El chofer del 60 ya venía con la sangre en el ojo. En la parada de Luis Alberto de Herrera y con el semáforo en rojo, la charla a gritos con un hombre que estaba en la vereda develó su malestar:
-Ya están cortando 18 de Julio las mujeres golpeadas. ¿Y los hombres que son golpeados? Se ve que no tienen nada que hacer esas.
Al otro no se le escuchaba la respuesta, pero se entendía que aprobaba los comentarios del chofer. Era el señor que sube a cantar “es preferible reír que llorar” y luego pide “cooperación con colaboración” y si no la consigue protesta a regañadientes y la buena onda de su mensaje se diluye en la violencia. La misma violencia que manifiesta el chofer desestimando la lucha incansable de esas “mujeres que no tienen nada que hacer” y que se movilizan para que no nos sigan matando. Y me pregunté qué tipo de violencia ejercí yo las veces que ignoré al señor que canta “es preferible reír que llorar” porque no soporto su agresividad y sus comentarios machistas, haciendo que no me importe lo que siente o le hace falta.
El semáforo se puso en verde y el chofer terminó lo que parecía un monólogo para quienes estábamos arriba del ómnibus. Sentí tristeza por sus comentarios pero no dije nada. Me callé. Como hacemos la mayoría de las personas ante algo que nos indigna. Me quedé pensando qué le habían hecho esas mujeres para decir eso. Qué parte del discurso de ellas le hería y dónde.
El chofer subió la radio y Petinatti se escuchó más fuerte. Fue inevitable no hacer asociaciones en ese momento y entender mejor cómo se construye la opinión y los discursos. Y me atrevo a ir más allá y decir cómo se construye el sentimiento y la violencia.
Pensé que tenía tiempo de idear algo para decirle antes de bajarme. Y decidí que fuera antes de bajarme porque no es fácil enfrentar a un chofer de ómnibus y seguir viajando con él. No es fácil enfrentar a un hombre que habla desde el lugar de la verdad y desestima cualquier opinión de una mujer sintiéndose respaldado por un sistema patriarcal y machista. Así y todo había decidido responder a sus comentarios. Callarme habría sido una muestra de aprobación o desinterés que no hubiera podido perdonarme.
Pensé en hablarle del patriarcado y de la violencia, de las casi 30 mujeres asesinadas este año en Uruguay, de las hermanas Mirabal. Del respeto, de la empatía, de los mensajes que transmite el programa de radio que escucha, de la lucha que no tiene que estar dividida, de cómo muchas mujeres también apoyamos históricamente sus reclamos salariales y sus derechos como trabajador, incluso cuando no gozábamos de ellos, incluso cuando todavía hoy no los gozamos por igual. Pensé en decirle por qué este tema le debería importar a toda la sociedad o por lo menos, si a él no le importaba, que lo mejor era callarse la boca y no seguir alimentando la violencia.
Así se me pasó el viaje hasta la Plaza Cagancha. Entonces tomé coraje y me fui a bajar por la puerta delantera. Lo miré unos segundos y antes de empezar a decirle algo (que no iba a ser ni la mitad de lo que estuve pensando) me ganó de mano, frenó por el desvío, miró a un grupo de manifestantes que cortaba 18 de julio de frente al tránsito que se desviaba a unos metros de ellas y dijo:
-Estas mujeres de mierda.
Quedé bloqueada. Todo lo que había pensado en decirle se me borró en ese momento. El chofer había empezado a manifestar su odio a la altura de Luis Alberto de Herrera y nadie le dijo nada. No encontró resistencia y se sintió con impunidad para seguir construyendo su discurso misógino respaldado por el programa de radio que escucha y por los pasajeros que nos manteníamos en silencio.
Miré a las personas que bloqueaban el tránsito y le dije, con lo poco que me quedaba de energía, que estaban ahí para reclamar contra los asesinatos de mujeres por violencia machista, esa misma que manifestaba él en su discurso y que también querían terminar con la ignorancia de personas como él.
Para mi sorpresa me balbuceó un “perdón, perdón”, sin mostrarse arrepentido. No me miró a la cara, ni miró más a las mujeres que tenía enfrente. Pero no quedé satisfecha con mi defensa porque sentí que tal vez ni siquiera entendió lo que le dije, así que arremetí con un mensaje que le iba a llegar mejor:
-¿Es válido manifestarse por el asesinato de un chofer de ómnibus pero no por el de una mujer en manos de su pareja? ¿Vale más la vida de un trabajador varón que el de una mujer?
El ómnibus avanzó y se abrió la puerta. Quedamos a salvo los dos, yo de su violencia machista y él de mis cuestionamientos a este sistema donde se siente tan seguro e impune.