Para las elecciones del 1989, el Frente Amplio (FA) lanzó un conjunto de spots publicitarios conocidos como “Paradoja”, con la participación de Horacio Buscaglia. En ellos se definía una paradoja como un “razonamiento que encierra una contradicción” y se ridiculizaban algunas opiniones de la derecha tradicional. Los spots culminaban con una invocación: “En noviembre, no vote paradojas. Anímese, anímese”.

El nuevo milenio encontró al FA acumulando sus propias paradojas. En 2003, su IV Congreso Extraordinario resolvió no impulsar la anulación de la Ley de Caducidad, por considerar que perjudicaba el objetivo superior de ganar el gobierno. Para las elecciones de 2009 ya no contábamos con la lucidez de Buscaglia. En dicho año, a pesar de que en 2007 el V Congreso Ordinario del FA había apoyado la campaña por la anulación de la Ley de Caducidad mediante un plebiscito, sectores mayoritarios del FA decidieron no impulsar la derrota de la impunidad.

A lo largo del gobierno de Mujica, el inventario de paradojas del oficialismo creció y creció. Llegamos a enterarnos de que las organizaciones sociales que lucharon contra la dictadura por la liberación y la amnistía de los presos políticos eran grupos nazis financiados por el capitalismo internacional; de que la lucha por la memoria era infértil dado que todos los problemas se resolverían cuando se murieran los combatientes. Incluso llegamos al absurdo de escuchar al entonces presidente manifestar que la justicia tenía “hedor a venganza”. Vimos, también, que un diputado del FA puso en jaque el proyecto de ley interpretativa para anular la ley de impunidad; acción que la Mesa Política del FA definió como una mera ‘falta’.

En la previa de la última campaña presidencial a fines de 2013, el candidato nacionalista Luis Lacalle Pou manifestó que, de ser presidente, suspendería las búsquedas de detenidos desaparecidos. Tanto la cúpula del FA como su militancia repudiaron, con razón, esas afirmaciones reaccionarias. No se vio tanta resistencia, sin embargo, durante la administración Mujica a acciones cuyas consecuencias eran muy similares a las intenciones de Lacalle Pou.

La paradoja ha llegado a un nuevo clímax de obscenidad con la declaración emitida el viernes 22 por la Mesa Política del FA. Allí, el oficialismo nos saluda y expresa su satisfacción por la masividad de una marcha convocada, esencialmente, en repudio a su política acerca del pasado reciente. Además, nos recuerda que la búsqueda de verdad y justicia, tarea que no sólo no hizo sino que impidió activamente hacer, en los últimos años, mediante su ministro de Defensa, es una prioridad y un compromiso de gobierno. La Mesa Política nos comunica que Eleuterio Fernández Huidobro es, aún, un compañero. Un compañero cuyas declaraciones, aparentemente, no acompañan al Frente Amplio ni a su programa de gobierno ni a su militancia ni a nadie, salvo a los menos de diez mil votos del sector que él lidera. Nadie se hace cargo de su permanencia como representante de la fuerza política en el Ministerio de Defensa Nacional, y por ende como responsable de ejecutar un programa de gobierno que incumple y ridiculiza con cada una de sus declaraciones públicas. Todo parecería indicar, como se ironizó en las redes, que el Ñato va camino de ser como Carlos Saúl Menem, que gobernó durante diez años sin que nadie admitiera haberlo votado.

Es un error táctico concentrar la artillería en las críticas a Fernández Huidobro. Resulta evidente que él es sólo una pieza más en la amplia, invisible y poderosa arquitectura de la impunidad uruguaya. Retirándolo de su cargo no vamos a encontrar el paradero de los casi 200 desaparecidos en Uruguay, ni vamos a saber la verdad sobre los delitos cometidos en el marco del terrorismo de Estado. Pero este reclamo puede servir para articular un conjunto de voluntades detrás de la construcción de un mayor apoyo a las demandas de los familiares, recuperando la posibilidad de hacer política.

La Mesa Política del FA renuncia, con su declaración, a esa posibilidad. Repudia una realidad que acepta como dada y asume, implícitamente, que ha perdido el control político sobre los integrantes de la fuerza política que debería conducir. Si el delegado por el FA para ejecutar directrices resueltas por el conjunto de militantes congregados en su congreso no los representa, ¿es suficiente el repudio? ¿Qué misteriosa justificación puede darse para semejante incoherencia? ¿Qué garantías ofrece el FA a sus votantes, si promete un programa que luego incumple?

No es la primera vez que el FA elige renunciar a levantar en la práctica ciertas banderas que sostiene orgullosa en los dichos. Es evidente, y sería deshonesto no decirlo, que estas contradicciones son inherentes a la valentía de disputar el poder y ejercerlo. El poder obliga a cometer errores. Lo que no es cierto, ni justificable, es que el poder obligue a no reconocerlos y a no corregirlos.

No es suficiente con el repudio. La política es, también, la disputa por reconfigurar aquello que es objeto de nuestro repudio. Si las declaraciones del ministro no representan al partido de gobierno que lo colocó en su cargo, debemos evitar que continúe realizándolas en nombre de todos sus militantes y de sus votantes, que elegimos un programa de gobierno que prometía otras cosas. Renunciar a pasar del repudio a la acción es profundamente antidemocrático, pues circunscribe a quienes no ocupamos posiciones de poder al rol de emisores de críticas y no a un rol transformador. En un país que demanda cambios sustantivos, donde es fundamental para la construcción de una sociedad más justa la democratización de las burocracias más autónomas y autárquicas del Estado (Poder Judicial, Fuerzas Armadas, Policía, etcétera), la renuncia a la disputa política deviene en viabilización de los objetivos de quienes tejen el entramado de poder concreto sobre el que se funda la impunidad en nuestro país. La dirigencia del partido político tiene que señalar de manera clara y contundente, más que la obvia discrepancia entre las declaraciones del ministro y el programa del FA-, una solución para esta discrepancia. Si no puede con su delegado, ¿cómo va a poder con los otros?

El spot final de la serie de paradojas del 89 culminaba con Buscaglia comunicándonos su deseo de que las paradojas se acabaran, y que la concreción de ese deseo dependía de nosotros. “Anímese, anímese”, decía el jingle que daba cierre a los spots. Para que cumplir el deseo siga dependiendo de nosotros, y no de oscuras alianzas entre poderosos, tenemos que animarnos. Y el FA, si desea seguir siendo una opción política legítima para la transformación y no sólo para la disputa del aparato del Estado, debe animarse también. De nosotros depende.