Carismática, graciosa e histriónica, la diseñadora más famosa del momento, Ágatha Ruiz de la Prada, de origen catalán, estuvo una semana en Uruguay. Vino para participar en la Fashion Week uruguaya, traída por la gestora de eventos María Inés Rodríguez, y fue invitada a dar una conferencia por la Escuela Universitaria Centro de Diseño de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo de la Universidad de la República, en el marco de los festejos por el centenario de esa facultad.

Desde hace más de 30 años -comenzó a hacerse conocer en el marco de la “movida madrileña” de la transición democrática española- diseña de todo: indumentaria, accesorios, ropa para niños, insumos de carnaval, juguetes, cascos de moto, muebles, azulejos, gráfica, contenedores de basura, sábanas, toallas, asientos de inodoros.

Su signo distintivo es su audacia con el color. En su linaje aristocrático (ella reúne los títulos nobiliarios de marquesa de Castelldosríus, baronesa de Santa Pau y grande de España) hay abundancia de arquitectos, y uno de sus ancestros fue Eusebi Güell, mecenas de Antoni Gaudí. Contó que su padre era coleccionista de arte contemporáneo en los años 60, y que eso la influyó mucho como creadora. Dijo que no pudo concluir sus estudios de arquitectura por su incompatibilidad con algunas asignaturas, aunque reconoció que éstas le sirven hoy para llevar la contabilidad de su exitoso estudio.

Opinó, sin ambages ni compromisos para quedar bien con los anfitriones, sobre diseño, color, mal gusto, estética y arquitectura, encantando a sus seguidores, que son casi un club de fans, sobre todo los jóvenes.

Creatividad y color

Trajes “jaula”, trajes “bandeja”, vestidos “jardín”: la creatividad de esta diseñadora se despliega tanto en sus propuestas alternativas como en el color, con una paleta entre ácida y dulce.

Es famosa porque no les tiene miedo a las combinaciones de colores poco convencionales y hasta chocantes para ciertas sensibilidades: naranja con fucsia, verde manzana con violeta, fucsia con amarillo. “El color negro no se usa para nada en mi estudio”, afirmó en forma reiterada. Asegura que sólo lo usó una vez, para un traje “piano”.

En su exposición hizo un poco de historia, mencionando los años prósperos de los inicios de su carrera y cómo los partidos políticos sacaron provecho de la moda, el arte y la creatividad; pero también relató, con disgusto, que en aquellos tiempos sus primeros encargos -del grupo de grandes almacenes El Corte Inglés- fueron colecciones para niños o para el carnaval de Madrid, bajo la premisa de que sus locuras cromáticas no serían compradas por adultos para ocasiones “normales”. Hoy son un clásico.

Muchos novios de los años 90 se vestían “de Agatha”, animándose a entrar al civil o a la iglesia con corazones (su audacia iconográfica distintiva) bordados en lentejuelas rojas y miriñaques con ruedas para polleras “taca-taca” (andador). Sus aventuras de diseño y color la llevaron a incursionar incluso en el maridaje entre indumentaria y gastronomía.

Una vez realizó un desfile, o más bien una mezcla de performance e instalación, en el Museo del Louvre, presentando trajes confeccionados con pasto y flores naturales (“trajes jardín”), que incluían un sistema de riego que se accionaba al caminar. Manifestó tener preocupaciones ecológicas en su obra así como en su vida privada. Mostró al público que estaba vistiendo ropa usada -y en efecto se notaba el ajado natural- y dijo que su traqueteada agenda de viajes y presentaciones no le impide preparar compost para sus macetas o seleccionar restos de comida para las gallinas. También le reclamó al conserje de un hotel de Punta del Este porque le pareció “una cabronada” que allí se tirara a la basura un jabón que había sido usado una sola vez.

Sin embargo, y a propósito del regalo -una chaqueta- que le hizo un grupo de diseñadores jóvenes que trabajan con plásticos de desecho, aclaró que para sus confecciones no utiliza materiales reciclados provenientes de desecho. En su opinión, eso no se justifica, porque gracias al desarrollo de la tecnología actualmente es posible fabricar pocos metros de una tela a bajo costo, a diferencia de lo que ocurría hacía algunas décadas, cuando era muy costosas tanto la fabricación industrial -por los grandes volúmenes que se tenían que encargar como mínimo al fabricante- como la artesanal (el viejo y caro sueño del movimiento Arts and Crafts, a fines del siglo XIX y comienzos del XX).

También habló de las relaciones entre la creatividad y la comercialización, a partir de la inquietud planteada por un público joven de estudiantes de diseño, ansiosos de recibir consejo en ese terreno. Su recomendación: hacer y seguir haciendo y disfrutar de lo que se hace. La relación trabajo-éxito, sentenció, no es por el dinero; “es una gozada”.

Mujer multimedia

Aparte del diseño de múltiples objetos que se ofrecen en más de 140 países, y que en algunas ciudades vende en tiendas exclusivas de su marca, creó en 2011 -para festejar los 30 años de su primer desfile- una fundación que lleva su nombre; y su firma, además de comercializar perfumes junto con la empresa Puig, desarrolla también una profusa actividad editorial.

Esa faceta de los productos Ruiz de la Prada incluye catálogos y registros gráficos de los eventos que ella organiza, así como libros propios y ajenos, siempre realizados en su línea estética y prologados por personalidades de diversos ámbitos de la cultura: Mario Vargas Llosa escribió la presentación del catálogo para su muestra La moda feliz, Manolo Blahnik -diseñador de moda y en especial de calzado-, hizo lo mismo para un tratado de Ágatha sobre zapatos. Ha colaborado con pintores destacados que pintaron telas para sus confecciones, y expuso en la misma galería exclusiva de Madrid (un garaje impresentable) en que lo hizo Andy Warhol. Durante la conferencia alabó en especial al diseñador de moda Cristóbal Balenciaga (1895-1972), quizá el más renombrado de España, de quien dijo que era “un señor elegantísimo de alma; el mejor”, y su museo asentado en el pueblito vasco de Guetaria. El cocinero Alberto Chicote, pionero de la corriente gastronómica de fusión en España, creó un plato “Ágatha”, y ella le retribuyó el homenaje con un modelo de chaqueta que lleva su nombre. Ahora tal vez concrete el proyecto -recién esbozado- de diseñar el vestuario para un ballet de Julio Bocca con el SODRE.

Finalizada su ponencia, que en realidad fue una charla totalmente informal y directa, se dio una ronda de preguntas que resultó muy sabrosa. Dijo que Uruguay se parece “un poquitín” a Chile, pero nada a México, elogió la calidad de la arquitectura montevideana y habló maravillas del edificio del aeropuerto de Carrasco, que considera uno de los más lindos del mundo. Pero cuando se le preguntó qué opinaba del color en Uruguay -en el paisaje, la arquitectura y el diseño- dijo que se encontró con un ambiente decadente y gris, aunque en seguida acotó que para ella el adjetivo decadente tiene una connotación positiva, ya que implica la presencia de tradición y contenidos.

En todo caso, su pasaje por este país gris y decadente fue provechoso. “Gracias por el color” fue el clamor de la sala llena de jóvenes de pie; dejó un soplo de optimismo, despreocupación, humor y juego que no nos viene nada mal. El carácter interdisciplinario de su trabajo también nos hace bien a los uruguayos, que estamos cada vez más encasillados, sin conocer qué se hace en las otras casillas: los fotógrafos en la suya, los pintores ídem, y así los arquitectos, los gráficos y la gente de teatro y del diseño. Sería saludable que De la Prada fuera una visitante más frecuente.