La tribu está de fiesta porque piano, repique y chico se prestan para una más: el viernes, previo al feriado de Carnaval, negros y lubolos se fueron para el balneario top de Uruguay: Punta del Este. Hace bastante tiempo que el candombe ha venido conquistado espacios para pasar a formar parte del acervo cultural, incluso en lugares impensados. “Veré de verte”, cantaba Lágrima Ríos. Y allá se fueron, de alpargatas, sandalias y medias negras, todos pintarrajeados y con sombrero de paja o plumas en la cabeza.

Pasadas las 19.00, dos ómnibus piden cancha y trasladan a los integrantes de la comparsa desde Montevideo hacia Punta del Este. Tres horas antes, fueron juntándose en su club para pintarse y aprontar todo lo necesario para el viaje y el toque. Mucho más distendidos que en el día de las Llamadas por Isla de Flores, varios pintores improvisados pero con pulso fino arreglaban a quienes iban llegando. Se saludan con besos, abrazos y choques de manos. La relajación es lógica en todos, porque la exigencia del concurso ya fue cumplida con creces, y de eso se hablará todo el año. Digamos que Isla de Flores era la ilusión y ahora es el festejo; una cosa así dicen que sienten.

La primera aproximación entre la Asociación Uruguaya de Candombe (Audeca) y el carnaval de Maldonado fue por intermedio de un convenio con la organización de las Llamadas de San Carlos. El buen resultado del trabajo en común los catapultó a realizar, al año siguiente (2002) y coorganizado con la Intendencia de Maldonado, el primer Encuentro de Tambores de Punta del Este. Hoy ya está inmerso en la vasta actividad carnavalesca que tiene el departamento fernandino, que sorprendería a más de uno que intente ver la cartelera que propone la Dirección de Cultura del municipio.

Para el Encuentro, la división de tareas es bastante lógica y cada uno hace lo que sabe. La intendencia otorga todo lo necesario en infraestructura para dejar bien dispuesto el circuito de las agrupaciones, además de todas las tareas de logística que implica el evento. Audeca controla todo lo concerniente a largada: orden de los conjuntos, cantidad de integrantes que cada uno lleva, puntualidad en los horarios y más. O sea: cumplir con el reglamento y los compromisos como si se tratara del desfile por Isla de Flores.

Desde Montevideo viajaron hacia el este las comparsas Batea de Tacuarí, La Gozadera, La Tangó, Valores de Ansina, La Dominó, Zumbaé, La Figari y La Jacinta. Esto es porque las ocho mejores comparsas de Audeca son las que asisten al Encuentro de Tambores. No fue Elumbé, ganadora del Desfile de Llamadas montevideano, porque ya tenía otro compromiso asumido. A las comparsas capitalinas se les sumaron las locales La Celeste de San Carlos, La Nueva Maldombe, Jacinto Vera de Pan de Azúcar, La Generación Lubola y La Berenjena, esta última también carolina.

Un estandarte calzado en la cintura de un hombre abre el juego de cualquier comparsa. Detrás de él comparten el viento las banderas que flamean los colores de identidad que definen al grupo. El viento sopla en la península, y tanto portaestandartes como portabanderas comparten sus habilidades entre agitar y sostener sus trofeos, una cosa parecida a dar alegría sin pegarle a nadie.

Cómo bailan las mujeres. Con una mano en la luna y la otra en la cintura, la danza seduce al ritmo que llevan pies y caderas. Se las ve disfrutar con risas gigantes. Quiebran la cintura, giran, se detienen; beso soplado de la palma de su mano para el público, y todos embobados.

Hay dos hombres que bailan y lo hacen bien. Uno va entre las destaques y el otro al lado de las dos vedet- tes. Interactúan, se rozan y seducen durante el repertorio travieso de la danza. Vistos desde lejos, transmiten no saber de tristezas. En la vuelta anda el escobillero con su magia, los gramilleros con sus antiguas maletas repletas de yerbas sanadoras, mientras que las mamaviejas se avientan desinteresadas. El viejo va e insiste y la mama le da vuelta la cara. Él reclama su atención y ella se esconde tras su abanico. Pero cuando el señor tiembla falto de aire, la señora se le pega y lo reanima.

Atrás cierran los tambores porque nada tendría sentido si no estuvieran. Dan trabajo a los tímpanos y caminan con los gestos demorados. Le dan, mismo que le dan, como si no fuera a doler mañana (o dentro de un rato). Adentro, mano y palo tocan su instrumento, y el fruto es que la comparsa goza; afuera, casi todas las manos aplauden aire, unos cuantos ríen, muy pocos se sueltan a tirar algunos pasos (sólo bailan las mujeres), pero todos saborean. Una chiquilina no hace palmas porque aparenta estar filmando. Un flaco con capucha grita vamo', vamo' mientras bate la botella de cerveza, trofeo que su compañero mira y pide. Una niña tira espuma rosada y no cae bien, aunque todos siguen en su algarabía. Es una fiesta en la calle (tal vez) más paqueta del país.

Confiterías, tiendas de ropa, casas de cambio, restaurantes, anchas veredas (público contra la calle, paseantes desinteresados circulan por el fondo), altas palmeras cada pocos metros que no llegan ni por asomo a la altura de los edificios, más casas de cambio y otros restaurantes. Cuando la calle se angosta y las vallas de contención aprietan, una de las filas del costado de la comparsa sale tocando para atrás y se ubica de forma tal que los tamborileros puedan pasar con mayor comodidad. Al llegar a Gorlero y la 27, en pleno centro, la comparsa hace un corte afro y: foto, foto, foto, foto.

Lontananza

Edgardo Barreiro, representante de Audeca y presente en la largada del desfile puntaesteño, dijo a la diaria que durante todas las ediciones del Encuentro de Tambores las comparsas de Montevideo se lo han tomado siempre bien y como una oportunidad para seguir haciendo candombe. Sostuvo que existe una conciencia colectiva de que prepararse todo el año para realizar un evento solo (refiriéndose a las Llamadas en Isla de Flores) no es suficiente, por eso el abanico de oportunidades que surgen en el interior del país debe aprovecharse. “[Hay que] prepararse mejor para eso, porque culturalmente estás en todos lados”, fue una de las frases concluyentes de Barreiro.

El convenio entre Audeca y la organización del evento tiene una singularidad: a todas las comparsas se les retribuye la misma cantidad de dinero. Hay un fondo común y de ahí se reparte sin importar la competencia. Para Barreiro eso está bueno porque apuntala el “firme convencimiento de llevar adelante la cultura ejecutando el espectáculo”. La conversación con Audeca se nos va hacia lo paradójico de que sea ahí, justamente en Punta del Este, donde se reparte equitativamente (aunque, también es cierto, es la competencia en Isla de Flores la que les permite a las ocho mejores de Audeca estar ahí).

El final es todo alegría. Unas cuadras más adelante, hay un quiosco que no vende alcohol porque son más de las 12, y de lejos saludan los cinco dedos del ahogado. Los ómnibus cargan con los últimos alientos. Previo a pasar por Casapueblo y verla desde lejos, un tamborilero se chupa la sangre de su mano rota mientras, ventanilla afuera, tiemblan aspersores automáticos que riegan el césped de los e.