A oscuras, sabiéndose porque se tocan, se respiran, se palpitan, las brujas prenden el mechero en ese rincón prohibido y dibujan con luz.

Son 31. Una controla desde afuera que nadie entre y rompa el hechizo. Dentro comienzan a aparecer los retazos: sonrisas, cuerpos, piel, tatuajes, caravanas. Blanco y negro. Primer plano. Hacen magia: donde había grilletes, ahora brotan flores. Detalles. Hálitos de libertad en ese Infierno de Dante, pero al revés. Con la metáfora de Alighieri, la fotógrafa Manuela Aldabe describe la cárcel de mujeres (INR5): “Arriba es el nivel de máxima seguridad. Piso 5, donde van las sancionadas. Abajo, las que se han ganado más confianza, también las primarias, y pueden acceder más horas al patio”.

El taller de fotografía, que derivó en la conformación del colectivo Brujas, reúne a mujeres privadas de su libertad de todos los sectores. Tras dos años de trabajo y resignificación sobre qué y cómo quieren contar su encierro y preguntarse si hay una estética femenina en la cárcel (¿o hay muchas?), hoy inauguran la muestra fotográfica “Brujas: mujeres entre luces y sombras” a las 19.30 en Punto de Encuentro del Ministerio de Educación y Cultura (San José 1116). Bajo la curaduría de Aldabe, se expondrán una veintena de fotografías y gigantografías de 13 autoras, cinco de las cuales continúan presas. Hay expectativas de que puedan estar presentes en la inauguración, sin cadenas.

La exposición es el resultado de los talleres de fotografía que realizó Aldabe durante 2013 y 2014 en el área educativa del INR5 con la asistencia de la operadora Yulia Ignacio y el apoyo de ProArte. Participaron más de 30 mujeres presas que, entre las actividades, armaron un cuarto oscuro para revelado, realizaron fotos con cajas de cartón y prácticas fotográficas con ceibalitas, cámaras compactas y cámara digital profesional.

La tallerista explica: “En las sesiones fotográficas, aquellas imágenes de lo penitenciario a las que estamos acostumbrados dejan espacio a un mundo que, luego de un tiempo, deja de ser sólo rejas y violencia. Entonces el cotidiano, la huerta, la peluquería, la cocina, el propio cuerpo como materia sensible, pasan a ser protagonistas de la narración”.

“No estamos preparados para ver lo que pasa en la cárcel”, reconoce la fotógrafa en diálogo con la diaria: “Allí ocurre todo lo que pasa afuera, pero concentrado, en extremo. La violencia y la solidaridad”. Llegó al encierro cuando llevó al INR su instalación Ariadna, que aborda la violencia de género.

El taller redime; permite la reducción de la pena, en un sistema penitenciario atestado por el abuso de la prisión preventiva, producto de un país con la tasa de prisionización más alta de América del Sur (291 personas cada 100.000 habitantes), que ocupa el lugar 35 a nivel mundial. En esta hiperinflación carcelaria, con una población pobre y joven privada de su libertad (62,5% es menor de 33 años), que creció 700% en los últimos 40 años, las mujeres representan menos de una de cada diez personas presas. En julio de 2014, el total de uruguayos presos ascendía a 9.754.

El taller es un quitapenas: “Permite ejercer la libertad a oscuras”, afirma Aldabe. “Intentamos mostrar que no todo es negro acá adentro; que hay luces y sombras”, agrega una reclusa, detenida desde hace cuatro años. “Sombras porque estar acá es lo peor que me tocó vivir; es lo peor que puede vivir una persona después de la muerte. Luces porque todo tiene un por qué; sólo el tiempo te dice por qué tenía que ser de esta forma”, añade esta mujer que no quiere dar su nombre.

Con la muestra les gustaría “cambiar la mirada social que existe sobre la cárcel”. De ahí la decisión grupal de fotografiarse en el gimnasio, “convertido en estudio y laboratorio fotográfico”, casi desnudas, plasmando un traslado y cómo ellas vencen la opresión: “A veces, cuando camino, no llevo grilletes. Mis manos y pies están sujetos por flores”, dice una de las expositoras.

“Manu da el curso con el alma y así logró desarmarnos, decirnos, confiarnos”, cuenta la asistente al taller. “El proceso del taller busca saltar la reja de un lado a otro; retomar la imagen personal, crearse otra imagen con lo que tenían, dibujar con luz, olvidarse de que estaban presas, ejercer la libertad”, añade. Aldabe “se encargó de que nos sintiéramos fotógrafas”, cuenta su alumna. “Ha sido una experiencia impresionante. Entre la lamparita roja y los juegos de luz con el encendedor fuimos brujas. Hicimos magia”.