Los avatares familiares hicieron que mi niñez transcurriera en ambas orillas de ese ancho río como mar que llamamos Río de la Plata. En consecuencia, también los años de escuela los viví en la ciudad de Buenos Aires algunos, aquí en Montevideo otros.

Recuerdo que justamente en un día como el de hoy, 25 de mayo, teníamos una fiesta mayor en las escuelas argentinas. Concurríamos con la escarapela azul y blanca sobre la túnica, esa escarapela que, según narraban los libros de historia, dos de los jóvenes porteños, llamados French y Berruti, románticos y revolucionarios, repartían entre el público para identificar a los patriotas que, agolpados frente al Cabildo bonaerense y protegidos con paraguas, pues ese día llovía, gritaban a voz en cuello: “¡Cabildo abierto! ¡El pueblo quiere saber de qué se trata!”. Comenzaba la ola revolucionaria e independentista americana que, aquí en el Sur -eso lo aprendí luego en las escuelas uruguayas- tuvo su bautismo de fuego y gloria un año después, con Artigas, en Las Piedras.

¡El pueblo quiere saber de qué se trata! Ese memorable grito de 1810, tan grabado en mi memoria, repercute hoy con fuerza en ella a raíz del secreto en que se desenvuelven las negociaciones del Acuerdo sobre Comercio de Servicios (TISA, por su sigla en inglés).

Algo se sabe, sí, pero vamos a entendernos. Lo que se sabe, o creemos saber, es fruto del esfuerzo denodado de algunas organizaciones internacionales, como por ejemplo la Internacional de Servidores Públicos (ISP), así como de investigadores, economistas independientes y periodistas que procuran, hurgando aquí y allá, encontrar las puntas de esta operación que sus promotores, “los verdaderos amigos del comercio de servicios”, que así se llaman, quieren llevar adelante obviando las molestas reglas de la vida democrática de las naciones.

Así sabemos, o creemos saber, que tales “verdaderos amigos” procuran salvar los escollos que hicieron naufragar las negociaciones de la llamada Ronda de Doha en el marco de la Organización Mundial del Comercio (OMC), es decir, en el marco de la multilateralidad en la que cada nación, grande o pequeña, negocia en un plano de igualdad y en el pleno ejercicio de las reglas de la democracia representativa. Y precisamente ese naufragio fue provocado por el inevitable conflicto de intereses entre los países desarrollados y los “emergentes”, aquéllos reclamando liberalizar el comercio de servicios, pero defendiendo su política de restricciones al comercio en áreas como la agricultura, que son precisamente aquellas en las que cifran sus esperanzas de desarrollo los “emergentes” (entre los que estamos nosotros, vale recordar).

Sabemos, o creemos saber, que esta negociación impulsada por los “verdaderos amigos” tiene un único y verdadero objetivo: la plena desregulación del mundo de los servicios, incluidas áreas jamás consideradas hasta ahora como mercancías, tales como la educación y la salud, y desde luego, la frutilla de la torta para los “verdaderos, verdaderos amigos”, esto es, la desregulación del sistema financiero, precisamente el responsable, con su juego especulativo, de las crisis financieras del siglo XXI.

Sabemos asimismo, o creemos saber, que el objetivo último de los “verdaderos amigos” es lograr una proporción de países participantes en la negociación suficiente como para posibilitar el aval de la OMC y transformar así sus acuerdos en obligatorios para todos los países miembros (y nosotros estamos allí, alejados de nuestros vecinos y contrariando lo que ha sido la línea de política exterior de la fuerza política gobernante desde 2005, claramente latinoamericanista).

Sabemos, o creemos saber, que estas negociaciones son conducidas por Estados Unidos y la Unión Europea, incluso con Estados Unidos buscando aliados para vencer las reticencias europeas a la plena liberalización del comercio de algunos servicios, que chocan con los intereses de sus capitales así como con decisiones gubernamentales en relación con el comercio de alimentos y otros.

Y ahora sabemos, o creemos saber, que, pese a la oposición y las reservas que en torno a estas negociaciones se vienen levantando en la opinión pública, en el movimiento sindical, en esferas universitarias y aun entre los frenteamplistas, Uruguay participa activamente en las sucesivas rondas de conversaciones, incluso haciendo propuestas “defensivas” y “ofensivas”, como se denominan en la jerga de esas conversaciones los planteos en torno a las excepciones y las inclusiones.

Está claro, a lo mejor las fuentes informativas mienten o están equivocadas. Capaz que somos víctimas de la “desinformación y la calumnia” de investigadores y periodistas que vaya uno a saber con qué finalidades oscuras nos inducen al error.

Pero bueno, está nuestro Ministerio de Relaciones Exteriores. Él puede sacarnos del error. Bastaría con que publique lo que es publicable, esto es, los documentos sobre los que se trabaja y lo que nuestro país expone, argumenta, propone acerca de los temas en debate. Guárdese reserva sobre propuestas u opiniones de otros. Pero democraticemos lo que nosotros hacemos o decimos. Porque queremos y tenemos derecho a saber de qué se trata.