Ayer a las 8.00 la cárcel de Punta de Rieles estaba en plena actividad; así lo demostraba el ritmo de quienes trabajaban en la bloquera y en el aserradero, o los que iban o venían de bañarse, esperando a la visita, que hacía cola a la entrada del recinto. Ingresamos con estudiantes y docentes de la Universidad de la República (Udelar) que participan en la pasantía “Educación-acción en contextos de encierro”, que desde agosto reunió a 18 estudiantes de Nutrición, Ciencias Sociales, Agronomía y Psicología. Es un curso semestral que reúne instancias teóricas en las sedes universitarias y trabajo de campo en las quintas de la cárcel de Punta de Rieles, y es desarrollado por el Espacio de Formación Integral “Intervenir para aprender. Aportes universitarios al proceso socio-educativo en el Centro de Rehabilitación Punta de Rieles”, una propuesta de extensión universitaria desarrollada desde 2012 por las facultades de Agronomía y Ciencias Sociales, la Escuela de Nutrición y el Programa Integral Metropolitano. Por quinta vez, ese espacio dictó en Punta de Rieles el “Curso de introducción a la producción agroecológica de alimentos”; el lunes los reclusos recibirán los diplomas. La pasantía, que se potenció con el curso, estuvo orientada a concretar una feria-muestra de la producción, que se realizó ayer de tarde en la explanada de la Udelar.

El teórico

Temprano en la mañana los reclusos ya estaban listos para la cosecha. En Punta de Rieles hay tres quintas, con acelga, lechuga, remolacha, rabanito, puerro, perejil y cebolla de verdeo. También tienen tomates, zapallitos, coles, y en invierno tuvieron papas, boniatos, nabos y habas.

Hace casi un año Walter Fernández, uno de los reclusos, comenzó los canteros de la Quinta 1; empezó “de cero” con otro compañero que ya no está, y el espacio “era todo pasto”. La Quinta 4 comenzó en agosto, con el impulso del grupo de la Udelar, y en este tiempo hicieron un invernáculo. “Aprendimos cosas que no sabíamos, por ejemplo de biodiversidad”, explicó William Goerki, que, señalando las áreas de alrededor, pobladas de yuyos silvestres en flor, comentó: “Nosotros teníamos todo limpito y ahora estamos aprendiendo que tenemos que dejar otras plantas para que nos den flores, vida, insectos”. Enumeró que están haciendo composteras “para darle a la tierra lo que le sacamos; antes plantábamos, cosechábamos y no le dábamos importancia”.

Mario Carrasco, de la Quinta 2, resumió: “Plantar sabíamos, porque las cosas crecían, pero en lo teórico, el nombre de las cosas, cómo fabricar el fertilizante agroecológico, cómo correr a las hormigas -que fue lo que más nos costó-... todo eso no lo sabíamos”. El trabajo fue potenciado, también, por un operador penitenciario del área laboral, Óscar Quintero, que fue asignado hace ocho meses para la tarea de quinta y animales. Quintero rescata que ha aprendido con el aporte de docentes y estudiantes. Él ha conseguido herramientas y semillas, y controla la planilla en la que registra las ocho horas diarias de trabajo que les permite a los presos reducir la condena.

Aire libre

En las tres quintas se desempeñan unas 30 personas. La huerta es el único emprendimiento productivo de Punta de Rieles que no otorga salario. Sólo un recluso percibe ingresos, Walter Fernández, que recibe un peculio (cobra 1.500 pesos mensuales y otros 1.500 van a una cuenta bancaria para cuando salga); para hacer la excepción se valoró el trabajo y el tiempo que lleva en la tarea. El director del centro penitenciario, Luis Parodi, respondió a la diaria que sólo dispone de 53 peculios y que los deriva a las actividades que más necesita: cocina y mantenimiento. El aserradero, la bloquera y la planta de reciclaje pagan salarios a quienes trabajan porque la venta así lo permite.

Los reclusos consumen lo que cultivan y también comparten con los operadores. Ayer, cuando llenaban los cajones con más de 100 lechugas y un número similar de atados de acelga y de rabanito, más de uno expresaba que la idea era que hubiera ferias con más frecuencia.

“Posiblemente el beneficio sea más educativo que laboral”, expresó Parodi, pero las características propias del trabajo hacen que los presos lo elijan. “Éste es el único trabajo que no se paga, pero es el que te da más libertad, porque vos trabajás con la tierra, estás abajo de un árbol, no es lo mismo que estar encerrado”, dijo Carrasco. “La libertad que tenemos acá no la tenemos en ningún lado”, apuntó Jonathan Corrales.

Las manos en la tierra

Marcela González es estudiante de tercer año de Agronomía y una de las pasantes. Se movía en la huerta como pez en el agua. Consideró buena la experiencia: “Te enterás de cosas internas de las que no tenías idea, rompés esa estructura de lo que es una cárcel, te cuestionás pila de cosas del sistema penitenciario y de la sociedad uruguaya en general. Porque por algo están acá, y creo que eso es culpa de todos y de ninguno”, reflexionó. Siente que aprendió mucho más que los reclusos, con quienes trabajó a la par: “Tienen tantas ganas de trabajar que todo lo que les digas les queda, porque están muy pendientes de que vengas, y eso creo que sólo acá lo podés vivir”. “Muchas veces trabajo sola con ellos en la huerta; pila de gente me pregunta si no tengo miedo por ser mujer y estar en un lugar con tantos hombres que hace tanto tiempo que están encerrados, y nada que ver, me respetan muchísimo y cuidan la posibilidad de que venga gente”.

Tanto el curso como la pasantía intentaron fortalecer la comercialización. El trabajo de Nutrición y de Trabajo Social contribuyó a ese fin: los estudiantes elaboraron folletos y recetarios con los aportes nutricionales de verduras y hortalizas, y se trabajó en organizar la feria. Debido a los paros judiciales sólo un recluso, Fernández, logró la autorización para ir a vender a la explanada de la Udelar. “Punta de Rieles se planta. Cosechando libertad” fue el eslogan de la colorida feria. Con la plata decidieron hacer una comida de fin de año con los estudiantes, aunque, antes de salir de la cárcel, Fernández les sugería a sus compañeros guardar una parte para comprar semillas.