El Frente Amplio (FA) perdió los gobiernos de Maldonado y Artigas, pero ganó las intendencias de Salto, Paysandú y Río Negro. Los blancos recuperaron los dos departamentos perdidos por el FA, pero disminuyeron su poder en el litoral del país (no renovaron en Paysandú y Río Negro). Mientras, el Partido Colorado (PC) se debilitó aún más y no logro retener la Intendencia de Salto. Desde el final de la jornada electoral de ayer ya estaban a la vista algunos resultados de gran relevancia, útiles para comprender el período iniciado en octubre de 2004, cuando el Frente Amplio (FA) ganó por primera vez la presidencia de la República.

En escala nacional el predominio del FA se ha expresado en estos 11 años mediante tres victorias sucesivas con mayoría parlamentaria propia, mientras que el Partido Nacional (PN) ha permanecido en el segundo lugar, lejos del primero, y el Partido Colorado (PC) en el tercer puesto, a gran distancia de los blancos y en sus niveles históricamente más bajos. Este panorama también se ha mantenido estable si sumamos los votos para cada partido en las elecciones departamentales, pero éstas presentan características propias y distintas de las nacionales, y esto se ha hecho más visible desde la separación de ambas en el tiempo, que se definió en la reforma constitucional de 1996 y se llevó a la práctica por primera vez en 1999 y 2000.

Sin embargo, es preciso ser muy cauteloso ante la tentación de generalizar sobre las reglas de juego en las departamentales, que no son una elección dividida en 19 partes sino 19 elecciones distintas, cada una con sus particularidades. Parece claro, sí, que la diferencia de escala montevideana determina un comportamiento de la ciudadanía más vinculado con opciones ideológicas y adhesiones partidarias que en el resto de los departamentos. En circunstancias muy particulares como las de la elección de 2010, un considerable porcentaje de los votantes de Montevideo se expresaron como frenteamplistas descontentos, pero sin que el descontento les quitara el frenteamplismo: no votaron a la candidata del FA, pero tampoco se inclinaron por los de otros partidos (y, a primera vista, parece sensato pensar que ayer la mayor parte de esos descontentos volvió a votar a alguno de los candidatos frenteamplistas).

Balotajes y aportes

Otro rasgo general claro es que, fuera de Montevideo, el FA suele lograr un respaldo a sus candidaturas departamentales menor que el de sus candidatos a la presidencia. En octubre de 2009 los frenteamplistas triunfaron en 11 departamentos (sólo perdieron con el Partido Nacional en Tacuarembó, Treinta y Tres, Durazno, Lavalleja y Flores), y en mayo de 2010, en cinco; en octubre del año pasado ganaron en 14 departamentos, y ayer seguramente en bastantes menos.

No sería sensato explicar a partir de un sola razón -y sin profundizar en particularidades- por qué se producen esas diferencias, pero sí es posible detallar situaciones que tienden a repetirse en diferentes lugares.

• Muchas elecciones departamentales se han convertido, en los hechos, en una especie de balotaje, con la consecuencia de que muchos votantes definen su opción pensando, más que en la calidad de la propuesta de un candidato, en sus posibilidades de ganar (o de “evitar el triunfo” del adversario frenteamplista). Esto tiene algún antecedente en mayo de 2010, en los acuerdos entre blancos y colorados en Salto y Paysandú, que resultaron clave para los triunfos de Germán Coutinho y Bertil Bentos. La generalización de este fenómeno tiene una primera consecuencia: el desplome del PC en casi todo el país, con la excepción de Rivera y Salto. Ahora el corrimiento de votos colorados hacia candidatos blancos “con chances” le complicó la campaña al FA en muchos departamentos, incluso en aquellos en los que había resultado ganador en octubre de 2014.

• El FA tiene problemas para construir liderazgos regionales fuertes. Hay excepciones, como Marcos Carámbula en Canelones, Óscar de los Santos en Maldonado o Artigas Barrios (y ahora Aníbal Pereyra) en Rocha, pero en el resto del país no es tan sencillo identificar figuras de peso que tengan votos propios. En el litoral, en este ciclo electoral surgen señales de que eso está cambiando(con las victorias de Óscar Terzaghi en Río Negro o de Andrés Lima en Salto), pero en el resto del país el panorama es incierto y eso incide para que el FA tenga problemas para mantener a nivel local los buenos resultados de las nacionales.

• El aporte de los diputados no parece ser muy significativo para las instancias departamentales. Salvo excepciones, da la impresión de que un número importante de los legisladores frenteamplistas del interior obtienen sus bancas más por el arrastre de los votos de las figuras nacionales (basta pensar en el fenómeno de José Mujica) que por su propio peso político.

Esto podría decirse tanto de aquellos que fueron electos en octubre como de los diputados salientes. Entre los primeros, puede resultar válida la excusa de ser “recién llegados”, que en los hechos implicó, en algunos departamentos, que el desgaste mayor de la campaña recayera en los candidatos a alcaldes y aspirantes a ediles. Pero tampoco se notaron grandes contribuciones de quienes ya habían completado un ciclo parlamentario, quizá porque éste no necesariamente los convirtió en referentes políticos de sus departamentos. Para decirlo más claro: en Uruguay es posible ser diputado cinco años y pasar bastante inadvertido.

