Usualmente, cuando se especula sobre civilizaciones extraterrestres, se piensa en cosas como el aspecto físico de sus integrantes, el alcance de sus conocimientos científicos y tecnológicos, la posibilidad o no de una comunicación fluida con ellos, las ventajas -así como los peligros- que dichos contactos podrían llegar a significar para nuestra propia civilización. Eventualmente, se elucubra sobre su posible organización social, o incluso sobre la posible existencia de algo comparable al arte o a la religión. Pero rara vez -al menos yo nunca escuché ni leí- la imaginación deriva hacia el terreno deportivo.

Es comprensible. Cuestiones tecnológicas, militares e incluso religiosas pueden tener consecuencias directas en nuestro planeta. En cuanto al aspecto de los implicados, despierta una natural curiosidad, entre científica e infantil. ¿Hasta dónde nuestra conformación está necesariamente ligada a una especie inteligente y potencialmente tecnológica? Parece haber una cadena lógica que lleva de la célula única a los seres multicelulares, a la simetría bilateral con órganos sensoriales concentrados en el extremo anterior, al aumento del tamaño del cerebro, etcétera. Pero claro, todo ese razonamiento tiene algo de “con el diario del lunes en la mano”. Realmente, mientras no conozcamos algún ejemplo real (aparte de nosotros mismos), sólo podremos especular libremente, y eso hace a una actividad especialmente interesante para el lego.

Por eso, cuando en el año 2534 el director general de la Confederación Mundial de Deportes, Entretenimientos, Entidades Financieras y Valores Morales fue invitado a presenciar la gran final del campeonato de slurp, el deporte favorito de los culmursianos (habitantes de Culmur, planeta con el que se habían establecido recientes relaciones comerciales), el asunto despertó gran interés. No se sabía nada -apenas una transliteración del nombre- de tal deporte, y mucho menos sus reglas o en qué consistía. Lo peor es que no se podía pensar en una transmisión en directo; las ondas electromagnéticas vulgares demorarían unos 70 años en llegar de Culmur a la Tierra. El viaje instantáneo podía transportar objetos y seres vivos, pero aún no se sabía qué hacer con las ondas, por lo que la humanidad había vuelto a la antigua necesidad de ir hasta un lugar para saber qué pasaba ahí; eso sí, el viaje no demoraba nada.

El director se ubicó en la sala de teletransportación, y unos segundos después había desaparecido. El técnico que accionó los comandos controló ciertos parámetros de rutina, tomó distraídamente su abrigo y se dirigió a la cantina, tras saludar mecánicamente a su relevo. No había mucho trabajo ese día, y sólo cabía esperar el regreso del viajero unas horas más tarde, con las noticias e imágenes del primer deporte alienígena de que se tenía noticia. Dicho regreso nunca se produjo.

Al principio se pensó que, probablemente, la duración del juego era considerablemente mayor que la de los deportes terrestres. Cuando fueron pasando semanas, meses, años, se empezó a sospechar que algo había andado mal. Pero no era así.

Cuando el director llegó a Culmur, fue recibido con todos los honores por una comitiva de seres cuyo aspecto indefinido no ayudaba mucho a zanjar la cuestión evolutiva de que hablamos más arriba. Sin embargo, a pesar de las distancias culturales previsibles, llegó a percibir lo que en lenguaje new age podríamos catalogar de “buenas vibras”. Todos parecían felices, aunque el director no podía precisar por qué. Animado por esa sensación, los acompañó confiado hasta el recinto deportivo, donde, según le dijeron (los traductores automáticos funcionaban bastante bien entre los lenguajes terrestres y culmursianos), se le había preparado un lugar destacado.

El local era bastante parecido a un gran estadio de fútbol, incluso en el césped, sólo que éste era de color magenta. Hacia el propio campo de juego fue conducido el director, que se preguntó si se le iba a rendir algún tipo de homenaje. Sin que él hubiera pronunciado palabra alguna al respecto, alguien que parecía ser su interlocutor principal le contestó que sí, que de eso se trataba.

De pronto quedó solo, sin saber a dónde se había ido todo el mundo. Sintió ruido en un extremo del campo, y vio a un curioso ser, digamos, un gran animal, algo parecido a un dragón pero mucho más feo, que entraba al terreno. El bicho husmeó un poco, y de pronto dirigió sus tres pares de ojos hacia él. Ante los aplausos y vítores de la concurrencia, el director general de la Confederación Mundial de Deportes, Entretenimientos, Entidades Financieras y Valores Morales fue vejado reiteradas veces, y finalmente se convirtió en la merienda del monstruo. Al terminar, el animal dirigió su mirada hacia Bzz Zbb, su cuidador, y dijo “miau”.

-Es insaciable -comentó Bzz Zbb, con una sonrisa condescendiente.