El domingo un turista que se estaba bañando en la playa de Valizas se lastimó con un objeto metálico que estaba bajo el agua. Era un ancla. Unida a ella había una red, y adentro de la red, un cangrejo y 15 tortugas. Lograron sacarlas hacia la arena entre varios, pero era un poco tarde: diez ya estaban muertas.

Eran de la especie Chelonia mydas, que se conoce como “tortuga verde”. Son la especie más común en Uruguay; su caparazón puede medir entre 30 y 60 centímetros de largo, y aunque pasan la mayor parte del día bajo el agua buscando algas para comer -las mismas que también terminan en buñuelos que se venden por la playa- y pueden aguantar la respiración durante dos o tres horas -o 12 cuando hibernan en cuevas subacuáticas-, no son anfibias. O sea: se pueden morir ahogadas.

Habitan en las costas uruguayas todo el año, desde Rocha hasta Colonia, y se vuelven menos frecuentes cuanto más adentro en el Río de la Plata, porque son bichos de agua salada. En verano siempre aparecen más y este año hubo un aumento inusual de la temperatura del agua a 25º -cinco grados más que el promedio- que generó una gran migración desde Brasil y que trajo, además, a unas cuantas fragatas portuguesas, una especie de aguavivas azules y de picadura mucho más irritante que la de las medusas autóctonas, explicó a la diaria Alejandro Fallabrino, integrante de Karumbé, un grupo que desde 1999 trabaja por la conservación de la vida marina local con el foco en las tortugas.

El especialista explica que las tortugas verdes buscan el calor y que pueden morir de hipotermia en temperaturas por debajo de 11ºC, pero ésa no es su mayor causa de mortalidad. Unas 150 por año mueren por ingerir bolsas de plástico -la tasa más alta en el mundo por esa causa-, y este año 600 murieron a causa de la pesca, según datos de Karumbé tomados por la Dirección Nacional de Medio Ambiente (Dinama). La situación es preocupante porque la tortuga verde está en peligro de extinción a nivel global, como alerta la publicación “Lista roja de los anfibios y reptiles del Uruguay”, de la Dinama.

Los turistas de Valizas contactaron a la organización, pero mientras los conservacionistas llegaban, devolvieron dos al mar. Fallabrino explica que fue un error: “Cuando las sacan les puede quedar algo de agua en los pulmones, por lo que cuando vuelven se pueden ahogar. Hay que dejarlas inclinadas un par de horas para que puedan largar el agua”. A las tres que sobrevivieron las salvaron los turistas, pero también fueron turistas los culpables de la situación.

“Es algo que pasa todo el tiempo”, lamenta el integrante de Karumbé, que investigó sobre el tema en México, Australia y algunos países africanos. El mismo día, un guardaparques encontró otra red con tortugas muertas en el Parque Nacional Cabo Polonio. La pesca artesanal y la industrial afectan a la población de tortugas (“toda pesca tiene un impacto sobre otras especies, aunque el pescador no lo busque”, dice Fallabrino), en especial cuando se usan redes con luz de malla (el espacio entre los hilos) grande, capaz de enredar las aletas. Pero el mayor peligro, coinciden la Dinama y Karumbé, es la captura incidental por la pesca deportiva, o sea, cuando quedan atrapadas sin querer en la red de alguien que pretendía pescar otros animales.

La pesca artesanal con red está permitida para ciudadanos registrados en la Dirección Nacional de Recursos Acuáticos (Dinara), pero deben usar redes simples y a más de 300 metros de la costa. Para la pesca deportiva, sólo está permitido usar caña de pescar y calderín. El problema, explica el vocero de Karumbé, son unas redes triples de 30 metros de largo, que en la frontera con Brasil se conocen como feticheiras. Su uso está prohibido en todo el país, para pescadores artesanales y recreativos, pero se consiguen a unos 100 dólares en el Chuy, cuenta Fallabrino, que considera que también son un peligro para las personas: “Ahora que no hay guardavidas en Rocha, la gente puede enredarse y ahogarse. Quienes las usan son turistas que pescan y que no les gusta estar parados con la caña, no trabajadores que están pasando hambre”. A las tortugas también se las captura para vender su carne o su caparazón, cuentan desde Karumbé, pero son prácticas cada vez menos comunes.

Para los integrantes de la organización, las sanciones deberían ser un poco más estrictas. La Ley de Recursos Hidrobiológicos, aprobada en 2014, impone multas de entre 100 y 999 Unidades Reajustables para los pescadores deportivos que incumplan las normas (incluyendo la que prohíbe vender lo que se extrae), pero la mayoría de las veces, según Karumbé, la Dinara termina decomisando las redes y los animales que se pescaron. El año pasado, según datos oficiales, se confiscaron 1.500 metros de redes no permitidas, especialmente en las lagunas de Rocha y Castillos. El caso del Parque Nacional Cabo Polonio es especialmente grave: desde que ingresó al Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SNAP), en 2009, está prohibido pescar ahí. Otro lugar importante para el desarrollo de la Chelonia mydas es Cerro Verde, otra zona rochense, que también está incluida en el SNAP.

Karumbé tiene a cargo tres espacios: uno en La Coronilla, que funciona hace ya diez años, uno en el Zoológico de Villa Dolores, en Montevideo, y otro en La Paloma, que se inaugurará oficialmente este viernes 1º de enero. Allí las estudian, las cuidan, las exponen a los curiosos y las devuelven al mar cuando ya están sanas. Ése será el destino de las cuatro tortugas que sobrevivieron el domingo, que en un par de días volverán a disfrutar de aguas y algas valiceras.