Tenosique, lugar de máscaras y danzas, frontera de tierra y agua, es ahora la puerta del infierno en el que se ha convertido México para quienes atraviesan el país con la intención de llegar a Estados Unidos. No sólo, claro. México se ha convertido en un infierno también para los de ‘casa’: secuestros, asesinatos, masacres, desapariciones, asaltos, extorsiones, trata de personas, violencia, ajustes. Ayotzinapa pronuncia el dolor más íntimo, la vergüenza, la rabia: 43 estudiantes desaparecidos. El gobierno implicado hasta el tuétano.
México reúne y multiplica los nueve círculos de Dante y añade algunos más. El horror se extiende a través de territorios discontinuos, cierto, pero cada vez más amplios. Ya lo dijo Fernando del Paso: “Me duele en el alma que nuestra patria se desmorone”.
Si los de ‘casa’ enfrentamos riesgos, quienes entran sin papeles y atraviesan el infierno invisibles, sin más prueba de su existencia que su propio cuerpo, están a merced del horror con sus mil rostros: la delincuencia organizada, el agente de migración, la policía federal o municipal, el coyote, el oficial, la procuraduría.
Testimonios de asaltos y vejaciones son el pan cotidiano en las casas de migrantes, pero no es extraño que entre los perpetradores se encuentren autoridades.
Al momento de escribir este texto estoy de visita en la Casa del Migrante de Tenosique, que lleva el nombre de “La 72”, precisamente en memoria de las personas asesinadas en la masacre de San Fernando, en 2010, un crimen que continúa sin esclarecerse, que continúa impune.
El 30 de noviembre iniciará en Tenosique la caravana de madres centroamericanas que buscan a sus hijos, desaparecidos en México. Elocuente movilización que expresa el horror en el que se ha convertido este territorio.
Entre humedales
Tenosique, ubicado en la cuenca del río Usumacinta y en el estado de Tabasco, es frontera con Guatemala. Es el punto de encuentro con el tren, con la Bestia para quienes entran por esta zona. El Usumacinta, mono sagrado o lugar de monos, es el río más caudaloso de México. Su forma caprichosa asemeja la cola de un mono. Nace en Guatemala y desemboca en el Golfo de México. Todo el río Usumacinta es navegable y ancestralmente el pueblo maya lo ha navegado en un recorrido que incluso permitía llegar a la península de Yucatán y rodearla.
Para llegar a Tenosique desde El Ceibo, el puerto fronterizo entre México y Guatemala, hay que caminar cerca de 60 kilómetros. Quienes entran por tierra tienen que caminar una buena parte de esa distancia entre matorrales, para escapar a la vista de las autoridades. Caminar 60 kilómetros deshace los zapatos y llaga los pies. Caminarlos en época de lluvias —y en Tabasco llueve casi todo el año— entre humedales y charcos, provoca hongos y llagas más grandes.
El Ceibo es la puerta de tierra, pero también se puede llegar a Tenosique por La Palma, desde El Naranjo, en Guatemala, a través del río San Pedro. Ya en La Palma, pequeño poblado en territorio mexicano, hay que caminar hacia Tenosique. La distancia es un poco menor que desde El Ceibo, pero primero hay que navegar el río San Pedro en inseguras barcas llenas de gente.
En ese tramo los migrantes se enfrentan a secuestros, extorsiones, violaciones, robos. La Casa del Migrante de Tenosique acompaña a denunciar pero la negligencia de las autoridades parece esmerarse en los casos en los que las o los agraviados son migrantes. En teoría la ley obliga a que, quienes sean víctimas de delitos, puedan obtener una visa humanitaria con el fin de permanecer y dar seguimiento a su denuncia, pero rara vez los agresores son detenidos.
La casa del migrante hospeda en promedio cien personas diariamente. El número que entra a Tenosique es mucho mayor, pues muchas personas no pasan por la casa del migrante, no se tiene registro alguno de su entrada, atraviesan el país de manera invisible, sujetas a todo tipo de abusos.
En los alrededores de las vías del tren se registran con frecuencia asaltos violentos. Encapuchados asaltan. Recibí el testimonio de un hombre con grave herida en la cabeza. Le robaron sesenta pesos mexicanos.
Pero uno de los más dolorosos testimonios que he recibido fue el de un hombre que venía con la dignidad herida: agentes de migración lo persiguieron en una zona pantanosa. Le quitaron todo. Mochila, dinero. Eran pocas pertenencias pero era todo lo que tenía y encima se llevaron más de mil pesos. No, no era sólo eso, nos dijo. Lo peor fue escucharlos reír porque luchaba por no ahogarse en el pantano al que cayó en la huida. Lo peor fue la burla, las palabras humillantes, la risa. Y eran agentes de migración.
