“Todas las personas tienen derecho a una atención integral en salud física y mental, respetuosa de la persona para el lugar y la forma de tratamiento en entorno favorable para su salud, bienestar, autoestima y dignidad. De acuerdo a estrategias de promoción, prevención, asistencia y rehabilitación con integración a servicios comunitarios y de apoyo social con el fin de promover la vida independiente y la vida en comunidad”.

(Artículo 25 de la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad de las Naciones Unidas, 2008)

Esta Semana de Turismo o Santa -cada uno la toma como mejor le parezca- puso una vez más a consideración de la opinión pública una situación dolorosa, vergonzosa e inadmisible. Una jauría se comió a un interno en “La Colonia”. Y la situación de las personas allí internadas vuelve a ser noticia. Una noticia horrible, sobre una situación cotidiana espantosa. Espantosa desde hace muchos años, triste y miserable como tantas historias de allí.

Hace muchos años fue director del establecimiento el doctor José Pedro Cardoso, el primero que recuerde que cuestionó no sólo el funcionamiento -que intentó cambiar- sino también el modelo de “atención”. En el mundo no existen más establecimientos así, depósitos de gente oculta a la sociedad que no quiere saber de ellos.

Como periodista visité La Colonia tres o cuatro veces, no siempre con permiso de las autoridades. Una de ellas para la inauguración de un pabellón remodelado a nuevo. La primera vez fuimos y vimos especialmente la Santín Carlos Rossi, destinada, en aquel entonces, a mujeres. Me costó mucho recuperarme de la impresión. La desolación existe, la vi ese día.

Las colonias Etchepare y Santín Carlos Rossi están en amplios predios donde hace muchos años se hacía quinta, se criaban animales, se practicaban algunos oficios, había talleres de arte: música, pintura… Allí vivió y pintó Cabrerita. Se pensaba que de esa forma se podía recuperar a la gente. Algunos, al menos.

Pero hubo años en que no se invirtió lo necesario, se nombró a gente que iba a dormir, porque trabajaban doble turno como enfermeros o auxiliares de servicio (en el otro trabajo sí cumplían); otros (a veces los mismos) se llevaban lo que podían: sábanas, frazadas, comida…

En La Colonia hay muchos funcionarios que formaron un sindicato para luchar por sus “condiciones de trabajo”. Es muy poderoso y tiene mucho peso en la Federación de Funcionarios de Salud Pública.

El deterioro progresivo de las condiciones de los internos fue acompañado por el abandono, en casi todo el mundo, de ese modelo de atención en grandes establecimientos. Soy testigo de la desesperación, la tristeza y la resignación de funcionarios que iban a trabajar en serio, que se preocupaban por la situación de personas en las que reconocían a seres humanos. La corrupción conoció niveles muy altos y los buenos funcionarios admitían su impotencia para enfrentarla por la falta de apoyo de las autoridades. Quiero dejar claro que se invertía poco pero se gastaba mucho.

Así llegamos a los gobiernos del Frente Amplio, que nombró en 2005 a un director con impecables credenciales. El doctor Ángel Valmaggia planteó la necesidad de cambiar el modelo, propuso achicar progresivamente el establecimiento, parar los nuevos ingresos, buscar alternativas más humanas, como se hace en otras partes del mundo. En definitiva, hacer desaparecer la institución tal como funcionaba entonces. Eso significaba redistribuir un montón de puestos de trabajo en el proceso y a lo largo de un tiempo. Además, no le tembló la mano, hizo denuncias y sumarios, por los robos y por los que no cumplían sus funciones. El presidente del sindicato era un funcionario de nombre Alfredo Silva. Sé de buena fuente que, ante los planteos de cambiar radicalmente el sistema, hubo una amenaza de conflicto gremial generalizado y duro. La ministra negoció y otro director ocupó el lugar de Valmaggia. Hizo lo que pudo por mejorar el funcionamiento de un mecanismo que no tiene arreglo, se gastaron (se gastan) platales para llegar a esta situación en la que lo único que cabe es replantearse qué hacemos con La Colonia; cómo la sustituimos por otro sistema más adecuado a los tiempos modernos; cómo se logra que los derechos humanos importen más que las conveniencias gremiales.

Soy consciente de las dificultades que tienen los gobiernos que intentan cambios profundos. Cambios que, necesariamente, tocan intereses y enfrentan conflictos. Por eso me afilio a la tesis de que un “giro a la izquierda” es posible y necesario. Sin conflictos las sociedades no avanzan, y la única posibilidad de hacer lo que se debe hacer está en transparentar la realidad y hacerse responsable, cada uno, de la mochila que le toca.