Carlos María Gutiérrez fue un gran periodista uruguayo, uno de los mejores. Empezó su carrera en Flores en el periódico estudiantil Rebeldía -a mediados del siglo pasado y junto a Raúl Sendic-, después recorrió una infinidad de redacciones (Marcha, Época, Lunes, Repórter, Acción, La Mañana, El País, Brecha), estuvo en la fundación de Prensa Latina y fue corresponsal de El País de Madrid en su época dorada de fines de los 70.

Alguna vez Ángel Rama dijo que Gutiérrez “elevó el periodismo a nivel de creación literaria”.1 Vale la pena leer y releer sus artículos, sobre todo para quienes se dedican o piensan dedicarse al periodismo.

Es interesante, sobre todo, ver cómo textos publicados hace décadas en medios impresos -que por su naturaleza son efímeros, fugaces, perecederos- son útiles hoy para entender mejor un momento histórico, un aire de época.

Por ejemplo, su extensa entrevista con Juan Domingo Perón durante su exilio español, en 1970, en una “quinta escondida entre lobregueces invernales y álamos madrileños”. Es muy buena por lo que dice Perón (hay frases como “yo hubiera sido el primer Fidel Castro” o “la revolución tendrá que ser violenta”), pero también por el lujo de los detalles: los agentes de seguridad en la entrada, el husmeo de los perros o cuando el general le dice a su secretario: “Lopecito, mandanos unos cafés” (y sí, era José López Rega, a quien Gutiérrez describe como un tipo “afabilísimo”).

Tenía la virtud de estar en el momento justo y de contarlo bien. Pasa lo mismo en la charla con Fidel Castro en la Sierra Maestra en 1958, la entrevista con los jefes peronistas prófugos en Punta Arenas o la nota que publicó en Brecha después de los episodios de La Tablada en 1989 (con un subtítulo llamativo por su nivel de síntesis: “La vanguardia que decide por el pueblo”).

A veces parece que escribía pensando en sus lectores del futuro. Además, lo hacía como pocos y tenía un gran sentido del humor. No escondía sus puntos de vista políticos, ni traficaba opiniones con falsos objetivismos; y tuvo la capacidad de hacerlo sin alinearse detrás de decálogos o manifiestos (al menos periodísticos).

¿A qué viene todo esto? En primer lugar, a que siempre hay buenas excusas para hablar sobre lo que aportaron tipos como Gutiérrez a nuestra profesión. Además, hoy la diaria cumple nueve años y los aniversarios son una excusa para pensar qué estamos haciendo.

Que los medios impresos están en crisis a nivel mundial no es noticia. Ríos de tinta (y bytes) han corrido a propósito de la revolución tecnológica, el vuelco masivo a la lectura online y la caída de ventas e ingresos por publicidad. Son cosas que ya sabemos. Pero los diarios en papel aún tienen cartas por jugar, si son capaces de reformular su razón de ser y sus prácticas, para firmar nuevos contratos con sus lectores.

En nueve años han cambiado muchas cosas en este Uruguay tardío. En 2006 eran muchos más quienes “se informaban” con los diarios de la mañana, tradicionalmente encargados de contar qué había pasado el día anterior. Ahora tiene cada vez menos sentido ofrecerle al lector lo mismo que leyó en los portales, escuchó en la radio y miró en los informativos televisivos unas horas antes.

¿Qué hacemos entonces? ¿Adaptamos nuestros contenidos al vértigo de las nuevas plataformas, apostamos a que los diarios sean una herramienta para tratar de comprender toda esa información que consumimos, o nos dedicamos a la noble tarea de la jardinería? Por ahora, pensemos que sólo las dos primeras opciones son válidas, y detengámonos un poco en la segunda.

Ya son muchos quienes recurren a los medios impresos no tanto para “enterarse de qué pasó”, sino más bien para “exigir una explicación”, como reclamaba Condorito. En la diaria -por la época que nos toca y por los desafíos que tenemos por delante - estamos discutiendo bastante sobre cómo debe afrontar un diario esas nuevas demandas y qué cosas replantear en nuestra labor periodística.

Naturalmente, ganarán espacio la opinión, el análisis, la investigación, la crónica (¿por qué no más ficción o poesía en los diarios?), el humor y el fotoperiodismo que, porfiado, no se resigna a “ilustrar” textos. Es paradójico: para enfrentar la mayor crisis de su historia -antes que nada económica-, los diarios deben apostar por contenidos cada vez más calificados (y más caros).

Otro aspecto que ha sido una seña de identidad de la diaria desde su nacimiento y que vale la pena reafirmar es el valor de la mirada, del punto de vista. El del medio y, fundamentalmente, los de sus periodistas (que deben ser libres de mostrarlos), porque todos escribimos desde algún lugar. No es una cuestión menor: tal vez hoy sea más importante para los lectores saber cuál es el lugar de enunciación de un medio y de sus plumas que estar necesariamente de acuerdo con ellos. Como en la amistad, se necesitan reglas claras.

En definitiva, el periodismo escrito no está en peligro de extinción, pero sí sus versiones más perezosas. Es una buena noticia, sobre todo para los lectores y para la democracia.

De Gutiérrez podemos aprender por lo menos dos cosas básicas: aún la clave del buen periodismo es la que él pregonaba con tanta sencillez, descubrir la verdad y contarla de la mejor manera posible; y es difícil ser buen periodista sin un mínimo de compromiso con nuestro tiempo y con la gente que abre el diario todas las mañanas para entender qué pasa y, de esa forma, sentirse un poco mejor preparada antes de salir a la jungla.


  1. Tomado del prólogo de Graciela Mántaras al libro Carlos María Gutiérrez y el sentido mágico de la palabra, recopilado por Ariel Collazo (Ediciones de la Pluma, 2010).