La política migratoria del Estado mexicano, según la ley en la materia, debe estar regida por los principios de hospitalidad y respeto a los derechos humanos. Pero en la práctica es la persecución el sello, aunada a la criminalización de los migrantes, lo cual pone en riesgo la vida de las personas al obligarlas a esconderse y a tomar las rutas menos visibles, clandestinas y, por lo tanto, más peligrosas, más expuestas a ser víctimas de la delincuencia organizada.
Los agentes de migración han ocasionado directamente la muerte de migrantes en sus persecuciones. En ocasiones, literalmente, los han correteado hasta el río; entran a zonas peligrosas o sin saber nadar y se han ahogado. Recientemente se volcó una camioneta que era perseguida por oficiales de migración. Fallecieron nueve migrantes.
Si suben a un autobús, enfrentan varios retenes de migración y las personas que no demuestren ser mexicanas son detenidas en las estaciones migratorias en condiciones carcelarias antes de ser deportadas. Usualmente son también maltratadas.
No se suben al tren, a la Bestia, por gusto, sino porque las vías seguras están prohibidas.
Refugiarse en el infierno
Tenosique es la primera estación de un víacrucis interminable para quienes atraviesan México. Esta frontera de tierra y agua en el sur del país, cuyo nombre en maya significa la casa del hilandero, es el punto de encuentro con la Bestia, temida y esperada.
Rieles oxidados, vagones antiguos, los fierros viejos y cansados, la fricción del metal, el chirrido aullando al mismo tiempo que la bocina. Pasa por Tenosique, a veces sin detenerse. Otras veces se detiene sólo para maniobrar, desenganchar vagones. La estación, olvidada, en ruinas, en abandono, con las paredes pintarrajeadas, tiene un aire fantasmal.
El tren dejó de ser de pasaje hace más de una década y ahora es únicamente tren de carga. Las y los migrantes se suben, muchas veces “al vuelo”, con el riesgo de caerse y ser mutilados puesto que, por el movimiento, por la velocidad, la fuerza “jala hacia adentro”.
Desde que se puso en marcha el “Plan Frontera Sur”, a raíz de la crisis que se vivió en 2014 en la frontera con Estados Unidos, modernizaron algunos vagones y arreglaron algunas vías para aumentar la velocidad del tren, con lo cual aumentó el peligro y el riesgo. Aumentó la persecución, aumentaron las deportaciones.
Arriba del tren, con frecuencia los migrantes son extorsionados y tienen que pagar una cuota para no ser arrojados de la Bestia.
Arriba del tren van jóvenes, mujeres, niños, adultos de mediana edad. Adolescentes solos que huyen de la violencia y que no son precisamente migrantes sino, en los hechos, refugiados aunque desconozcan que pueden pedir asilo en México.
Tenosique es también, se va convirtiendo cada vez más, en zona de refugio para quienes huyen de la violencia. ¿De dónde vienen, que se refugian en el infierno?
“De otro infierno”, me cuenta Erik, “pero aquí tenemos una chance de salvar la vida porque no nos buscan a nosotros”. Ahí, en su infierno, tienen sentencia de muerte. Por un pleito, por droga, por no aceptar ser parte de la mara, por homofobia, por violencia de género. Aquí, en nuestro infierno, son anónimos. Hay un chance de salvar el pellejo, sostienen.
Un Salvadoreño amenazado, cuyo caso era para refugio, se encuentra en los alrededores de las vías, esperando el tren. Nos saludamos sin preguntas. Cerca de cincuenta personas están ahí, cerca de las vías, esperando. Cincuenta personas. En los rostros la angustia, la espera o la calma. El fracaso de los países, desmoronándose entre violencia, pobreza y corrupción.
Actualmente la mayoría de los migrantes que pasa por la Casa del Migrante viene de Honduras. Quizá a partir del golpe de Estado de 2009 aumentó de manera dramática la expulsión. Y, entre ellos, vienen garífunas. Los garífunas migran en familia. A ellos les están arrebatando sus tierras para megaproyectos turísticos. Es otro de los rostros del despojo, tan parecido al que enfrentan los pueblos indígenas en México.
Guatemala, El Salvador. Nicaragua. Algunos hablan ya de la diáspora centroamericana.
Sobre el lomo de la Bestia atraviesan el infierno.
Se escucha el tren. Se preparan para tomarlo al vuelo.
Es Tenosique. Es la primera estación. El viaje apenas comienza. Y el territorio, el infierno que se extiende delante, es extenso.