La violencia machista no es una fórmula matemática, “un simple análisis costo-beneficio”. El director del Centro de Economía, Sociedad y Empresa de la Escuela de Negocios de la Universidad de Montevideo (UM), Ignacio Munyo, presentó el 8 de abril los resultados de una reciente investigación suya en la que aborda “un aspecto puntual de las causas de la violencia doméstica: la dependencia económica”. “Presentamos evidencia sobre la relación causal entre la brecha de ingresos por género y la agresión contra las mujeres en el hogar”, contó al público en el Auditorio del SODRE. Si bien señaló que “estamos en presencia de un fenómeno multicausal”, enseguida esgrimió que “sería imposible pensar en analizar todas sus determinantes en un solo estudio”. Ah, ¿sí? No parece una dificultad que hayan tenido economistas feministas como Silvia Berger o Alma Espino, por citar dos referentes casi de manera azarosa. Se trata de poder conjugar las multicausalidades de esta problemática que, en su versión extrema, tuvo como resultado 15 feminicidios en las primeras 16 semanas del año en Uruguay.

En su presentación, Munyo invisibiliza años de economía feminista. Ni hablar de cruzar categorías como feminismo, género y clase. Aunque en un principio cita datos recientes de la Organización Mundial de la Salud, del Ministerio de Salud Pública y del Instituto Nacional de Estadística -que consideran esto como un problema “global”-, ¿el economista leyó a Nancy Fraser o a Silvia Federici (que hoy brinda una conferencia en el Paraninfo sobre “La violencia hacia las mujeres y el despojo de los bienes comunes”)? Si lo hizo, no se nota. No las cita. Su estudio carece de perspectiva de género.

Nos cuenta que “la potencial independencia económica de la mujer disuade al hombre de incurrir a la violencia en el hogar” y se vanagloria de haber partido del “sentido común” y probar esta afirmación que “parece bastante obvia” por medio de una “compleja metodología”. Su resultado central es que “el valor del dólar, en algún sentido, tiene el poder de anticipar la cantidad de incidentes de violencia doméstica”.

A esta altura de la historia de los feminismos no se puede hacer referencia a la violencia hacia las mujeres en términos de “natural” o barajar el “sentido común”. Hay que promover la desnaturalización de relaciones entre los géneros que reifican la opresión, la sumisión; desnaturalizar relaciones desiguales de poder. “Los problemas de desigualdad no se resuelven sólo con mayor educación, se requieren políticas que atiendan los cuidados en el hogar, promuevan la distribución de roles entre los sexos y transformen los estereotipos de género del mercado laboral”, afirma un estudio del Ciedur que se difundirá hoy y que agrega: “La mayor brecha de género en el empleo se da entre hombres y mujeres que viven en pareja”.

Munyo hace referencia a “hogares donde las mujeres no trabajan”. ¿Sabe dónde quedan? Es una afirmación temeraria en un país que está en pleno diseño del Sistema Nacional de Cuidados para niños, personas con discapacidad y adultos mayores, que visibiliza el trabajo no remunerado realizado por mujeres. La invisibilización de las mujeres en la economía es otra forma de violencia machista.

“Lamentablemente, la violencia doméstica está en los titulares de los diarios”, afirma el economista de la UM. ¿Lamentablemente? En buena hora aparece esta problemática en la tapa de los diarios; ojalá que, con suerte y viento a favor, se dejen de ver estos casos como parte de la crónica roja y se entienda que son un problema social, cultural y de seguridad. También de economía, claro: en la medida en que no se logre redistribuir el poder, no habrá cambio posible.

Un cuento del estadounidense John Cheever se titula “La monstruosa radio”. Es la historia de un matrimonio de jóvenes universitarios, con dos hijos, que viven en un edificio de apartamentos. Jim Westcott, el marido de Irene, le regala una moderna radio a su mujer, pero del aparato se filtran conversaciones de los vecinos, entre las que escuchan “intimidades ajenas” como “una agria disputa doméstica a propósito de unos números rojos en un banco”, gritos entre parejas, golpes del señor Osborn a su mujer. “Todos tienen problemas de dinero”, resume Irene a su cónyuge sobre las historias que escucha. “La vida es tan terrible, tan sórdida y espantosa”, acaba por concluir. Una tarde, al llegar Jim del trabajo, ellos también discuten: “Tienes que aprender a emplear el dinero que te doy de un modo un poco más inteligente, Irene”, le dice él. Munyo no sintonizó ese dial.