La transición de los años 80 tuvo una historia oficial que se articuló con base en tres grandes postulados. El primero, que puede denominarse esencialismo democrático, proponía que en Uruguay la democracia no era meramente un régimen político, sino algo mucho más trascendente, una fuerza espiritual superior que es la esencia misma de la nacionalidad uruguaya. Esa fuerza inmanente, llamada “espíritu de la tolerancia” o, sencillamente, “el espíritu democrático”, caracterizaría la formación de la sociedad uruguaya en su historia de larga duración y habría ido encarnándose progresivamente desde la época artiguista en adelante, volviéndose atemporal.
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Esta columna es la tercera de una serie de notas que estamos publicando sobre los 30 años del retorno de la democracia. Estos artículos se publicarán en el marco del evento Expectativas y disputas en torno a la nueva democracia, una actividad organizada por la Universidad de la República, que se llevará a cabo entre el 14 y el 16 de abril en la Intendencia de Montevideo. El programa completo está disponible en este link.
El segundo postulado sostenía que Uruguay había sufrido mucho en el pasado inmediato previo. Pero, a diferencia de lo que decían otras voces, esta historia oficial planteaba que tal cosa no había ocurrido sólo durante la dictadura, sino también -y en ocasiones, sobre todo- en los años 60, por la acción de la violencia guerrillera. Tradicionalmente este enfoque ha sido denominado teoría de los dos demonios.
El tercer postulado básico del relato oficial de la transición puede ser definido con la propia denominación que se autoasignó: la solución -o salida- a la uruguaya. Si Uruguay había sido un paraíso democrático, y el pasado de los 60 y 70 su antítesis, los hechos ocurridos en el país a lo largo y ancho de los 80 -desde el plebiscito del No a la continuidad militar hasta el referéndum del Sí a la caducidad- eran representados como el retorno al paraíso perdido. El “espíritu de la tolerancia” había resurgido de sus cenizas al apostar a sus medios tradicionales: la centralidad de la política partidaria; el camino del diálogo, la negociación y la concertación; la voz de las urnas como expresión máxima del mandato ciudadano; la amnistía para “ambos bandos”.
El constructor de este relato oficial fue Julio María Sanguinetti. También fue su principal narrador, quien lo desplegó por múltiples medios, tales como prensa de opinión, campañas electorales, entrevistas en medios masivos, actos estatales o libros como El temor y la impaciencia. Ensayo sobre las transiciones democráticas en América Latina, publicado en 1991 y seguramente el cenit de esta cosmovisión, en la que la transición uruguaya adquiere carácter modelo para América (y el mundo).
En los propios años 80, durante el proceso de convocatoria al referéndum, hubo cuestionamientos a ese relato. Luego de 1996 fueron emergiendo otros, como las repercusiones del caso Tróccoli, las gestiones de Rafael Michelini, la influencia argentina y las sucesivas ediciones de la Marchas del Silencio, hasta que en 1999 explotó el caso Gelman. Acto seguido, algunas de las medidas promovidas por los gobiernos de Jorge Batlle y Tabaré Vázquez pusieron en evidencia fisuras en la sólida hegemonía que había alcanzado hasta entonces el relato sanguinettista.
La Comisión para la Paz redundó en el primer pronunciamiento estatal crítico de la represión dictatorial, efectuado a 18 años del fin del régimen autoritario, lo que implicaba reconocer, de algún modo, que la transición no había sido tan ejemplar y había dejado problemas pendientes. Por su parte, el primer gobierno frenteamplista fue mucho más allá en su política, habilitando la búsqueda de restos físicos de detenidos-desaparecidos en predios militares, institucionalizando una nueva comisión investigadora con recursos y metas mucho más ambiciosas, impulsando por vez primera el accionar de la Justicia para determinados casos, y promoviendo el abordaje de la historia reciente en el sistema educativo formal. Pero como te digo una cosa te digo la otra: si bien algunas de estas medidas cuestionaban los postulados estructurales del relato oficial sobre la transición, hubo otras acciones, omisiones y formulaciones discursivas que sintonizaron bastante con ellos.
El leit motiv “Uruguay como excepcionalidad democrática, demostrada ejemplarmente con la restauración en los 80” fue, de algún modo, retomado por Vázquez en las elecciones de 2004. De hecho, su consigna de campaña, “El cambio a la uruguaya”, resulta una síntesis de “El cambio en paz” -consigna de entrada de Sanguinetti, en 1984- y “La solución a la uruguaya” -consigna de salida de su gobierno, en 1989-. La nueva ritualidad estatal respecto del pasado reciente, con el Día del Nunca Más como buque insignia, es otro ejemplo de un campo de intervención en la esfera pública en el que hubo más continuidades que cambios en relación con la narrativa clásica que matrizó el sanguinettismo. Las oscilaciones respecto de qué hacer con la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado -la cumplo al pie de la letra mejor que nadie, la derogo, la anulo o la interpreto-, también. No obstante, en ese contexto el propio Sanguinetti consideró que se estaba tergiversando su historia y decidió volver a la escritura para publicar La agonía de una democracia en 2008 y La reconquista. Proceso de restauración democrática en Uruguay (1980-1990) en 2012.
Hace cinco años, con motivo de los 25 años del retorno a la democracia, el Partido Colorado promovió una conmemoración alusiva con un acto en el Palacio Legislativo. El gran protagonista fue Sanguinetti, que cerró la oratoria resaltando: “Estamos aquí todos los presidentes, y eso honra la cultura cívica y es el gran homenaje que les debemos a estos 25 años de paz. Ninguna cosecha puede ser más generosa para los devotos de la religión de la libertad”. En su crónica la diaria subrayó un particular clima de consenso predominante en todos los expositores, sólo matizado por sutiles expresiones: “El cuadro hubiera resultado extraño en otras épocas. Pedro Bordaberry, hijo del ex dictador Juan María, encabezando un acto para conmemorar los 25 años del retorno a la democracia. Dirigentes del Frente Amplio defendiendo el cambio en paz. Toda la clase política destacando las virtudes de sus adversarios. Las diferencias sólo se notaron en pequeños gestos, ubicaciones físicas y cierta reticencia a algunos abrazos. Alguna sonrisa socarrona de [el entonces presidente José] Mujica durante las exposiciones dejó entrever que su interpretación de los hechos del pasado no se condecía completamente con la del orador de turno” (“25 años de la democracia”, la diaria, 22/7/2010, p. 3).
Cinco años más tarde, 30 años más tarde, la conmemoración del retorno a la democracia la organizamos desde la academia. Muchas cosas cambiaron en estas tres décadas; pocas lo hicieron tan poco como el relato oficial de la transición. Desde su título el evento, al adjetivar de un modo inédito a la democracia de 1985, ya es “provocativo”. Si ésta fue, en muchos sentidos, “nueva”, no fue idéntica a la vigente antes de 1973, ni es una esencia atemporal. Personalmente aspiro a que, entre otras cosas, este intercambio constituya una buena oportunidad para discutir en un marco plural esa historia oficial imperante durante tanto tiempo. La mesa está servida.