¿Lo incorporaba a usted? ¿Lo dejaba intervenir?
-A veces, cuando me dejaba entrar en el taller -que no era muy a menudo, porque era muy estricto con eso-. Ponele que algún fin de semana me daba un pedazo de barro para que yo hiciera mi pieza y me sintiera productivo. Pero no dejaba mucho que lo interrumpieran durante el día. Había hecho un taller de cerámica y de pintura desconectado de la casa. No había acceso directo. Si uno quería entrar al taller tenía que ir hasta el fondo, porque había un pasillo y él lo había cerrado, entonces había que salir por atrás y golpear a la puerta.
-Eso era en el Cerro.
-Sí. Él separaba todo lo que era vida familiar de su taller. No era fanático ni intransigente, pero quería su espacio. Era una persona muy sociable y muy cariñosa, muy humana, pero cuando trabajaba le gustaba trabajar.
-La investigadora Cristina Rossi apunta que Gurvich procesó las enseñanzas de la Escuela del Sur con más libertad. ¿Está de acuerdo con eso?
-No sé si lo diría así. Como yo soy hindú, creo en la reencarnación y el karma, entonces pienso que hay ciertas personas que tienen un don en cierta área, en este caso la pintura, que para mí no existe en una sola vida. Es alguien que ya ha perfeccionado el tema del arte. Esa pasión no viene del cielo; viene de prácticas anteriores. Sucede con músicos, con escritores, con mucha gente con talento que existe en el mundo.
-No cree en los niños prodigio.
-El prodigio ya lo trae de otras vidas. Pienso que mi padre lo tenía, porque desde chiquito le hacía todos los dibujos de los cuadernos a la hermana, y hay un cuadro que está donde empieza la muestra, con la infancia de Gurvich, que es del 40, cuando tenía 13 años, y es un retrato de Mozart precioso. Entró muy joven a estudiar con [José] Cúneo, luego con [Joaquín] Torres [García], y hay obras maestras del 47, cuando tenía 20 años. Tiene una etapa de estudiante; obviamente necesitaba un maestro, como todos necesitamos una persona que nos oriente y nos eduque. Encontró un gran maestro en Torres y lo siguió como un alumno muy fiel en los primeros años. Luego de que Torres no estuvo más, pasó a ser un exponente de las ideas del universalismo constructivo, que absorbió muy bien, e hizo toda una serie de obras constructivas, en las que el lenguaje era torresgarciano, pero ya con un enfoque muy personal. Hizo cantidad de constructivos que el que no sabe va a decir “ah, es algo torresgarciano”, pero el que sabe un poco... no hay ningún constructivo de Torres que se asemeje. Los constructivos de Gurvich son muy abigarrados, con el espiral, una cantidad de maneras diferentes de expresarlo. Podría haberse quedado ahí y habría sido fantástico también; no cualquiera puede llegar a ese nivel. Una cosa es imitar a Torres y otra asimilar su lenguaje y transmitirlo de una forma más personal.
-¿Piensa que su padre estaba satisfecho con lo que iba logrando?
-Creo que era alguien que estaba siempre en una búsqueda interna, espiritual y en su pintura, dejándose influenciar mucho por el ambiente en el que vivía. No hay que pensar que era alguien desconectado. Por ejemplo, cuando estábamos en Nueva York cambió su forma de pintar con respecto a lo que estaba haciendo en Uruguay en los años 60, porque tuvo influencia de otros artistas latinoamericanos que estaban experimentando con ciertos temas, como [Gonzalo] Fonseca con los monumentos, y esos intercambios lo llevaron a buscar a su propia manera. Hizo varios proyectos de ese tipo que nunca llegó a plasmar, porque para hacer un monumento en Nueva York tenés que ser muy muy famoso. Pero tenía esa idea de lo tridimensional. Mucha gente estaba experimentando con eso en Nueva York en esa época. Obras en las que también había objetos que sobresalían. Siguió haciendo esculturas como en Uruguay, pero también pinturas más clásicas. Hizo varias obras basadas en composiciones de Nueva York, en óleo y en témpera; similar a lo que estaba haciendo en Uruguay, pero con temáticas de allá. Al mismo tiempo desarrolló una serie de temas judíos, algo que nunca había hecho en Uruguay. Sí temas de Israel o alguna simbología, pero no temas religiosos específicos, fiestas de la tradición.
-Por esa faceta es que se lo suele vincular con Marc Chagall.
-Tal vez en la manera de pintar o de concebir las cosas, pero los temas no vinieron tanto por Chagall; vinieron porque hubo un pedido del marchand Joachim Aberbach, un judío austríaco. Lo único que hizo Gurvich con temas explícitamente religiosos judíos fue una serie de témperas y unos óleos de motivos bíblicos, en Israel, en homenaje a su madre. No porque él fuera religioso, sino porque la madre lo era, y estaba enferma; estaba redescubriendo un poco a sus antepasados.
