Cuando uno se aproximaba a la literatura, y ni que hablar a su estudio, había una sombra que parecía estar siempre. Algunas veces con estudios que iluminaban trabajos remotos, y otras con ediciones que daban a conocer autores impensados, el nombre de Heber Raviolo se volvía una referencia definitiva. Y uno, aunque no lo conociera y lo imaginara lejano y marmóreo, sabía muy bien que Raviolo era un nombre clave para la literatura uruguaya, no sólo por haber sido el motor fundador de la editorial Banda Oriental (BO) en 1961, o por haber sido el editor que se interesó por una amplísima gama de autores, desde los cronistas del siglo XIX y la narrativa campera hasta los escritores más nuevos, sino también porque fue uno de los primeros en prestar atención a la producción brasileña, en descubrir y rescatar a autores fundamentales como Anderssen Banchero, en editar a Juan José Morosoli, en estudiar y presentar en precisas reediciones a Líber Falco. Se podría seguir con una larga lista que cruza nombres como los de Héctor Galmés, José Pedro Barrán y Benjamín Nahum.
En esa misma línea, es probable que no haya una sola biblioteca liceal o barrial que no cuente con al menos un ejemplar de la clásica colección mensual conocida como Lectores de BO, que creó el propio Raviolo en 1978, en un complicadísimo momento para la editorial, y que lleva publicados más de 400 títulos (con una base de 4.000 socios). El catálogo de esa serie incluye a autores de perfiles y estéticas muy diversas, con clásicos de la literatura universal como Nikolái Gogol, Antón Chéjov, Franz Kakfa y Henry James, junto a latinoamericanos, incluyendo panoramas o antologías de literaturas nacionales que se convirtieron en mapeos de las literaturas chilena, mexicana y paraguaya, por ejemplo, cuando hasta el día de hoy sigue siendo casi imposible conocer autores contemporáneos de la región. A la vez, Lectores publicó por primera vez varios best sellers uruguayos de su momento, como Casa de papel, de Carlos María Domínguez, Bernabé, Bernabé, de Tomás de Mattos, o La balada de Johnny Sosa, de Mario Delgado Aparaín.
Esta larga introducción a la labor y al lugar que ocupó Raviolo se concentra en el libro Escritos sobre literatura uruguaya. Heber Raviolo, que acaba de editar BO. “Para alguien que abrió tantas puertas, tantos libros, tantas trayectorias, ¿por qué no el gesto generoso de abrir la suya, la de su vida, la de su trabajo, la de su obra?”, pregunta en el prólogo Oscar Brando, encargado de la selección y la lectura del cuantioso archivo. Este libro-homenaje recoge los prólogos de Raviolo, sobre todo aquellos que fueron escritos para la colección Lectores, además de charlas y presentaciones. Pero, y éste es uno de los ejes fundamentales para leer estos escritos, Raviolo no se planteó diseñar una historia de la literatura, sino, más bien, una “historia inorgánica de la literatura, que sigue diversos procesos literarios a los saltos”, como señalaba hace un tiempo el propio Brando.
Si bien Raviolo contribuyó muchísimo a la difusión de autores nacionales, como Felisberto Hernández, Mario Levrero y Tomás de Mattos, él rescató, más que nada, la literatura conocida como criollista, sobre todo a partir de Javier de Viana, Morosoli y Julio C da Rosa, distanciada de la generación del 45, con la que él compartió, si se quiere, la tarea periodística, trabajando como crítico literario de Asir y, más adelante, en la sección literaria de Marcha. Su tarea de crítico y de impulsor constante fue acompañada por rigurosos estudios e investigaciones. Tanto fue así que El gallo de oro, esa novela corta increíble de Juan Rulfo, se editó en Montevideo casi al mismo tiempo que en México. De esta manera, Escritos sobre literatura uruguaya no sólo se vuelve un inmejorable testimonio de su obra y de su trabajo, sino también una referencia ineludible al momento de pensar una posible literatura nacional, ya que Raviolo analiza obras al tiempo que piensa y traza el campo literario de Uruguay. De manera que el libro no sólo acerca a autores muy distintos entre sí, sino que además ofrece un análisis panorámico para conocerlos (hablamos, también, de WH Hudson, Henry Trujillo y Sansón Carrasco).
Incluso en una época tan compleja como la de la última dictadura, Raviolo posibilitó el encuentro. Cuando unos muchachos desconocidos escribieron un artículo en Marcha sobre el Reglamento de Tierras y las Instrucciones del Año XIII, fue él quien los motivó para que publicaran en conjunto, y así fue como nació el primer libro de Barrán y Nahum, Bases económicas de la revolución artiguista. Porque BO también publica historia, política y economía, respondiendo a las necesidades y al ineludible acompañamiento de los procesos sociales.
