Durante muchos años, el concurso de narrativa joven organizado por la filial Jai de B’nai B’rith (que contó en su jurado con Marosa di Giorgio, María Esther Burgueño, Tomás de Mattos y Rafael Courtoisie) ofreció un espacio para la edición de cuentos de autores emergentes. Así lograron algunas de sus primeras publicaciones escritores de notoria presencia en el mapa de la narrativa uruguaya contemporánea, entre ellos, Rodolfo Santullo, Jorge Alfonso, Sebastián Pedrozo, Martín Bentancor y Horacio Cavallo. También aparecieron allí otros escritores que han ocupado hasta ahora lugares acaso más marginales en términos de visibilidad (o que sencillamente se ocuparon de otras cosas). Es el caso, por ejemplo, de Leticia Feippe, Horacio Bernardo, Laura Chalar y Fernando Foglino, a quienes cabe sumar a Martín Avdolov, que publicó recientemente Camba, su segunda novela (la precedió la infanto-juvenil Violeta corazón, de 2014).

Los cuentos publicados por Avdolov en virtud del mencionado concurso tenían en común, en líneas generales, cierta actitud pop ante el lenguaje, un impulso comunicativo que -salvo en alguna excepción no especialmente feliz- prescindía de rebusques líricos y procedía a narrar con intensidad, sin complicarle las cosas al lector.

La lectura de Camba sugiere un intento de puesta a punto del proyecto narrativo implícito en aquellos textos primerizos. Se trata de un texto ágil y en líneas generales eficiente, que sin duda emocionará a no pocos lectores. La trama es simple y un poco cliché, pero Avdolov le saca provecho: un periodista de espectáculos está hastiado de su vida y experimenta una epifanía alcohólico-merquera con un perro moribundo, que lo lleva a adoptar otro que parece no contar con mucho tiempo en este mundo y, además, tiene sólo tres patas. Si bien esta premisa podría desembocar en una suerte de elaboración vagamente literaria de una comedia a la Hollywood, Avdolov tiene el buen tino de intercalar episodios que exploran el mundo del personaje, sus parejas, amigos y colegas, llegando -en los mejores momentos- a incorporar una buena dosis de humor. También se anima a jugar con estados alterados de conciencia y a mechar algo de violencia e intriga, como si fuesen otros ingredientes fundamentales para una buena película. Es cierto que el final se pasa de rosca en lo sentimental o sensiblero, pero siempre hay lectores que pactan con eso y, en última instancia, no se trata de que haya una calidad inferior en la escritura de esas últimas páginas: por el contrario, buena parte de los aciertos expresivos del libro se encuentran allí.

Sin embargo, Camba no llega a cuajar como una novela realmente satisfactoria. Es valioso su esfuerzo, y por momentos se sostiene en algo así como la promesa del texto que podría haber llegado a ser, pero aquí y allá exhibe una indecisión o desorientación que termina por cerrar el balance con números rojos. Entre los defectos más notorios, entonces -defectos, aclaremos, para un libro que se propone visiblemente como centrado en la anécdota y en la caracterización-, cabe señalar que el ritmo es confuso, el registro lingüístico es indeciso entre el tan mentado “español neutro” y la variedad hablada en el Río de la Plata (sin que cristalice en una opción menos representativa y más abiertamente artificiosa), que el texto parece apuntar a una posible universalidad geográfica o urbana, pero termina restando solidez a la creación de un espacio para la narrativa, que los personajes (cuando no son presentados con nombres un poco ridículos) fluctúan entre un pacto de representación realista o verosímil y una (acaso más interesante) mascarada más de comedia absurda, sin que sean exploradas a fondo esas opciones.

Quizá hubo en el comienzo de Camba dos novelas separadas o un conjunto de cuentos; así, entonces, tal vez su autor podría haber ofrecido un trabajo mucho más satisfactorio si hubiera esquivado la tentación de reunir todas sus ideas en un texto único. La novela del perro, la visión absurda y divertida del mundo del espectáculo, el recurso narrativo de los alucinógenos y los sueños terminan por parecer recursos que Avdolov -determinado a movilizarlos a todos- todavía no sabe manejar del todo bien. Es cierto que el libro no puede describirse como malogrado en tanto entretiene, arranca sonrisas y mueve a la empatía, pero ante los evidentes tropezones de su autor cabe preguntarse qué tanto operó el azar, o bien plantearse la idea de que hay una serie de cosas que el autor sabe hacer bien y otras que todavía debe trabajar más, y que en Camba cometió el error de querer ponerlas a todas en primer plano.