El marchand en Nueva York tenía muchos negocios, también en la música -manejaba, por ejemplo, a Elvis Presley-, y era dueño de una galería en Madison. Trabajaba mucho la obra de [Fernando] Botero y de otros artistas. Álvaro Medina le presentó a ese marchand, le interesó y empezaron una relación. En algún momento el marchand fue al taller y había una foto de un cuadro. Era una fiesta de Januká muy importante, en madera, que le había comprado Basilio Bernat acá en Uruguay, y él le preguntó a mi padre si podía hacer algo así. Ahí fue que le empezó a pedir una serie de obras sobre fiestas judías, como Januká, Pésaj, Purim, Shabat, Shavuot. Primero mi padre dijo “sí, puedo”, pero le costó mucho, porque él no hacía obras de arte basadas en pedidos. Hacía lo que él quería. Pero bueno, tenía necesidades económicas, necesitaba un marchand, y se enfrentó a muchos dilemas existenciales. Discutía mucho con Horacio Torres por teléfono. Horacio le decía: “Dejate de embromar, todos los grandes artistas del Renacimiento hacían obras por pedido”. Y es cierto, no tenían ningún problema; les daban el toque que ellos querían, obviamente. Al final hizo la serie.
Él no sabía mucho de temas religiosos, porque era muy laico, pero nunca rechazó la impronta judía, que obviamente es muy fuerte. La madre era religiosa pero él nunca festejó; acá en Uruguay jamás fui a una fiesta judía. Eso es lo extraño: para no ser una persona religiosa, dejó una obra religiosa muy interesante. Era una persona espiritual, en búsqueda de sí mismo.
-¿Su opción por el hinduismo está vinculada con las búsquedas de su padre?
-Cuando mi padre falleció yo tenía 11 años. Puede ser que venga un poco de esa búsqueda espiritual, y de apertura, del hecho de que no me hayan inculcado una religión en particular. Mi madre era católica, mi padre era judío. Nunca me enseñaron preceptos, dogmas ni tradición. Luego, cuando era más grande, en Nueva York, iba a algunos eventos judíos, porque estaba la familia un poco lejana de mi padre, había algunas ceremonias, un bar mitzvá, un casamiento, alguna fiesta como Yom Kippur, y tuve más contacto con la tradición. Mi madre iba a veces a la iglesia y yo la acompañaba, pero nunca me enseñaron nada desde el punto de vista espiritual. Cuando llegué a mi madurez, a los 18 años, seguí mi propio camino.
Pero mi padre era una persona un poco mística, estaba en una búsqueda de Dios, realmente: no de un Dios cultural o dogmático o sectario, sino del Dios que estamos buscando todos, esa verdad, y su manera de buscarlo era por medio del arte, de expresarlo y de absorberlo. Él no quería saber nada de hacer arte religioso, por eso le costó mucho. Iba conmigo a la biblioteca para sacar libros sobre las fiestas judías. Tenía que aprender cómo eran, no sólo teóricamente, sino ver fotos y dibujos. Hizo muchos apuntes y obras importantes con las que se quedó ese marchand, que las tuvo muchos años en una escuela de Uptown. Luego terminaron llegando al Río de la Plata porque las vendió.
-¿Qué lugar ocupa la obra de su padre en su vida? ¿A qué se dedica aparte de esto?
-No me he comprometido con lo de Gurvich sólo porque sea mi padre o por temas de dinero. Mi madre me lo inculcó, pero a través de los años también he aprendido a verlo con mis propios ojos. Es un gran artista y merece toda la difusión y el trabajo que estoy haciendo. Si no, no lo habría hecho, porque el trabajo es enorme, a veces desgastante. Lo hago porque estoy convencido de que es un artista de trascendencia. Y hay, obviamente, una responsabilidad familiar, un tema que uno tiene que asumir, pero seguro que no habría hecho este esfuerzo si Gurvich no hubiera sido un gran artista.
Tengo otra cantidad de actividades: vivo en Europa desde hace muchos años y estoy en temas religiosos de India; estoy hace casi 35 años en una comunidad vaishnava, que es la tradición monoteísta, y he tenido distintas responsabilidades. Ahora soy el representante de comunicaciones en Europa del movimiento Hare Krishna, y también secretario general del Foro Hindú Europeo, que trata de crear una plataforma para todas las comunidades hindúes de Europa.
-Así que está repartido entre el mundo del arte y el de la religión.
-Sí, la espiritualidad en relación con la vida social. Porque tenés la espiritualidad individual, y obviamente cada uno elige su práctica, pero está la espiritualidad en relación con la dinámica social y política de los países y de los continentes. También relacionado con la espiritualidad y el arte abrí dos museos en Europa en dos comunidades grandes de nuestro movimiento, y espero poder abrir otros en el futuro. Son de arte sagrado de India. Estamos haciendo una muestra itinerante muy grande que se inauguró en Delhi en marzo de este año y que estuvo en Bangkok en una versión más chica. Ahora va una versión más grande a Shangái. Esperamos que viaje durante muchos años a diferentes partes del mundo. La queremos traer a Uruguay y Argentina, pero nos está costando un poco la confirmación de fechas. Desgraciadamente, todo lo que es arte de India, ya sea tradicional o moderno, nunca llega. Todo va a Estados Unidos o Europa, y el Museo Gurvich quiere asociarse con el MNAV para poder traerla a los dos lugares. Ésta es una muestra gigantesca: en China va a estar en el China Art Museum, que es el más grande del país; fue el pabellón de China en la Exposición Universal de Shangái. Es como una pirámide invertida y nos dan un piso entero, de 3.000 metros cuadrados. Es un lugar impresionante, de referencia para los chinos que van del interior a Shangái.