Tiempo y tiempo
Escritos sobre literatura uruguaya se organiza por épocas, temáticas y géneros: comienza con “La mirada extranjera”, repasando a la Banda Oriental de Hudson, de los hermanos Juan y Guillermo Robertson y de Cunninghame Graham. Continúa con “Cronistas del siglo XIX” y la necesidad de rever el pasado nacional, para poder integrar, de manera definitiva, a Uruguay como país autónomo. Entre esos cronistas se encuentra Daniel Muñoz, el primer intendente de Montevideo, mejor conocido por su seudónimo, Sansón Carrasco. Raviolo plantea que su obra refleja, esencialmente, su época, el aire pueblerino, los personajes típicos y las costumbres de una joven Montevideo. A esta sección le siguen “Hombres, tierras y ganados”, en la que se incluye ese relato increíble de Dámaso Antonio Larrañaga, Viaje de Montevideo a Paysandú, considerado por Raviolo el comienzo de la narrativa uruguaya. Transita por nombres como Bartolomé Hidalgo, Eduardo Acevedo Díaz o De Viana, y una de sus mayores pasiones: Morosoli y sus hombres serios, callados y solitarios, destinados al margen de la historia. En ese sentido, Ruben Cotelo fue quien definió la obra de Morosoli de la forma más certera: “El testimonio de unos hombres solos en tránsito hacia la extinción”.
La sección “Poetas” está integrada por Líber Falco, Circe Maia y Washington Benavides; “Crisis y generaciones”, por Banchero, Héctor Galmés (o la “paradójica invención del perfecto cuentista”), Tomás de Mattos y Juan Carlos Onetti; mientras que en “Los más nuevos” se encuentran Trujillo, Claudio Invernizzi, Pedro Peña, Elbio Rodríguez Barilari, Nelson Ferreira, Leonardo Rossiello y Luis Martínez Cherro, y “Crónicas del siglo XX” cierra con Julio César Puppo, Víctor Soliño, Luis Alberto Varela, Jaurés Lamarque Pons, Benavides y Roberto Arlt.
En las últimas secciones se incluyen dos entrevistas, muy particulares y esenciales por el momento en que se realizaron: la primera fue con Onetti, motivada por el premio en Italia a El astillero. El escritor, en su habitual juego entre el personaje y el hombre que padece la vida, asegura que en realidad los italianos no lo esperaban, simplemente porque había empezado a circular mucho eso de que él no se movía ni salía de su pieza. Entre jugosas reflexiones, el autor de Cuando ya no importe se ríe de la traducción al italiano de su novela Juntacadávares (“Raccattacadaveri”) y, con o sin paradojas, la vida social de Onetti en ese viaje le terminó ganando a Paco Espínola, que cuando lo invitaron a París se quedó encerrado en el cuarto del hotel tomando mate y escuchando a Gardel. La segunda entrevista es con Benavides: en ella, Raviolo anota la insólita creatividad que cundía en todo el “grupo de Tacuarembó” y, mientras el editor viajaba desde Montevideo para entrevistar al poeta, Alfredo Zitarrosa preparaba un long play de todo el grupo, que después se llamó Desde Tacuarembó.
En cuanto a “los nuevos”, un sexteto de prólogos evidencia la postura de Raviolo respecto de lo creativo (y lo refuerza una de sus últimas obsesiones: el olimareño Gustavo Espinosa). En el prólogo que escribe para La pulseada, de Invernizzi, señala que las nuevas generaciones escriben muy bien pero no cuentan con una concepción de cuerpo, de una idea de cultura. Encuentra que estos escritores no se leen entre sí, pierden la comunicación y, con ella, “el sentido de la literatura como un bien social, comunitario”, un concepto que primó en los años formativos de Raviolo, y que mantuvo y reformuló a lo largo de su trayectoria.
Algunos seguramente crean que el concepto de literatura nacional se enfrenta a un proceso que la diluye, y que, por eso, lo único que queda es la hibridación constante por viajes, lecturas y un mundo globalizado que se impone. Escritos sobre literatura uruguaya mapea una producción literaria fundamental que, en definitiva, es nuestra memoria, aunque mute, aunque seleccione, aunque se reescriba. Raviolo fue un erudito, un talentoso que apostó al riesgo y que se convirtió en el impulsor más tenaz de buena parte de la literatura nacional. En este libro póstumo se vuelven a comprobar su rigurosidad, su compromiso y su permanente integridad, que sigue desafiando a nuestro tiempo.