La vida de las personas tiene momentos rutinarios y grises, alternados con tiempos brillantes y plenos. Los primeros suelen ser mucho más frecuentes que los segundos.

Con el periodismo sucede algo parecido. En su vertiente rutinaria y gris, informa sobre la cotización de la moneda, el estado del tiempo, cómo salió el partido del fin de semana, cuáles son las últimas medidas del gobierno. Las declaraciones se suceden en entrecomillados sin fin, y el periodista se convierte, a su pesar o no, en el “escribano oficial del poder”, como lo caracteriza Omar Rincón. Son las rutinas periodísticas, grises y sin embargo necesarias, como toda rutina.

En sus momentos brillantes, el periodismo de a ratos se parece a la literatura y de a ratos a la ciencia. En la primera vertiente nos cuenta, a partir de la descripción de una acción, de un gesto, de un miedo o de un tiempo transcurrido en cualquier lugar, la historia de un hombre o de un mujer que es nuestra historia, la historia de todos. Es entonces que el periodismo, como la literatura -pero a diferencia de ella, siempre intentando anclarse en “hechos reales”- nos ayuda a entender mejor quiénes somos y quiénes son los que nos rodean.

En su otra vertiente brillante, el periodismo busca, como está escrito en los manuales, develar lo oculto. En esos momentos se emparienta con la ciencia y debe ser igual de riguroso en su metodología. Y siempre molesta a alguien. Está en su naturaleza no ser del agrado de los poderes instituidos, y ser al mismo tiempo radicalmente democrático. “En una época de engaño universal, decir la verdad es un acto revolucionario”. La frase, que se atribuye a George Orwell, parte de la base de que la información es poder: cuanto más extendida esté, más colectivo será el saber y más radical la democracia (que, en definitiva, es, si seguimos su etimología, el gobierno del pueblo). Todo esto viene a cuento en el “debate” sobre el Acuerdo de Liberalización del Comercio de Servicios (TISA, por su sigla en inglés), en el que las palabras “secretismo” y “democracia” están en boca de muchos.

El diario El País publicó el lunes su segundo editorial a favor del TISA. En esta ocasión lo tituló “La izquierda reaccionaria”. En el artículo, más allá de lo anecdótico -como llamar “intelectuales de provincia” al actual rector de la Universidad de la República y a su antecesor-, cuestiona la falta de elementos que a su entender tienen quienes se oponen a la presencia de Uruguay en las negociaciones. Rechazar las consignas vacías es una actitud elogiable, siempre y cuando la respuesta no sea otra consigna vacía e “ideológica”, para ponerlo en los términos del nuevo cuco del siglo XXI.

Lo que precisamos no es que nos digan que el debate es ideológico (una cuasi redundancia), ni que nos tiren consignas para que nos alineemos en el bando de nuestra preferencia. Lo que precisamos como ciudadanos es información. Y la información sobre el TISA, con algunas excepciones, brilla por su ausencia en los medios de comunicación uruguayos. ¿Por qué pasa esto, si el tema está en agenda? ¿Por qué pasa, si hay por lo menos ocho documentos disponibles y públicos para que cualquier medio pueda hacer uso de ellos? Quizá el diario El País quiera ser más realista que el rey y, devenido en impensable vocero del gobierno al que denuesta todos los días desde sus columnas de opinión, defienda la reserva, como lo hace en su editorial del lunes: “Las negociaciones internacionales precisan de discreción en su proceso”.

Pero no, hay algo más de fondo, una concepción que no sólo está presente en algunos medios y actores de derecha sino también en parte de la izquierda: la certeza de que la “gente común” no es capaz de entender estos temas, y por tanto tampoco de opinar con propiedad sobre ellos. Por eso se piensa que no tiene sentido dar información, por eso se ponen a disposición las consignas para que cada cual se alinee como mejor le plazca. Y nos sugieren que dejemos las definiciones a los técnicos, que dejemos la política en manos de los burócratas, aunque éstos, en algunos casos, sepan tanto de negociaciones plurilaterales sobre servicios como un dentista o el bolichero de la esquina.

Esa concepción tiene asidero en la opinión pública, como lo confirman encuestas que realizó la empresa Equipos Mori para el Latinobarómetro y que arrojan que gran parte de los uruguayos preferiría ser gobernado por un grupo de técnicos expertos que por políticos. Es una concepción que no va sólo contra las ideas de izquierda, sino contra toda construcción colectiva del saber -utopía que comparten el periodismo y los movimientos en favor de los datos abiertos- y contra la profundización de la democracia. Y eso, sí, es profundamente reaccionario.