El 2 de febrero de 2015 será recordado por todos como una fecha clave en la historia reciente de nuestro país. El pequeño Uruguay, donde hasta hace poco todos sus habitantes convivían en paz y sin grandes enfrentamientos, se vio sacudido por un brutal atentado a nuestras tradiciones laicas perpetrado por los cultores del umbandismo. En tan sólo un par de horas, miles de fundamentalistas adoradores de Iemanjá coparon las playas capitalinas, llenándolas de ofrendas florales, velas encendidas y barquitos de espuma plast pintados de celeste.

Las condenas a esta salvaje embestida contra nuestras costumbres y nuestro estilo de vida no se hicieron esperar, pero, ni bien bajaron las aguas y quedaron al descubierto las toneladas de porquerías que tiran los umbandistas a la playa, comenzó también una polémica sobre el avance de las religiones afroamericanas en nuestras tierras. ¿El crecimiento del umbandismo amenaza nuestra identidad y nuestros valores o, por el contrario, sus cultores pueden integrarse a nuestra sociedad?

Primeras aclaraciones

El uruguayo común y corriente tiende a poner todo lo relacionado con los cultos afroamericanos en una misma bolsa, pero la realidad es otra. No todos los umbandistas son adoradores de Iemanjá. Se puede ser umbandista sin adorar a Orisha. Entre las maes que tiran los buzios, hay algunas que se consideran a sí mismas umbandistas y otras que adoran a Iemanjá pero no a Orishá, o viceversa, o las dos cosas juntas, y también están los umbandistas seculares y los paes laicos. De todas maneras, hay algo que los caracteriza a todos: su fanatismo.

¡Alerta!

“Ellos no entienden nuestras costumbres”, “esa gente no comparte nuestros valores”, “sus leyes están por encima de las nuestras”. Éstas son algunas de las verdades que acostumbro a decir en el ómnibus, en la cola del supermercado o en la sala de espera del dentista, pero sin mucho éxito. La gente no parece darse cuenta de que los umbandistas se reproducen mucho más rápido que los uruguayos y que para la segunda mitad de 2015 van a superarnos en número.

El 2-F fue tan sólo una muestra de lo que puede pasar en el futuro. Si seguimos creyendo que en nombre de la tolerancia hacia quienes piensan distinto debemos permitir que los rituales afroamericanos se desarrollen con total normalidad en nuestro suelo, desplazando a las ceremonias católicas sobre las que se ha cimentado la laicidad de nuestro Estado, un día de éstos nos vamos a despertar con un presidente que sacrifica una gallina después de cada Consejo de Ministros.