• Las metidas de pata también juegan un papel importante. Es evidente que las pujas entre sectores frenteamplistas pueden incidir negativamente en los resultados electorales. Se habló mucho de los errores que cometió el FA para definir su candidatura de 2010 en Montevideo, pero eso dejó en un segundo plano cuánto incidieron las luchas intestinas y los perfilismos en las derrotas de ese año en Florida, Paysandú, Salto y Treinta y Tres. Y ahora volvió a equivocarse en otros lugares. En San José, por ejemplo, fueron visibles las dificultades para proclamar la candidatura única de Walter Oliveira, y resulta difícil separar ese proceso de la caída desde octubre (cuando el FA había ganado con 44,8% frente a 36,2% del PN).

• El PN sabe jugar en estas canchas, se siente cómodo y demostró que puede dar vuelta más de una contienda. Tiene aparatos partidarios departamentales y mecanismos muy aceitados, que se ponen en funcionamiento sobre todo en dos instancias: las internas de junio -cuando se deciden los lugares en las listas- y las departamentales de mayo. En algunos casos -Colonia quizá sea el ejemplo más claro- capitalizó positivamente sus disputas internas, aplicando una fórmula que le está dando resultado al FA a nivel nacional (aquello de ser oposición y gobierno al mismo tiempo).

Grandes relatos

Volviendo a las características generales del período 2004-2015, es claro que la novedad más relevante de las departamentales que acaban de realizarse (y quizá también la más relevante en estos 11 años) fue que la mayoría de los dirigentes blancos y colorados, alentados por experiencias ya mencionadas de 2010, decidieron formalizar una coalición en Montevideo, el Partido de la Concertación (PdlC). La esperanza explícita era que el descontento acumulado en cinco períodos de gobierno frenteamplista les permitiera potenciar el desempeño opositor, disputar la intendencia y abrir paso a la expansión de esa experiencia inédita, en otros departamentos y eventualmente a escala nacional. Pero el resultado estuvo muy lejos de las expectativas.

Aunque Edgardo Novick haya afirmado anoche que “casi la mitad de los montevideanos” respaldó a esa coalición, los números dicen otra cosa: 35% es bastante menos que 50%, y constituye, además, una proporción del total menor que la suma de blancos y colorados en las elecciones anteriores,que fue casi 38%. Se puede plantear que los resultados no son del todo comparables porque en esta ocasión el FA, en vez de mantener su tradición histórica de candidatura única, decidió acogerse a los beneficios de la “ley de lemas” con tres postulaciones, pero de todos modos es obvio que el experimento salió mal, y que además les trajo a los coaligados un problema nuevo e importante.

Novick fue, por lejos, el candidato más votado del PdlC, con casi el doble de votos que el blanco Álvaro Garcé y casi diez veces más que el colorado Ricardo Racchetti. En las previsiones previas, la postulación de un tercer candidato “independiente” en el marco de la Concertación iba a servir para ampliar y potenciar la convocatoria del nuevo partido. En la realidad, el hecho de que el PdlC no haya logrado mejorar la votación en 2010 de sus partes parece darle la razón a Pedro Bordaberry en su apreciación de que Novick no traía “votos de afuera”. Pero es probable que Bordaberry se haya quedado corto al señalar que ese apoyo “de adentro” era básicamente colorado: si bien es evidente el agrupamiento tras Novick de varias fracciones procedentes del pachequismo, que se ubicaron muy bien en las candidaturas a la Junta Departamental montevideana, los números disponibles sugieren que también pudo haber logrado apoyo de unos cuantos votantes afines al PN.

Hay un par de complicaciones adicionales para colorados y blancos: por un lado, en el terreno ideológico, el perfil mostrado por Novick en su campaña no se aleja demasiado de lo que esos partidos llaman “populismo” cuando se refieren a los frenteamplistas; por otro, en el terreno estrictamente político-electoral, el estilo “palo y palo” contra el FA de Novick (incluso anoche, al aceptar la derrota), parece haber sido redituable entre quienes ya tenían definida su posición, pero no ayuda en lo más mínimo a conquistar el tipo de votantes (llamémosles “moderados”, “centristas” o “con mentalidad de clase media”) que necesitan blancos y colorados para acercarse a ser una opción de gobierno en Montevideo.

Del lado del FA, por el contrario, da la impresión de que la candidatura de Martínez no sólo fue atractiva entre ese tipo de votantes, sino que además queda en tela de juicio cierto relato de la historia política reciente, según el cual el centro de gravedad del electorado frenteamplista se había desplazado hacia sectores populares pobres, con creciente autoconciencia política y representados por el MPP. Los resultados parecen sugerir que el centro de gravedad sigue correspondiendo ideológicamente a una configuración más cercana a “la clase media progresista”, que prefiere a Martínez si la alternativa es Lucía Topolansky. De todos modos, es posible que la candidatura de Topolansky haya retenido dentro del FA a votantes que, si el único candidato hubiera sido Martínez, podrían haber sido atraídos por Novick. Pero también parece que el FA ha cambiado menos de lo que se preveía.