Fue casualidad que la instancia de reflexión “Acoso sexual callejero: una violencia específica” se concretara ayer, dos días después de que el presidente Tabaré Vázquez pusiera sobre la mesa del Consejo de Ministros la propuesta de elaborar una ley sobre femicidio, pero el tema sobrevoló el encuentro. Uno de los reclamos principales del Observatorio Contra el Acoso Callejero Uruguay -rama local de una organización chilena que nació en 2013 y que hoy opera también en Nicaragua, Colombia, Costa Rica y Bolivia-, que convocó al debate en el Cabildo de Montevideo, es que se generen herramientas legales para enfrentar el problema; con la aprobación de la ley de faltas que rige desde 2013 se derogó la figura de “galantería ofensiva”, que preveía multas para quien “importunare a una mujer que no hubiere dado motivo para ello, con palabras o ademanes groseros, o contrarios a la decencia”.
Abrió la tarde Teresa Herrera, vocera de la Red Uruguaya Contra la Violencia Doméstica y Sexual. Para la socióloga, también militante feminista de largo currículum, el problema de la mujer como “propiedad” del hombre se puede rastrear hasta mucho antes de que se le pusiera nombre al patriarcado: el hombre, decía Aristóteles, le transmitía el espíritu humano a la mujer cuando la fecundaba. “Las mujeres, los esclavos y los niños eran propiedad del amo y señor”. Herrera señaló indicios cotidianos de la relación de dominación, como el uso del “señora de” o la frase gardeliana “la maté porque era mía”, y ejemplificó con un caso extremo del pasado: la primera sentencia de la historia que condenó el maltrato infantil se firmó en Estados Unidos en 1874; la legislación de la época no incluía los derechos de los niños, así que el juez falló en contra de la familia de una niña abusada asimilando su caso a las leyes que protegían a los animales.
Hoy el mundo es otro, dijo la activista, pero hay mucho que “desaprender”: “¿Las mujeres no quieren que los hombres les digan que están lindas? No, no se trata de eso; nadie me lo tiene que decir en el espacio público, y menos invadiendo el espacio privado personal. Que me lo diga la gente amiga o mi familia”, argumentó.
La segunda oradora fue la psicóloga y sexóloga Janine Zaruski, autora de un preproyecto de tesis sobre acoso callejero en las calles de Montevideo que se basa en una definición con siete ítems que la abogada estadounidense Cynthia Grant Bowman acuñó en 1993: tiene que haber 1) objetivos mujeres, 2) acosadores hombres 3) no conocidos por la víctima, 4) en un encuentro cara a cara 5) en un espacio público, 6) comentarios dirigidos a la mujer, aunque puedan escucharlos otros hombres, que son 7) “denigrantes, objetivizantes, humillantes y amenazadores en naturaleza”.
No hay cifras locales sobre el fenómeno, pero Zaruski citó una encuesta online de 2013 en la que participaron 211 mujeres. 90% de ellas reconoció haber recibido silbidos o comentarios, 60% admitió haber sido objeto de besos, seguimientos o contacto físico sin consentimiento, y 40% respondió haber visto cómo desconocidos se masturbaban en su presencia.
Siguió Patricia González Viñoly, politóloga y responsable de la Secretaría de la Mujer de la Intendencia de Montevideo (IM), que dentro de poco será rebautizada como Secretaría de Género. Viñoly habló sobre los estereotipos de belleza y defendió los cambios que la IM anunció para al certamen de Reina del Carnaval, que apuntan a eliminar el límite de edad e incluir mujeres con discapacidad y trans. “Estamos intentando propiciar más que mujeres lindas o elegantes, que haya mujeres libres”, dijo. Citó uno de los puntos del “Plan de Acción 2016-2019: por una vida libre de violencia de género”, que se presentó el miércoles y que propone una campaña “de alto impacto” para sensibilizar sobre el tema y una normativa a nivel municipal, pero entiende que el abordaje de la violencia de género no sólo se construye en base a prohibiciones. “Lo que puede hacer la ley punitiva es contribuir a que [el acoso callejero] no pase, pero lo que tenemos que lograr es que no esté permitido éticamente”, consideró.
José Pedro Gioscia dio la nota inesperada. Es técnico en Animación y Videojuegos de la Universidad ORT, y su tesis fue Public Space, un juego en desarrollo que también apunta a sensibilizar sobre el tema. El jugador controla a una mujer que tiene que salir de su casa y recorrer la ciudad para ir al trabajo, al gimnasio o a comer. En las veredas hay hombres que lanzan comentarios, y cada uno le va bajando el puntaje al jugador. Hay obreros, jóvenes y hombres de traje; algunos son inofensivos, pero el reflejo es evitarlos, por las dudas. Con su laptop, el creador hizo una demostración en vivo. Jugó un par de pantallas y perdió.