Un grupo de docentes de Arquitectura, Ingeniería, Ciencias Sociales, Ciencias Políticas, Antropología y Ciencias Económicas estudian desde febrero de 2013 el consumo de energía en el sector residencial; especialmente, cuán equitativo es. Se trata del Grupo Interdisciplinario de Estudios de la Energía de la Universidad de la República (GIEE-Udelar) que se formó en 2008 a partir de un proyecto de la Comisión Sectorial de Investigación Científica (CSIC) de la Udelar y que en 2011 se presentó al Fondo Sectorial de Energía de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación. Entre ayer y hoy el grupo está desarrollando en la Intendencia de Montevideo el seminario “Energía y equidad en Uruguay: investigación y políticas públicas en el sector residencial”. A tres meses de concluir su estudio, el grupo hizo el seminario para recibir aportes.

Reto Bertoni, docente de la Facultad de Ciencias Sociales, presentó la evolución de mediano y largo plazo del consumo de energía en el sector residencial en base a estudios nacionales de 1988, 2006, 2011 y 2013. El grupo encontró que el consumo se ha mantenido estable en los últimos 25 años, pero detectó que la “energía útil” se duplicó; lo que puede deberse a la mayor eficiencia energética de los aparatos o a una pérdida inferior en el uso. El consumo residencial en el interior del país creció más que en la capital: hace 25 años Montevideo consumía más de 70% de la energía eléctrica y hoy consume 42%.

Los hogares con menores ingresos destinan, proporcionalmente, mayores recursos al consumo de energía: paredes adentro (es decir, sin contar gastos de transporte) quienes se encuentran en el decil más bajo de ingresos gastan 16,7% en energía, mientras que para el decil más alto ese gasto sólo representa 3,5%. Según la Encuesta Continua de Hogares del Instituto Nacional de Estadística, en 2006 no se calefaccionaba con ninguna fuente energética 50% de los hogares del primer decil, y en 2011 ese porcentaje cayó a 30%.

El grupo realizó 23 entrevistas en hogares de diferentes niveles de ingreso, para conocer cómo era el consumo. El antropólogo Javier Taks aclaró que optaron por incluir sólo a los hogares conectados legalmente porque no querían medir la equidad sólo con quienes están en situación de vulnerabilidad, “sino también con los que hacen un uso excesivo de la energía”. Todos los hogares tenían calefón; varios tenían, también, uno en la cocina, aunque no siempre recurrían al agua caliente. Los docentes identificaron aspectos culturales, históricos y generacionales en los diferentes usos: el tiempo que dura una ducha, dejar o no las luces encendidas, bañarse para dejar de tener frío, entre otros. Aparecieron estrategias como incorporar un timer o enchufar y desenchufar el calefón para reducir el gasto, y se halló que muchos hogares cuentan con aire acondicionado pero no siempre lo encienden (los motivos pueden ir desde intentar ahorrar hasta que a algunos integrantes de la familia no les guste). También se identificó cierto desconocimiento respecto de qué gasta más o menos.

El factor económico es el que determina mayormente el uso -o el no uso- de artefactos. Según la investigación, en los hogares de mayores ingresos la cuestión no pasa tanto por restringir el uso, sino por buscar sistemas tecnológicos -paneles solares, por ejemplo- que permitan reducir el gasto. Pero, en los hechos, esto hace “que siga aumentando el consumo de energía”, identificó Taks. A partir de una entrevista, el antropólogo mencionó que el ahorro que significaba el cambio de tecnología había llevado al entrevistado a comprarse un lavavajillas, un horno eléctrico y otra serie de electrodómesticos. La cuestión ambiental, que según Taks está muy presente en “la literatura internacional”, en esta investigación “está totalmente ausente”.