Al observar, desde el lugar del ciudadano y del lector -desde el llano-, la asunción de jerarcas y expertos en distintas instituciones rectoras de la enseñanza, la cultura y el arte, en este momento de arranque, que por supuesto nunca es un comenzar de cero, pretendo arrimar dos o tres ideas, más bien inquietudes, para la reflexión, aprovechando la oportunidad que ofrece este espacio de opinión: ¿La cultura es el arte? ¿Qué es la cultura y para qué sirve? ¿Qué es ser culto? ¿Cuáles son los costos y los riesgos de la civilización? Grandes preguntas que obviamente aquí no se puede más que comenzar a merodear.
Esta clase de preguntas, planteadas a propósito de la cultura, bien podrían plantearse acerca de otros frentes: el Estado, la salud, la Universidad y, ya que se avecinan las elecciones municipales, la ciudad. Por ejemplo: ¿Qué concepto e imagen de ciudad deseamos? ¿Cuáles ciudades admiramos y por qué? ¿Cómo concebimos la vida urbana? ¿Qué significa actuar como ciudadanos, y no simplemente como habitantes o transitantes de la casa al trabajo y de la cama al living? ¿Nuestras ciudades nos quieren, nos cuidan, nos acarician, nos alegran; o nos agreden, nos hacen daño, nos infunden miedos y nos entristecen?
El arte no es la cultura
Más de una vez, en ocasión de haber desempeñado funciones en la Dirección Nacional de Cultura (DNC), he planteado a mis compañeros esta pregunta: ¿La cultura es el arte? ¿La DNC debería ocuparse sólo del arte? (si así fuera, quizá debería cambiar su nombre y llamarse DNA). Creo que la respuesta, aunque incomoda o nos mete en un aprieto, es obvia. No, la cultura no es el arte. Es verdad que en cierta época, en cierto lugar (digamos, por conveniencia expositiva, Alemania, siglo XVIII), la cultura adquirió el significado de “arte” en tanto actividad lúdica, placentera, imaginativa, libre, crítica, dedicada al cultivo de la mente y el espíritu, también del goce estético y el desarrollo de la sensibilidad, promotora de valores consolidados y productora de valores nuevos, constructora de civilizaciones alternativas (ideales, futuras, utopías).
Este significado de cultura reducido al arte (así entendido) se oponía al de civilización, entendido como el modo de vida que resulta o se corresponde con un modo de producción, de una forma de organización social y política que, orientada por el dinero o el poder -la razón instrumental-, tenía como resultado la explotación, la sumisión, la represión, el conformismo (acomodarse o perecer), y en suma una vida pobre, embrutecida, malgastada. Digamos que éste es el concepto de civilización que tiene en mente Freud en El malestar en la cultura y también el de otros pensadores alemanes (Marcuse, Benjamin, Horkheimer), ambivalentes respecto a la civilización occidental (o a cualquier civilización). Ser civilizado tenía sus problemas. Tanto para uno como para los muchos otros que tenían que sufrirnos.
Ahora bien, aun aceptando por un momento las nociones de cultura -y de “ser cultos”- como opuestas a las de civilización y “ser civilizados” -es decir, disciplinados, asimilados, colonizados y en cierto modo deshumanizados- me parece que está claro que ni todo el arte asume “la responsabilidad” (la idea) de la cultura, ni tampoco el arte resume, agota o monopoliza lo que queremos significar por cultura. Respecto a lo primero, mucho del arte pasado o contemporáneo, aparte de ser de dudoso valor, mercancías (vaciadas de sentido) o fetiche (instrumento de culto al servicio de discursos e instituciones de poder), no cumple funciones verdaderamente culturales ni anti-civilizacionales. Inversamente, está claro que hay muchas otras prácticas e instancias de la vida social que no son necesariamente artísticas (es decir, que no consisten en crear una pieza musical, leer una novela o actuar en una película) pero que sí apuntan y cumplen con lo que pretendemos del arte, de “la cultura”, de “ser cultos”. Aquí, un ejercicio posible podría ser identificar entre todos esta dimensión cotidiana y a la vez invisible, impensada, no cultivada ni potenciada de la cultura.
Ser cultos
Si aceptamos la definición anterior, ser culto no es sola ni necesariamente poseer “un capital cultural”, acumular un equis número de piezas de arte, consumir asiduamente los productos de arte que se nos ponen a disposición, tener las claves para decodificar esos productos, ser artista o connoisseur de arte. Si la cultura es definida por contraposición a la civilización, es decir, a una lógica y a un orden (económico, social, político, ideológico, simbólico, estético) dominante, necesario para que funcione y se reproduzca la realidad imperante, ser culto consiste, entonces, en generar y tomar una distancia posible respecto a ese orden, contribuir a su objetivación y crítica. Sobre todo ayudar a transformarlo de modo de construir una forma de vida alternativa, una civilización superior en el sentido de que recupere, actualice y concrete los valores y las capacidades humanas que esta civilización (¿...?) desplaza, pulveriza y hace inviables (ser culto, vivir en civilización, promover la cultura, podría expresarse, por ejemplo, en una situación en la cual el automovilista o el chofer del ómnibus con un gesto le indican al peatón y al ciclista, “después de usted, por favor”; entre otros 100 ejemplos que se me ocurren).
Vale agregar que difícilmente la cultura cumpla su misión concebida al margen del mundo de la vida de las mayorías, de la vida cotidiana.
En momentos en que se vuelve a hablar de impulsar un Plan Nacional de Cultura, en que todos asumimos la centralidad de la cultura en la vida social y en el desarrollo humano, pedimos a gritos “un cambio cultural, por favor” (en muchos órdenes y esferas de la vida donde el obstáculo parece ser, precisamente, “un problema cultural”), redescubrimos “el papel que juega la cultura” en la construcción de las personas y la sociedad, en la construcción de la concepción del mundo y de la vida, en su reproducción tanto como en su transformación, sería bueno darnos un espacio y tomarnos un momento para reflexionar a fondo acerca del significado de “la cultura”, “el arte”, “ser culto”, “la civilización”, “ser civilizado”, y sacudirnos el lastre de las generaciones y las civilizaciones muertas o moribundas.
En resumidas cuentas, espero que la discusión de la cultura no se redujera a la actividad artística, a las necesidades de los artistas (y menos aun a la alta cultura), que podamos construir un modelo crítico de arte y de civilización, y que ser culto signifique, antes que nada y sobre todo, ser mejor persona: contribuir, desde los distintos lugares y papeles en que nos desempeñamos, al tan ansiado cambio cultural, para que la vida se vuelva arte, el arte una forma de vida superior, y ser civilizado ya no signifique tener carta de ciudadanía en un Mundo Feliz (con sus muertos y desahuciados por mi felicidad).